Repasamos de la mano de una decena de diseñadores valencianos algunos de sus proyectos de packaging preferidos
VALÈNCIA. En lo referente a packaging, hemos hablado otras veces de los diseños eternos de envases, de los de medicamentos, de cervezas, de pizzas e incluso de los peores envases jamás concebidos. El repaso que haremos ahora será a través de una serie de diseñadores que destacarán un diseño de envase mítico o relevante por algún motivo, bien por su impacto, trascendencia, innovación o por simple nostalgia.
Y es que el campo de los envases es otra demostración viva de cómo el diseño cala en nuestras vidas para poder llegar a ser capaz de transportarnos a recuerdos o a lugares al ver de nuevo un packaging extranjero e incluso traernos de nuevo sabores al pensar en aquellas cajas donde nuestros abuelos guardaban especias o el café.
Así, un producto que la diseñadora Paula Aloy tiene entre sus favoritos es precisamente por su inmutable diseño de envase a lo largo de más de 100 años de historia. “Siempre me ha parecido que las cajitas de Juanola son un gran diseño” comenta la diseñadora de producto, espacios e interiores, quien destaca el juego de formas, materiales y colores con el que se conecta con el usuario: “La pequeña caja de cartón que contiene la característica cajita redonda y roja es un claro ejemplo de cómo atraer al que la observa, también de color rojo, y en el centro la marca definida con un rombo negro que identifica el diseño singular y propio de la pastilla. Un conjunto que produce el buscado efecto de atracción hacia el consumidor”.
Jose Aranda es socio de Aloy en Enblanc, y para destacar un envase apela a la nostalgia y a la funcionalidad: “El bote de Colón, cilíndrico, perfecto para detergente, sin aristas, de cartón y con miles de segundas vidas es el envase más multifuncional que he conocido después de cumplir su propia función”. Y es que probablemente aquellos tambores de detergente no serían ya identificables por las generaciones de niños de ahora, ya que ha sido un formato víctima de la optimización logística, del almacenaje y el transporte industrial, donde un envase cilíndrico perdía mucha capacidad respecto a los paquetes cuadrangulares de hoy en día, compactos y apilables, que no desperdician espacio. “Una vez se acababa el detergente el bote de Colón era un contenedor de juguetes, de herramientas, era una casa, un castillo ¡y una súper batería en la que emular a Roger Taylor tocando el We Will Rock You!”. En la parte gráfica del envase, Aranda destaca la contundencia del mismo: “Era muy bold y con una sola vocal, con presencia, brutalismo gráfico y colores muy primarios... sin duda lo comparo con el envase de ahora y me quedo con el de antes”.
También desde la nostalgia, el diseñador gráfico Antonio Ballesteros destaca los dispensadores de los caramelos PEZ, que califica como “un prodigio mecánico y estético, una máquina de ilusión” y recuerda cómo le impactó el primero de estos caramelos austriacos que vió: “Una tarde de verano mis padres trajeron unos cacharros de esos para mis primos y para mí. Me quedé flipado”. De hecho hasta que la compañía no enfocó estos caramelos al público infantil a mediados del siglo pasado no alcanzó la fama actual.
El ilustrador Andrés Sanchis, voz cantante del blog OFN, sigue la línea del producto para niños con un envase que realmente es el producto en sí. “Un envase que siempre me ha fascinado es el huevo Kinder Sorpresa, tanto en diseño de producto como en la colorida gráfica”. Al recordarlo, el ilustrador valenciano viaja al pasado y al ritual de apertura por el que todos hemos pasado: “Recuerdo perfectamente cuando tenía 8 o 9 años, y mis padres, como cada martes, me compraban una de estas chocolatinas. Recuerdo la sensación de cogerlo de la paraeta del Señor Pedro con sumo cuidado, para que no se rompiera, casi como si fuera un huevo de verdad. Abrir el envoltorio de papel de aluminio impreso, con un grafismo colorista y sencillo en aqueél entonces, muy cercano al diseño del logo de los rotuladores Carioca tan de moda entonces en las aulas de la EGB. Lo desenvolvía con delicadeza, y ya desnudo el huevo, presionaba con cuidado para que este se abriera por las rebabas que tenía en la unión de las dos piezas de chocolate. Esto es importante: debía abrirse por la rebabas, nunca quebrándose”. Tras recrearse en todo este delicado proceso y en el preciado interior, Sanchis es consciente años después de lo complicado del propio producto en sí: “Hoy en día pienso que la idea es buena, pero en la práctica debe ser un dolor de cabeza, sobretodo su transporte y mantenimiento, para que no se rompa el propio huevo de chocolate. Además, el hecho que en España, no podemos encontrarlo en verano ya que el chocolate de estos se derriten al ser tan fino. Pero todo esto no importa si el resultado es que un niño disfrute de estos 20gr de chocolate y de la sorpresa que llevaba dentro. Por eso los Kinder Sorpresa son unos de los envases que más adoro. Lo genuino está en convertir este envase en una experiencia. Convertir ese momento especial en un ritual casi mágico. Por lo menos para un niño de 8 años”.
