Matías Castellanos realiza una preparación durante meses en la que sube hasta los 115 kilos y después llega a la competición por debajo de 94,3. Mucho más duro que el entrenamiento, que puede incluir hasta tres sesiones diarias, es seguir la dieta. Ahora mismo solo come pollo, vegetales y arroz. Muchas noches, el cuerpo le despierta y le exige algo más de comida. Una lucha sin cuartel contra su instinto de supervivencia, su gen de cazador
VALÈNCIA. Matías Castellanos sufre lo mismo levantando una barra llena de discos de diez, veinte y veinticinco kilos que cargando con el tópico del culturista: mucho músculo y poco cerebro. Por eso, durante más de una hora, se esfuerza por demostrar que esto tiene más ciencia que testosterona, más disciplina que vanidad, más sufrimiento que gloria. Este español nacido en Argentina hace 35 años lleva ya varias semanas en el duro camino hacia el título de Mister Universo. Lo va a intentar por cuarta vez. En sus anteriores participaciones ha logrado un tercer puesto y tres segundos. Ya le toca.
El culturista tiene su vida pautada al minuto. No le sobra el tiempo. Tiene su trabajo como nutricionista, con 165 clientes, y un entrenamiento que se reparte entre el gimnasio, donde puede tirarse dos horas trabajando la fuerza, y el cardio, con caminatas a 120 pulsaciones por minuto para ir definiendo el músculo que ha ganado. Esta primavera tiene varias competiciones, pero su gran reto es mantener este estado de forma hasta el otoño, hasta el mes de noviembre, cuando intentará convertirse en Mister Universo. Es su obsesión.
Matías espera en una cafetería del centro comercial donde tiene el gimnasio. El Gran Turia es uno de esos centros comerciales venidos a menos. Muchas tiendas han cerrado y, para disimular, se han tapado los escaparates de los comercios con carteles. En la planta baja, en una esquina al final del todo, está DreamFit, donde se construye el sueño de este culturista científico y testarudo que es capaz de tirarse meses pasando hambre, primero ensanchando su cuerpo y después cincelándolo con la paciencia de un amanuense.
Su primer esfuerzo es detallar que hay varias categorías y que es la ‘open’ con la que se queda la gente. «Son sin límite de peso y los que la gente está más acostumbrada a ver. Son tíos enormes, musculosos y con un cuerpo espectacular, pero demasiado artificial». Su categoría sí tiene límite de peso y viene determinado por una curiosa ecuación que consiste en restar cien kilos a su estatura en centímetros (mide 182 cm y se quedaría en 82 kilos) y sumarle un 15%, que en el caso de Matías le deja un límite de 94,3 kilos. «Lo tengo calculadísimo. Y en esos 94,3 kg se busca el máximo desarrollo muscular, con menos porcentaje de grasa, pero de una forma estética: la cintura, lo más estrecha posible con el mayor tamaño de ancho clavicular, hombro y pierna».
Mister Universo, que se rige por una asociación que se llama Wabba (World Amateur Body Building Association), busca un cuerpo estéticamente perfecto según sus cánones de belleza. Y para tener opciones, según cuenta Matías, no hay tregua durante meses. «En mi opinión, es el único deporte que te requiere 24/7 (24 horas al día y siete días a la semana). Tienes que tener en cuenta lo que comes, lo que bebes, la sal, el descanso, entrenar dos o tres veces al día, dependiendo del cardio que estés haciendo… Tienes que estar 100% concentrado en lo que haces. Y todo el deporte que hacemos es en el gimnasio y a la hora de competir no está categorizado como un deporte. En mi categoría lo que se busca es un mayor desarrollo físico con una estética bonita entre competidores que vamos a pesar prácticamente lo mismo. Así que es muy difícil y muy subjetiva». Wabba es una asociación creada por Serge Nubret (1938-2011), un mítico culturista francés conocido como ‘la pantera negra’, en 1975. Al principio, organizaba el concurso de Mister Olympia, que fue conquistado en su día por Arnold Schwarzenegger.
El primer tramo de la temporada para Matías llegará en mayo. El día 11 tiene el Campeonato de España, de donde saldrán los aspirantes al Campeonato de Europa y, más tarde, al Mundial de Budapest. «Todas estas pruebas son preparatorias y clasificatorias para Mister Universo, que será en noviembre, seguramente en Tarragona».
Matías Castellanos es porteño. Nació en Buenos Aires, pero su familia es gallega y cuando él tenía seis años emprendieron el camino de vuelta. Ahora vive en Quart de Poblet y el gimnasio le pilla bien cerca. Los usuarios lo miran al ver que lleva un fotógrafo detrás. Matías anda recto como el palo de una escoba sobre un par de piernas que se intuyen poderosas. El culturista lleva una camiseta negra que es toda una declaración de intenciones. Por delante pone las iniciales de La Hermandad Fitness. Y por detrás: Go Heavy or Go Home. Y debajo, el dibujo de una mano sujetando una enorme mancuerna.
