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la opinion publicada / la foto

Riqueza disecada

| 15/05/2022 | 2 min, 16 seg

VALÈNCIA.- Un espectáculo espeluznante de muerte disecada. Cientos de animales, la mayoría en peligro de extinción, algunos ya extintos; quién sabe si extintos, precisamente, para pasar a formar parte de la colección que Francisco Ros Casares acumuló en una nave de Bétera durante décadas, continuada tras su muerte por parte de su hijo Francisco Ros García.

En el pasado, la sociedad tendía a ser más indulgente con estas cosas. No en vano, el anterior jefe del Estado se pasaba la vida cazando. ¿Y qué decir del anterior jefe al anterior jefe del Estado, esto es, del mismísimo Francisco Franco? Ese hombre no es que cazara, sino que tenían que traerle la caza en camiones para que pudiera así alcanzar sus míticas proezas cinegéticas, con récord en 1959 de 4.601 perdices en un solo día (entre él y sus acompañantes de cacería, veinte en total; saldrían a unas 230 perdices por cazador, aunque seguro que el Caudillo abatió más).

Pero, afortunadamente, los tiempos han cambiado —aunque no lo suficiente, y además quizás lo han hecho demasiado tarde—, y ya no vemos con buenos ojos aquello de esquilmar la naturaleza por un deporte que luego tiene a menudo una segunda parte en materia de exhibicionismo de trofeos. Han cambiado porque todos podemos ver cómo se deteriora a marchas forzadas nuestro medio ambiente, y eso de ir en procesión de fin de semana con los todoterrenos a arrasar un medio natural como deporte ya no viste tanto. Si además te vas a Botsuana con tu amante mientras están a punto de intervenir tu país y eres el jefe del Estado (no el anterior, entonces, en 2012, era el vigente), Juan Carlos I, peor aún.

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De hecho, hubo un claro antes y después de las fotos del rey de España posando con sus trofeos de caza, quintaesencia del absurdo y obsceno derroche de algunos ricos a los que les encanta ejercer de tales mediante el exceso. La colección de Ros Casares, que aún se pretende vender desde la familia como un «legado» a la sociedad valenciana, va en esa misma línea: un legado de muerte y destrucción. Un sinsentido, salvo si explicitamos que lo que realmente se busca ahí es enaltecer la figura de quien los ha matado y ordenado disecar, y no de los pobres animales que forman parte de la macabra colección.  

* Lea el artículo íntegramente en el número 91 (mayo 2022) de la revista Plaza

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