Ramón Arnau, diseñador en Estudio Savage, tiene clarísimo qué envase escoger como mítico: “Las cajitas de cerillas de Alexander Girard para Vitra, con una gráfica muy cuidada y casi de producto de lujo consiguen elevar algo tan sencillo como unos simples mistos a la categoría de objeto fetiche”. Arnau se apasiona destacando esta aplicación gráfica del diseñador neoyorquino: “Son dignos de coleccionar y tenerlos en un sitio privilegiado, es un producto para sibaritas. Y para colmo de los años cincuenta”. “Por otra parte, juegan a algo que en el estudio nos gusta mucho, que es hacer grandes las pequeñas cosas, mimarlas sin juzgar lo que contienen o para qué sirven. Es lo que tiene el buen diseño, que todo lo que toca lo convierte en oro. Hasta una cajita de cerillas”.
La diseñadora Maite Canet, del estudio valenciano Kilo, va directa a uno de los iconos de la historia del diseño gráfico: La cajetilla de Lucky Strike, diseñada por el padre del diseño industrial moderno, Raymond Loewy, en 1942.
Desde Castellón, Silvia Casanova del estudio JuárezCasanova coincide también en el paquete de Lucky Strike, ya que además, su compañero Javier Juárez lo tiene de referencia como icono. “Cuando estudiaba en la Escuela de Arte, si estudiabas diseño y fumabas Lucky era lo más, ¡qué gran poder el de la imagen!”. Aunque hablando de tabacos la diseñadora hace alusión a otro packaging que le toca de más cerca al echar la vista atrás: “Personalmente hay un envase con el que me he criado, que veía a diario, su caja, su imagen, su olor... me trae unos recuerdos que asocio con mi abuelo, cada día cuando iba a verlo a su casa, recuerdo el momento en el que iba a su despacho, al cajón en el que guardaba la caja de Farias, era todo un ritual, abrir la caja, seleccionar el puro que iba a fumarse, seleccionarlo bien, olerlo, volver a cerrarla con cuidado y guardarla”. “Un diseño brillante asociado a un recuerdo entrañable”, apostilla.
Casanova también destacaría la maravillosa botella de Terry o la campaña de Mariné para el vodka Absolut. Y es que junto al de los perfumes, el sector de las bebidas probablemente sea de los que más invierten en diseño para poder diferenciarse (por eso también son tan copiados), y sólo los buenos casos de packaging logran convertir en símbolos sus propios contenedores, como también es el caso de Coca Cola o de Anís del Mono.
La diseñadora industrial y de producto Inma Bermúdez, colaboradora de IKEA o Lladró, entre otras firmas, se inclina sin ninguna duda hacia otro recipiente ya icónico, el de la archiconocida salsa de soja Kikkoman, diseñado por el japonés Kenji Ekuan en 1961. “Esta botella es perfecta a todos los niveles, funcional, discreta y bella por su simplicidad” recalca Bermúdez, quien destaca el form-follows-function que hace que este envase de la empresa centenaria nipona sea todo un clásico. Un ejemplo de que el buen diseño perdura en el tiempo, ya que en más de cincuenta años no ha variado.
Ester Dus, diseñadora gráfica, menciona también a Kikkoman: “Pensando en envases del día a día, lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido la mítica botella de Kikkoman, por su funcionalidad a la hora de cocinar y su elegancia sobre la mesa”. Pero llevada también por la nostalgia, Dus cita otros dos productos por su envase: “He recordado los Mini Babybel, su textura y la emoción que sentía al abrirlos, los dos únicos motivos por los que convencía a mi madre para que me los comprara, aunque el quesito se quedara siempre en el plato. Aunque tengo que decantarme por el envase de Nocilla porque su vaso, que pasaría a ser parte de la vajilla de casa, conseguía que te lo llevaras pese a que te gustara más el sabor de su competencia”.
En este repaso resulta muy curioso cómo la nostalgia está asociada a ciertos rituales, a procesos motivados por el diseño, al uso del envase, al diseño por su vertiente más funcional y menos por el lado estético.
Socia del estudio Yonoh, diseñadora industrial y de producto, Clara del Portillo destaca los envases del proyecto Tapped, una iniciativa finlandesa para comercializar savia de abedul en unos originales recipientes. “Me parecen interesantes porque no parecen botellas de agua como tal, y hacen referencia a los árboles”. La asociación con la naturaleza, en un proceso tan natural, es imprescindible. La recolecta de esta savia se realiza en primavera después de que en invierno los abedules hayan almacenado en sus raíces minerales y vitaminas que en la siguiente estación son filtradas por el agua hacia el tronco para nutrirlo.
Siguiendo con formas cilíndricas, a la diseñadora alicantina Sabina Alcaraz lo primero que le viene a la cabeza al ser preguntada por un envase es el arroz Sivaris, un proyecto de packaging de Pepe Gimeno. Y es que para un diseñador es difícil no comprar por la etiqueta, y como reconoce la diseñadora de Xixona, “cuando lo descubrí, algo cambió mi mente, me sorprendió y me inspiró muchísimo por su sencillez y resultado”. Con un sencillo envase (un tubo de cartón creado para envolver petardos) se renueva el producto con un resultado muy atractivo, colocando un producto tradicional como es el arroz a otro nivel.
Y es que no hace falta invertir mucho dinero para obtener proyectos espectaculares, singulares y que sean recordados por ser buenos trabajos.