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Los cronistas de la València desaparecida

Foto: KIKE TABERNER
19/11/2017 - 

VALÈNCIA. Decía un personaje del clásico de John Ford El hombre que mató a Liberty Valance que en el Oeste se imprimía la leyenda, no la realidad. De ahí que tenga todo el sentido del mundo que aquí, en Europa, los libros intenten imprimir la verdad y no la leyenda; porque no somos el Oeste, sino el Este. Al menos ése es el caso de La València desaparecida, un fenómeno singular en el que se ha producido un viaje de Internet al papel tan feliz como exitoso. En apenas tres años las tres ediciones de la serie La València desaparecida, un proyecto que nació como blog, habrán sumado más de 10.000 ejemplares vendidos, unas cifras que cabría calificar como sorprendentes.

Foto: KIKE TABERNER

La iniciativa de Ángel Martínez y Andrés Giménez es ya un referente para una generación de valencianos. Los tres volúmenes publicados por Temporae, una firma especializada en fotografía antigua, si por algo se distinguen es que en ellos reside verdad y no leyendas. Ellos, como albaceas de la València que ya no será, no caen en la nostalgia ni la ensoñación y no dan pábulo a mitos. Así, por ejemplo, han dejado desde siempre bien claro que el castillo de la condesa de Ripalda, ése al que reemplazó la Pagoda, no se encuentra en ningún rancho de California. Fue derruido, como tantas otras cosas bellas de la ciudad, devoradas por la urgencia de un mal entendido sentido de lo rentable.

Foto: KIKE TABERNER

El tercer ejemplar de la trilogía aún fresco, presentado en Railowsky el pasado 10 de noviembre, ha salido a la calle siendo un éxito seguro. A la hora de interpretar cuáles son las claves que se esconden tras la popularidad de estos libros, Giménez invoca de entrada a la oportunidad. La València desaparecida surgió en un momento en el que los foros de internet en redes sociales como Facebook han hecho virales fotografías antiguas de la ciudad. “Ha aparecido en el momento en el que tenía que hacerlo”, comenta. “Desde hace unos 10 años se ha despertado un interés por conocer la València antigua, sobre todo a nivel digital. Nosotros mismos, Ángel y yo, nos conocimos en un foro que se llama Remember Valencia”, revela. “Los libros han salido justo cuando la gente tenía ganas de ellos, y nosotros teníamos también las ganas y el material para hacerlos”, agrega.

Foto: KIKE TABERNER

Junto a esta casualidad, Martínez reivindica el valor histórico de los tres volúmenes, “el rigor” con el que están hechos. “El éxito del planteamiento ha sido siempre la rigurosidad. En el Facebook y en algunos libros la gente va por libre. Nosotros no. Todo lo que publicamos está comprobado”, comenta. “Son libros muy didácticos, muy divulgativos, fáciles, hechos para que la gente comprenda cómo se han perdido las cosas sin necesidad de tener unos conocimientos previos de historia”, apunta Giménez. Se trata pues de uno de esos casos tan apreciados y difíciles de lograr un producto que satisfaga por igual a un catedrático de Historia como a una persona de la calle.

Foto: KIKE TABERNER

La mecánica es muy sencilla. Seleccionan una imagen de la València antigua, una que refleje algo que ya no existe, y Ángel Martínez retrata lo que hay en la actualidad. Como detectives de la historia, resuelven los vacíos del tiempo. Para ello recurren a guías antiguas, mapas... Con su labor indirectamente también se convierten en cronistas de esa tendencia valenciana, “muy fallera” dice Giménez, de derribar lo que se tiene, sin parar en mientes, para construir después cosas nuevas que en muchos casos “no valen la pena” y eran peores que lo que había. Su trabajo es un auténtico muestrario de oportunidades perdidas, de tesoros olvidados, un ejercicio por un lado de autoestima, reivindicación del pasado, pero también una autocrítica a la querencia enfermiza de la ciudad por lo efímero, con casos tan espectaculares como la Exposición Regional de 1909, construida para desaparecer. “Por cierto, hay edificios como la Cigüeña, que la gente cree que son parte de la Exposición, y no es así”, apunta Martínez, presto a enmendar tópicos.

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Quizá también el hallazgo más importante por parte de ambos ha sido no dar nada por supuesto y han subsanado muchos de los errores que se van repitiendo de manera acrítica durante décadas sin que nadie los corrija. Ya no es que el castillo de la condesa de Ripalda fuera demolido sin que se salvara ninguna piedra, es que hay en la actualidad placas por la ciudad que recuerdan hechos que no sucedieron donde estás colocadas. Por ejemplo, la que se halla en la calle Barcelonina y que asegura que en esa vía se encontraba el bar Torino donde se fundó el Valencia Club de Fútbol: es errónea dicen ambos. La verdadera ubicación del bar se halla en el otro lado de la plaza del Ayuntamiento, justo enfrente de la nueva ubicación del Foster’s Hollywood, en la calzada, por donde pasan los autobuses.

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Uno de los secretos de La València desaparecida es el enorme caudal de fotografías que han logrado atesorar. Ya por la colección del propio Giménez, como por la de otros nombres propios de la ciudad como José Huguet, Díaz Pròsper, Javier Sánchez Portas o Rafael Solaz, los tres libros y las páginas que gestionan en Internet se han destacado por abarcar toda la ciudad traspasando los márgenes de lo previsible. Hay predominancia del centro histórico porque, además de por evidentes razones cronológicas, como bien apunta Giménez “el centro es el barrio de todos los valencianos”. Pero también han encontrado imágenes de todas las barriadas y distritos de la ciudad. La playa de Nazaret, la calle de la Reina del Cabanyal cuando eran hileras de casas bajas para familias pobres, todo el extramuros halla también reflejo en sus páginas.

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Para ello han hecho una investigación dentro de las propias colecciones, buscando respuestas en las fotografías menos obvias, las que hablan de una València diferente donde los coches ni existían, no se veían apenas animales de tiro, y el alumbrado era una entelequia. La calle Islas Canarias, la trasera de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen en la calle Alboraia, algunas de estas imágenes han sido reconocidas por detalles en apariencia nimios como el saliente de un edificio o el bajo de un balcón. Ése es el caso de una de las primeras sedes del Valencia Club de Fútbol en la calle Félix Pizcueta. Tras cotejar nombres de comercios en las guías de la época, descubrieron que en ninguna constaba que en esa calle del Ensanche se hubiera instalado alguna vez el club blanquinegro. Habían hecho un descubrimiento; faltaba averiguar dónde estaba exactamente. Fue por el balcón de uno de los edificios adyacentes, apenas un detalle en la imagen, que pudieron identificar el tramo de la calle.

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Su relación de edificios caídos, palacios perdidos, monumentos desaparecidos, podría aún hoy incluso crecer. Son muchos los monumentos de València que no gozan de protección. Con todo, algo parece estar cambiando y en la actualidad sólo el Plan Especial para Ciutat Vella ya contempla que protegerá más de 500 edificios, incluidos comercios emblemáticos e históricos. Que los cambios son inevitables y se dan en todas las ciudades, es un hecho. Que en València “se han cambiado muchas cosas a peor”, también pueden dar fe. Pero el éxito de sus libros y la repercusión en las redes de sus trabajos deja de manifiesto que nadie quiere que la València desaparecida sea mayor.

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