El nuevo proyecto europeo debe asentarse sobre un sentimiento más profundo de ciudadanía europea
El pasado lunes se celebró en la Facultad de Economía de la Universidad de Valencia una Mesa Redonda sobre el Futuro de la Unión Europea en el marco de las actividades que la Universitat de València organiza anualmente bajo el nombre Desembre Europeu en colaboración con otras entidades valencianas y que incluyen conferencias, presentaciones de libros, conciertos y exposiciones. Este año, el lema del ciclo de actividades es ‘València, capital Erasmus’.
La Mesa Redonda estaba moderada por el director del Centro de Documentación Europea de la Fundación General de la Universidad, Cecilio Tamarit y contaba entre sus ponentes con dos profesores de la misma, Manuel Sanchis-i-Marco y Luis Jimena, así como con un alto funcionario de la Comisión Europea, Ernesto Penas. Verdaderamente 2017 es un buen año para reflexionar sobre el futuro de la Unión Europea. Durante el mismo se han cumplido diversos aniversarios de momentos estelares en el proceso de construcción de la Unión. El pasado mes de marzo se celebraron los 60 años desde la firma de los Tratados de Roma; también se han cumplido 30 años desde la puesta en marcha del programa Erasmus, 25 años desde la firma del Tratado de Maastricht, que sentó las bases para el diseño del euro y, por último, el pasado mes de agosto se cumplieron los 10 años desde la fecha que oficialmente se considera el inicio de la Gran Recesión, cuyas consecuencias aún nos siguen golpeando en nuestros días y que, sin duda, van a modelar el futuro de Europa y del mundo en general.
La crisis financiera internacional que se desató en 2007, no fue en su origen europea, pero rápidamente se convirtió en crisis bancaria, que afectó al sector real y a las finanzas públicas de los países de la Unión y que acabó dando lugar a una crisis de deuda soberana en 2010. En este caso sí con componentes genuinamente europeos, ya que en buena parte derivaban de problemas cuyo origen se encontraba en un mal diseño de la Unión Monetaria. Como consecuencia de todo ello se han producido desde entonces cambios extraordinarios y acelerados en la gobernanza europea, realizados con el fin de gestionar la crisis, con carácter no sólo institucional, sino también político y legal. Sin embargo, quedan muchas cuestiones pendientes que se deben abordar para fortalecer la Unión Europea ante crisis futuras, que no son fáciles de resolver y que han generado graves tensiones políticas en el seno de la Unión.
Como se comentó en la mesa, muchas de estas tensiones (la tendencia de la política de los EE.UU. en la era Trump, las pasadas elecciones francesas, el Brexit o el sesgo tomado en diversos países del grupo de Visegrado, entre otras) tienen como factor desencadenante común la ola de populismo y de nacionalismo que nos invade. El nacional-populismo puede afectar a la política de los distintos países de forma diversa. En unos casos en la dificultad para la formación de gobiernos estables; en otros por la simplificación que hacen de la realidad, presionando en contra de políticas cuyos beneficios sólo pueden verse en el largo plazo pero que no siempre gozan de popularidad a corto. El populismo es claramente un reto para la Unión Europea, puesto que en muchos aspectos esta última representa todo lo que se opone al nacional-populismo: la búsqueda del pacto y el acuerdo para la consecución de objetivos a largo plazo, basados en reglas igualitarias. Con todo, la victoria de los partidos europeístas en los Países Bajos y, especialmente, en Francia, abren la puerta a la esperanza para una nueva alianza franco-alemana que lidere el proyecto europeo. Por otra parte, los desarrollos recientes en la negociación sobre el Brexit están poniendo de manifiesto la sinrazón de su ejecución, dando lugar a un proceso negociador más lento y menos duro de lo que se anunciaba en un principio. Por último, la mejora en las perspectivas económicas de los países de la Unión (el viento de cola, del que hablaba el presidente Juncker) suponen otro elemento positivo adicional para el optimismo. La cuestión es saber si todos estos factores serán suficientes para impulsar de nuevo el proyecto europeo, que debe asentarse sobre la base de un sentimiento más profundo de ciudadanía europea, desterrando la imagen de que Europa se construye por las élites asentadas en Bruselas y ajenas a los problemas reales de la ciudadanía.
En mi opinión el Consejo ha sido inteligente al establecer en la llamada hoja de ruta de Bratislava las prioridades para los ciudadanos: la inmigración, el terrorismo, y la seguridad en el terreno económico y social. El debate sobre estos temas ha comenzado con el Libro Blanco de la Comisión del pasado mes de marzo junto a una serie de documentos técnicos sobre cada uno de estos aspectos (defensa, Europa social, globalización, unión económica y finanzas). El Libro Blanco establece un conjunto de cinco posibles escenarios, entre los cuales, uno de los más probables es el desarrollo de una Europa a varias velocidades. A esto se ha sumado un sexto escenario a partir del Discurso sobre el Estado de la Unión del presidente Juncker el pasado mes de septiembre que, a mi juicio, puede tener una importancia política muy notable de cara al futuro. No voy a hablar en este artículo de las propuestas recientes sobre el futuro de la eurozona. Lo dejo para otra columna futura. Baste decir que es en este aspecto donde existe un plan de trabajo más perfilado y que una propuesta concreta va a ser discutida en el próximo Consejo Europeo del 14 de diciembre, estableciéndose una agenda de reformas en dos fases: 2017-2019 (hasta las elecciones al Parlamento Europeo) y 2020-2025.
Quisiera dedicar mis últimas líneas al legado de Manuel Marín para València. La crisis nos ha demostrado que, junto al desarrollo económico, el proyecto europeo es fundamentalmente político. Programas como Erasmus, impulsado por Marín durante su etapa de comisario europeo, han hecho mucho más por la creación del espíritu de ciudadanía europea que otras políticas más costosas y, por tanto, menos eficientes. El programa Erasmus complementa la formación de nuestros estudiantes, fomentando el europeísmo y la profundización de las relaciones económicas y culturales. Valencia como tal, es el principal destino Erasmus de Europa con todos los beneficios que ello reporta. Menos conocido es también que junto a Erasmus, el comisario Marín impulsó el programa Comett al que se presentó el Consejo Social de la Universitat de València, dando lugar a la actual asociación Universidad-Empresa (Adeit). Muchas veces, con pocos recursos, pero bien empleados, se pueden alcanzar grandes metas.