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'MEMORIAS DE ANTICUARIO'

Ruta por los oficios extinguidos y en peligro de extinción de Valencia

24/07/2016 - 

VALENCIA. Hay que hacerse a la idea de que la ciudad imaginaria es, en buena parte, una utopía, un imposible. No podemos añorar algo que va contra el signo de los tiempos y que exigiría un cambio de paradigma, de costumbres, de forma de ser. No puedo ni debo pedir que nuestra querida ciudad vuelva a ser la de antes del derribo de su muralla: es excesivo y extemporáneo, pero no es pedir demasiado-no se a quién, exactamente- que no desaparezcan ciertos modos y formas de trabajo, de vida: los pocos artesanos que quedan intramuros. La memoria puede evocarse para recordar hechos luctuosos, entre otras cosas para que no se repitan, pero promovamos una memoria en tono positivo: hagámoslo también para reivindicar una manera de fabricar y crear cosas, de relacionarnos luego con ellas, que implica una idea de la vida más lenta, menos virtual y más sólida y permanente. 

Afortunadamente algunos talleres todavía se mantienen por relevo generacional y, sobretodo, porque hay una clientela que demanda su trabajo. Hablamos de sagas  de tercera o cuarta generación cuyos inicios se pierden en los albores del siglo pasado, incluso en el XIX. En otros casos por esta falta de sucesión, el taller cerrará  con la jubilación de su maestro y les aseguro que en estos casos la sustitución es harto complicada. En la era postindustrial la destreza manual se va perdiendo y la transmisión del saber también. No veo mucho interés tampoco por ser aprendiz de tornero por ahí.

Siempre me ha parecido fascinante el caos perfectamente ordenado de estos talleres, que por una u otra razón visito ocasionalmente. Un universo de herramientas, moldes de piezas, proyectos a medio acabar, trabajos a punto de ser entregado, un rincón de libros especializados, un patinillo al fondo de un inmueble de una distribución laberíntica propia de otros tiempos…Cada taller posee un olor característico: en unos casos a barnices y disolventes, en otros a maderas recién serradas, cuando no a metal recién pulido (sí, el metal también huele). Todos suelen tener un rincón en el que se exhiben muestras acabadas para que el cliente compruebe por sí mismo la calidad en los detalles y la valía del maestro. 

Ya no existe en Valencia ninguna calle cuyo nombre y los negocios existentes en la actualidad, guarden relación. La nomenclatura permanece pero los artesanos se han ido extinguiendo. Ya mencioné unas cuantas de estas calles en una entrega anterior, pero ojeando el libro de Juan Luís Corbín sobre el origen e historia de las calles del Centro Histórico de Valencia, me asombra la ingente cantidad de estas que hacen referencia al gremio en cuestión. No sabría decir si existe un hecho parecido en otras ciudades: sólo con la letra “C” tenemos Calderers, Cadirers, Carniceros, Cordellats,, Corredores, Cerrajeros, Cedaders. Cabillers (esta es la calle que une la Plaza de la Reina con la calle Avellanas) ¿saben a qué se dedicaban estos últimos? Según el erudito Orellana sin duda por haber en ella peluqueros, oficiales, o sutos que entendiesen de aliñar y componer el pelo, rizar el cabello, o tal vez, hacer también y fabricar pelucas”. Fantástico, ¿no?

Entre los talleres que se desperdigaban intramuros, unos estaban dedicados a la creación (pintores, imagineros, orfebres), otros a hacer lo posible para que las cosas duraran (restauradores, tapiceros ). Anticuarios y coleccionistas como gente rara que somos, todavía nos nutrimos de las habilidades de estos maestros y ello porque, afortunadamente, no se ha inventado la alternativa a ellos.

Los últimos de Ciutat Vella

Les propongo un recorrido por algunos de los que todavía trabajan sus respectivas especialidades Puede ser a pie, pero les recomiendo la bici para hacer más llevadera esta ruta que llamaremos “de los últimos artesanos de Ciutat Vella”. Estimados lectores, les presento una rareza de nuestros días: personas que todavía se ganan la vida con sus manos, su talento y su experiencia.

