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CRÍTICA

La orquesta de Les Arts pisa por vez primera el Palau de la Música

A pesar de las diferentes condiciones acústicas, la Orquesta de la Comunidad entusiasmó al público

2/07/2017 - 

VALÈNCIA. La actuación de la orquesta de Les Arts en el Palau de la Música ha querido visualizar la voluntad de colaboración entre ambos recintos. Es la primera vez que sucede, aunque no disten entre sí más de un cuarto de hora a pie, y aunque estén gobernados por coaliciones del mismo color político. Tampoco sucedió antes, cuando el Partido Popular gobernaba Ayuntamiento (del que depende el Palau de la Música) y Generalitat, responsable del Palau de Les Arts. Para subrayar aún más lo que parece una buena sintonía, el intendente de éste, Davide Livermore, acudió al concierto, así como Glòria Tello, concejala de Cultura y Presidenta del Palau de la Música.

Pero el interés del concierto tenía, sobre todo, motivos estrictamente musicales, derivados de las condiciones acústicas en que se mueven la Orquesta de Valencia y la de Les Arts. La primera actúa en la Sala Iturbi, un espacio del Palau diseñado para la música sinfónica por el arquitecto García de Paredes, que consiguió en ella una excelente acústica. En Les Arts, Santiago Calatrava también lo logró en la Sala Principal, destinada a la ópera, donde se priorizan los requerimientos de la voz por encima de los orquestales. No tuvo Calatrava el mismo éxito en el Auditorio Superior del coliseo, que se reserva principalmente para la música sinfónica: podría elaborarse un largo catálogo de defectos que afean la sonoridad de todas las formaciones que han pasado por allí. Y es en tal auditorio donde la orquesta de Les Arts (oficialmente denominada con el farragoso nombre de Orquesta de la Comunidad Valenciana, o con sus siglas, OCV) se ve obligada a interpretar el repertorio sinfónico o sinfónico-coral. Un repertorio que también debe frecuentar, como lo hacen –si quieren mantenerse en forma- todas las orquestas de ópera del mundo.

Así pues, los valencianos no habíamos tenido ocasión de escuchar en condiciones esta clase de música a una de las dos orquestas que tenemos. Y había, entre los aficionados, una natural curiosidad para valorar a la OCV en una sala adecuada. Máxime cuando iba a llevar la batuta Roberto Abbado, uno de sus dos directores titulares.

Pero el italiano no pudo intervenir. Abbado, a quien ya vimos con el brazo derecho en cabestrillo en el estreno de Tancredi, y que ha seguido adelante con las cuatro representaciones restantes, canceló el concierto sinfónico por recomendación médica. Le sustituyó Asher Fish, un director completamente nuevo para la formación. Nueva sala y nuevo director: se abrían más interrogantes. Es preciso recordar también que el programa exigía la contratación de bastantes refuerzos, pues la plantilla de la OCV menguó mucho a partir de la marcha de Zubin Mehta. Aunque se incorporaron trece músicos en 2015, aproximadamente un 20% de los que subieron al escenario del Palau de la Música no eran de plantilla. Un riesgo más para la cohesión.

Fue todo muy bien, sin embargo. Empezaron con Wagner, del que se interpretó el Preludio del III acto, seguido por El Encantamiento de Viernes Santo, ambos de Parsifal. Desde el primer momento se percibió una gran densidad sonora, no sólo originada por las características de la partitura y el número elevado de instrumentistas (79 en este caso). La acústica es, como corresponde, menos seca que la del foso de Les Arts y, al tiempo, con un empaste mucho más trabado que en el Auditorio superior de la ópera. Se producía así un sonido lujosamente aterciopelado. Pero no impedía percibir, y Asher Fish lo hizo muy visible, el entramado polifónico de ambas páginas. Fish también subrayó los temas que las atraviesan, sugirió la intimidad y los colores de la naturaleza en la segunda de ellas, y mostró un fraseo cálido y expresivo. Una batuta a tener en cuenta, desde luego. La orquesta respondió a sus indicaciones, y empezó ya a mostrar la calidad y la cohesión de sus secciones, aspecto este que culminaría realmente en Mahler.

Vino después La muerte de Cleopatra, escena lírica que compuso Berlioz en 1829. La soprano Anna Caterina Antonacci actuó como solista. Compuesta a los 26 años, revela el colorido que el compositor francés sabía poner en sus páginas, así como el instinto dramático que las recorre. Antonacci sirvió bien este aspecto, expresándose con intención, pero su voz no parecía estar en las mejores condiciones: resultó tapada por la orquesta demasiadas veces, los graves, más que cantarse, se decían, y los agudos resultaban poco homogéneos con los otros registros de la voz. La orquesta, por su parte, quizá por la diferente reverberación de la sala, no consiguió aquí toda la transparencia que demandan algunas sutilezas de Berlioz.  Sí que transmitió, y con gran vigor, los efectos descriptivos y casi cinematográficos que anidan en los pasajes más sugerentes de esta obra.

Tras el descanso, la Primera Sinfonía de Mahler supuso una plataforma inmejorable para que director e instrumentistas lucieran, de nuevo, todas sus habilidades. La obra plantea un dilema a los intérpretes, especialmente a la batuta. Llena de sonoridades y temas de corte bucólico (algunos de ellos extraidos de los Lieder eines fahrenden Gesellen), anidan también en ella el sarcasmo, la irreverencia y el sentido de la contradicción que Mahler conyinuará desarrollando en obras posteriores. Asher Fish pareció decantarse por la visión más risueña, aunque no le negó al tercer movimiento, donde la canción infantil Frère Jacques, pasada a modo menor, se convierte en marcha fúnebre, todo el cruel potencial de burla y drama que contiene. En cualquier caso, la trayectoria sinfónica fue servida con lógica y claridad, al tiempo que se aireaba el tejido sinfónico para hacer visible la capacidad de Mahler como orquestador. La tensión, por otro lado, no decayó en ningún momento de la partitura, y se hizo tan evidente en la interpretación de los músicos como en la recepción del público.

Resulta imposible mencionar a todos los solistas y secciones cuya labor fue destacable en esta sinfonía: cuerdas, maderas, metales y percusión respondieron al reto con tanta técnica como entrega. La partitura plantea a veces cambios bruscos de atmósfera, y ninguno de ellos fue descuidado, porque ninguno de ellos es prescindible en el complejo lenguaje que el compositor dispone bajo una aparente banalidad.

La gente, entusiasmada aplaudió muchísimo. Y lo hizo sinceramente.

No podía ser de otra manera.

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