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Nostàlgia de futur / OPINIÓN

La vía valenciana, un camino de servidumbre

Ernest Lluch, en un mitín durante la Transición. Foto: FUNDACIÓ ERNEST LLUCH.
6/04/2017 - 

Friedrich Hayek tituló así, Camino de Servidumbre, a su influyente libro que alertaba sobre el peligro del control de los procesos y las tomas de decisiones económicas a través de la planificación central por parte de los gobiernos. Hayek argumentaba (al inicio de los años 40, recordémoslo) que esa planificación central inevitablemente nos llevaría a la pérdida de la libertad, a sociedades opresoras, a la tiranía (comunista o fascista) y a la servidumbre del ciudadano.

En La vía Valenciana, Ernest Lluch (1976) comentaba ya la falta de infraestructuras y nuestro ridículo peso específico político. Aún así definía un modelo posible (y al mismo tiempo ya vigente) de desarrollo industrial, más allá de los tópicos, basado en la pequeña empresa familiar, arraigada y concentrada en el territorio, especializada en la producción de bienes tradicionales de consumo y con una marcada orientación exportadora. Una Vía Valenciana huérfana antes y ahora de liderazgo empresarial y, sobre todo, de refuerzos en términos de políticas públicas. Una Vía Valenciana con problemas de competitividad para adaptarse a mercados internacionales. 

Décadas después y pasados los momentos esporádicos de euforia, algunos bastante ridículos, parece que de Lluch queden solo los peores presagios y nuestra vía valenciana sea un camino de servidumbre. 

Este martes la presentación de los Presupuestos Generales del Estado supuso un enésimo jarro de agua fría para algunos o la gota que colmó el vaso para otros. No es lo mismo una cosa que la otra. La propuesta significa la reducción del 33% de las inversiones en el País Valenciano, asigna un ridículo 1,03 millones de € para inversiones en trenes de cercanías (cuando por ejemplo Málaga tendrá 181) y nos sitúa a la cola de la inversión per capita. 

El País Valenciano, aún mostrando tibios signos de recuperación económica, es pobre en términos relativos, recibe menos inversión y menos financiación del gobierno central. La Comunidad Valenciana es la única comunidad autónoma junto a Baleares que ha expulsado por la vía de las urnas a aquellos que se han perpetrado en el poder desde antes de la crisis protagonizando numerosos casos de corrupción (¿Quién manda en Cataluña, Andalucía, la Comunidad de Madrid, Galicia o País Vasco?), y aún así tiene que sufrir ser el chivo expiatorio de un centralismo castizo y de un capitalismo dopado.  

Culpen a Madrid, a Montoro, a los nuestros o a los suyos. A la corrupción, al despilfarro de los de antes o a la incapacidad de los de ahora. Culpen al meninfotisme, culpen a los empresarios o culpen a Fuster si no tienen a nadie más a quien culpar. Pero somos, una y cada vez más, el último mono de aquello llamado España. 

No sé si estamos en un momento proto-soberanista (el término lo acuñó Salva Enguix), pero nos vamos dando cuenta que nuestro camino de servidumbre es, como el que identificaba Hayek, fruto de una determinada planificación económica centralizada (por vertical, jerárquica y mesetaria). Es también consecuencia de la relación estrecha entre políticas y un poder económico surgido de la privatización de las empresas públicas monopolistas y de la riqueza generada con la construcción de infraestructuras. Nuestro camino de servidumbre es el resultado de una idea de España que es solo la de algunos, no de una España diversa y territorialmente estructurada.

No es momento de concesiones ni planteamientos tibios. Como en el caso del Corredor Mediterráneo no nos sirve decir que la opción central vale y la otra también. Estamos en una encrucijada. A un lado, el corredor (mediterráneo) de las inversiones y la financiación adecuadas para mirar, exportar y abrirnos hacia el mundo. Al otro el camino a la servidumbre de la España radial, autoritaria y condescendiente.

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