 Iniciamos el recorrido tirando una moneda que cae de forma aleatoria en la Calle Na Jordana. Allí tenemos Piró Orfebres,  una institución en la orfebrería en plata desde 1925, herederos del importante gremio de plateros desde la época medieval. Piró es posiblemente el taller en platería más importante de los que quedan en la ciudad y merecen un artículo entero por muchas razones. 

Si nos dirigimos hacia el Museo del Carmen, junto a este tenemos el taller de Martínez, especializado en la reparación de instrumentos de viento, así que no le lleven un violín para arreglar. Recientemente lo visité por primera vez en relación a un clarinete francés del siglo XIX. Se ahí salimos a la calle baja donde está el taller de Montoya, experto en la elaboración artesanal de peinetas de valenciana. Yo diría que junto con Roda en la calle del Mar y algún otro por Velluters, son los únicos existentes en el centro histórico.

Desde la Plaza del Tossalt (denominación que viene por estar situada en la parte alta del barrio), cogemos la calle del Moro Zeit (gobernador almohade de la ciudad) hacia la Calle Eixarchs nº16 donde Pedro Arrúe tiene un magnífico y flamante nuevo estudio-taller, que es un mundo en sí mismo. Un pequeño museo plagado de excelentes piezas de imaginería religiosa y pintura, adquiridas durante años, de coleccionismo casi enfermizo. A Pedro no le habría importado nacer en el siglo XVIII y codearse con los Vergara. Arrúe es un imaginero y pintor de tema religioso excelente. 

 A pocas calles y desde 1964 en la calle Tejedores  se encuentra el taller de Antonio Puerto. Todo un clásico dedicado a la restauración y reproducción de muebles y objetos antiguos siguiendo los modelos y las formas de ejecución transmitidas desde tiempo inmemorial. No son pocas las casas que conservan alguna pieza realizada en este taller. Arquetas, Bargueños, Bastones con marfil,  Cruces o Trípticos son su especialidad. Antonio Puerto destaca por la destreza en el trabajo del marfil, el huesto o el ébano.

Saliendo a la calle Guillén de Castro habrá que bajarse de la bicicleta para recorrer varias travesías en dirección opuesta al tráfico (para que luego no nos digan que circulamos en la bici por la acera). Allí, en el número 58 esta el precioso y fotogénico taller y tienda del salmantino afincado en Valencia David Merchan.  Al  joven lutier lo conocí a través de una llamada telefónica por la que me pedía instrumentos de cuerda antiguos que estuviesen para reparar. En su taller se encarga de la venta de instrumentos antiguos y del mantenimiento en perfecto estado los que le llevan músicos de las principales orquestas de la ciudad. Trabaja con joyas de los siglos XVIII al XX y posee el titulo de lutier que imparte la prestigiosa “Scuola Internazionale di liuteria A. Stradivari” de Cremona.

Nos adentramos de nuevo en el “centro del centro”. Antiguamente existía una calle llamada Campaners (otra calle gremial) y que formaba parte del entramado de callejuelas que se derribó para abrir la plaza de la Reina. En el año 1897 Sambonet abrió ahí su pequeño inicialmente especializado en imaginería, retablos y dorados. Más tarde la especialización vino por el campo de los dorados. Hoy en día su trabajo en el dorado se centra sobretodo en la reproducción y restauración de marcos y molduras antiguas y podemos encontrarlo en la calle Comte d´Olocau, tras el Almudín y en la calle Samaniego.

 

 Muy cerca en la Calle Palau, frente al gótico Palacio del Almirante nos encontramos con otra rara avis del lugar: Gil Gil es un tapicero que hace de su trabajo un pequeño arte y así lo quiere transmitir con la decoración de su local. Acabamos nuestro recorrido frente a la puerta del Palau de la Generalitat, donde tiene su taller de encuadernación José Llorens, desde 1882 tras cinco generaciones de artesanos dedicados a “vestir libros”.

La riqueza de Valencia reside también en que se puede conocer desde muchos puntos de vista. Es como una cebolla a la que se le van quitando capas. La de este mundo tan íntimo pero plagado de historias, el de los últimos talleres (y que duren), tal vez sea una de las capas más profundas, desgraciadamente, pero no menos apasionante.

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