El deportista disfruta explicando todo lo que hace. Su preparación consta de dos fases. La primera es para ganar volumen y construir una base. La idea es alcanzar los 115 kilos, metiéndose seis mil calorías cada día, y luego ir bajando hasta irse por debajo de los 94,3. El día de la entrevista, ya de bajada, pesa 104, a diez de los que necesita para competir en su categoría. «Parecen muchos, pero se van rápido. La última semana puedes estar tres kilos por encima y, al final, como quitas el agua para afinar la piel, los acabas perdiendo. Yo acabé ese proceso en noviembre del 2023 y empecé la fase de definición progresiva, que es en la que estoy ahora».
El día de la competición le espera una comparación con otros quince o veinte competidores. Al principio, en la primera criba, no se busca el mejor cuerpo, sino los peores. «Los eliminan y se quedan con el primer call out. Los seis mejores. Ahí es cuando comparan los mejores cuerpos. Te dicen poses que tienes que hacer y en cada una nos comparan. Ahí van puntuando. Ven la estética, la redondez, el punto, el porcentaje de grasa visual… Y, al final, es una ilusión óptica de ese momento. Todo depende de cómo llegues a ese momento en un punto en el que el cuerpo cambia por horas. Cualquier decisión errónea te fastidia todo el proceso».
Los culturistas también tienen algo de equilibristas. En las últimas horas juegan con diferentes variables para alcanzar su plenitud en el momento exacto. «Una decisión errónea puede ser cargar más hidratos de la cuenta o menos. Los músculos tienen depósitos de glucosa y lo normal es que sean de cuatrocientos o quinientos gramos. Pero si le haces una descarga previa, vaciándolos, y una sobrecompensación, pueden llegar al doble o más. Y eso te da una redondez, porque se llena de glucógeno y agua (por cada gramo de glucosa lleva tres de agua). Al estar más lleno, la piel se pega más, se ve más separación muscular. Pero si te pasas, esa agua del músculo sale fuera, a la piel, y el efecto es todo lo contrario: el músculo se hace más pequeño, la piel más gruesa y, por lo tanto, se te ve más liso. Pasas de ser El Increíble Hulk a ser Shrek. Y eso en cuestión de horas».
El día anterior a la competición es el pesaje. Matías no olvida el año que se pasó de peso. Ese día estaba dos kilos por encima y se los quitó en cuatro o cinco horas. Lo que no calculó es que con esa pérdida también cedió un centímetro de estatura, que eso varió toda la ecuación y que ya no le valía con los 94,3. Por eso lo subieron de categoría y terminó tercero.
Matías explica que, en su categoría, se busca un cuerpo musculado pero más clásico, «tipo Arnold».
- ¿Arnold?
- Sí, Arnold Schwarzenegger.
El aspirante a Mister Universo aclara que la referencia son los cuerpos de la «edad de oro». Donde la belleza es más importante que la hipertrofia sin límite. «Se busca más una escultura griega con unas proporciones más desarrolladas, pero muy estéticas y muy bonitas. Sin una dilatación abdominal. Las poses van relacionadas con esto y siempre son las mismas. La pose que es única de mi categoría es una que se llama vacío abdominal, o vacuum: meter el abdomen hacia dentro todo lo que puedas y que la estructura de la cintura y de la barriga se vea lo más plana o más hacia dentro posible. Si cargas con mucha comida y tienes todo el estómago y el intestino llenos de comida, hacer ese vacío es muy complicado».
«Diez minutos de competición cansan más que un entrenamiento de dos horas. Porque estás apretando todo a la vez y a eso le sumas los nervios»
Hay unas poses predeterminadas para calibrar esa belleza corporal. Primero, de frente, relajado; luego, ofreciendo los dos perfiles; después, la espalda con expansión, de frente sacando los dos bíceps, en expansión dorsal, el vacuum… Los jueces van comparando y viendo quién está por delante y quién por detrás. Si no lo tienen claro, les hacen repetir algunas poses. Un esfuerzo extenuante. «Cansa muchísimo. Diez minutos de competición cansan más que un entrenamiento de dos horas. Porque estás apretando todo a la vez y a eso le sumas los nervios. Es muy duro y has de tener mucha concentración cuando tu cuerpo está en mínimos de hidratación».
Matías insiste en su gran obsesión, dar con la fórmula exacta del éxito. El baile de cifras, arriba y abajo, para alcanzar el cuerpo perfecto. «Tú puedes estar preparándote todo un año y luego, la última semana, jugando con el sodio, el agua o la carga de hidratos, puedes estropear algo, porque el cuerpo expulsa el agua hacia fuera y se te ve borroso».
La alimentación es toda una ciencia. Y uno de sus fuertes por su formación académica. Una lucha del hombre contra su instinto, contra sus ancestros, contra el cazador de la prehistoria. «El cardio, por ejemplo, nos puede ayudar para oxidar grasa, pero si nos excedemos también existe más riesgo de destruir masa muscular. Si tienes mucha masa muscular no importa, pero sales más blando». Ahora, Matías come lo mismo cada día: un kilo de pollo, un kilo de vegetales, cien gramos de arroz, unos quince gramos de aceite de oliva y otros quince de aceite de lino. En casa tiene un congelador grande que llena una o dos veces al mes con bolsas de pollo congelado de un kilo. También mete bolsitas con el arroz y otras con las verduras. Cuando tiene apetito se coge una gelatina de cero calorías para calmar la ansiedad sin ganar un gramo. «Entre la gelatina y el café voy matando el hambre».
Ese es uno de sus principales oponentes. Más que los kilos que ha de levantar. El hambre crece tanto como sus músculos. Y, al final, se convierte en un monstruo que le ataca hasta por las noches. «Yo llego tan cansado a casa que a las diez y media o las once me voy a dormir y me duermo. Pero mi cuerpo, a las dos y media o las tres, me pide comida. El cuerpo segrega adrenalina para despertarte, porque es lo que necesitas para ir a cazar». El cazador sale del ADN y achucha a Matías para que salga a cazar, abra la nevera y peque. Es una lucha desigual. «Yo digo que el ciclismo y el culturismo son los deportes más complejos. El mío requiere una concentración total. Tú juegas un partido de fútbol y, cuando acabas, te comes una pizza y no pasa nada. Pero en este deporte no. Acabas el Campeonato de España y no puedes pasarte, por ejemplo, porque tu cuerpo sale con una deshidratación muy grande. Como comas muchísimo te puede dar una subida de sal. Tienes que ir haciendo una hidratación progresiva e ir metiendo alimentos. Porque, además, puedes tener un rebote de cinco kilos en un día».
Así que, después de tanto sacrificio, tanta monotonía en la mesa y tantas luchas contra uno mismo, ni siquiera puedes salir del concurso de Mister Universo e irte directo a una pizzería. «Ese día sí me concedo una alegría, que suele ser pizza, hamburguesa o cualquier guarrada. Pero no puedes hacerlo de golpe. Si compites por la mañana, lo suyo es hidratarte tres o cuatro horas, y una vez hidratado, ya puedes comer lo que quieras. Durante la preparación descubres lo que es realmente pasar hambre. Por eso ahora quiero comer arroz blanco en la cantidad suficiente para que me llene. También tengo mucha ansiedad por cereales con leche. Es algo personal. Me lo pide el cuerpo. Necesito algo que me sacie. No es que me apetezca un dulce o una hamburguesa; me apetece comer y sentirme lleno».
El 17 de febrero fue su cumpleaños. Dos días después, sus padres le pidieron que fueran a casa a celebrarlo. Su madre dijo que haría pizza para todos. Matías contestó que irían él y su novia, pero que ponía una condición: él tendría su propio menú. Así que todos comieron pizza y él, pechuga con ensalada. «Te toca ponerte drástico, porque las madres son muy de decirte que por un día no pasa nada, y sí que pasa. Pero ese día yo disfruté de mi familia, que es lo realmente importante. Es curioso, pero el culturismo es un deporte castigado socialmente y mal visto. Está peor visto que salir de fiesta, tomar alcohol o consumir cocaína. Se relaciona con ciertas sustancias, pero la gente no lo conoce ni sabe las fortalezas que te aporta. Solo ve a personas comparándose a nivel muscular con la testosterona muy alta y supuestamente poco cerebro».
El reto, a cada semana de dieta, se va endureciendo. Un día vas a una feria medieval y enloqueces con los olores. Otro día abres tu cuenta de Instagram y el algoritmo solo te ofrece tentaciones: una paella, la hamburguesa más grande de València y cosas así. Más lucha contra uno mismo. «Todo son tentaciones, y se pasa mal. Pero este deporte, además de darte una estética, que puede gustarte o no, te da una fortaleza mental que no te la da otra cosa. Si compites en culturismo, puedes hacer cualquier cosa. Como estudiar y no dormir. Si has pasado hambre durante meses, ¿qué no vas a soportar?».
Matías, por su condición de nutricionista, cuida de la dieta. Pero este año ha puesto la preparación física en manos de Roberto Castellano, un especialista en culturismo. A Matías no le dan miedo los desafíos físicos. Lo difícil es despertarse muerto de hambre a mitad de la noche y no acabar en la mesa con un bocadillo de tortilla en una mano y una tableta de chocolate en la otra. A medida que se acerca el certamen, es casi imposible dormir siete u ocho horas del tirón. La pareja, o la persona que conviva con él, se tiene que armar de paciencia, quererle y aceptar su desafío. Su novia, que es vegetariana, lo entiende y, en las últimas semanas, sabe que no le puede proponer ir a cenar con los amigos, pero sí irse a la montaña y meter en la mochila una fiambrera con pollo, arroz y verduras con una lágrima de aceite. Es la vida de Mister Universo
* Este artículo se publicó originalmente en el número 114 (abril 2024) de la revista Plaza