La artista canaria acaba de publicar la novela gráfica El bebé verde, donde habla de la relación entre infancia, transexualidad y héroes del pop
VALENCIA. A Roberta Marrero se le atribuye una frase que dice: “Todo lo que no me ha dado Dios, me lo he comprado yo con mi dinero”. Nadie, ni siquiera la interesada, puede asegurar que el aforismo le pertenezca originalmente, pero eso, casi desde el primer momento, da igual. Roberta es esa frase y ese matiz prácticamente la convierte en su dueña. Otra anécdota que me contó durante una entrevista, también la define bien. Años atrás, una de sus ocupaciones era ponía música en locales nocturnos, esa labor coloquialmente aceptada como ejercer de dj. Nacho Canut, que la admira como artista y la aprecia como amiga, insistía siempre en que pincharan juntos. Y juntos se recorrieron buena parte de la geografía nacional. En una discoteca de Granada, mientras ofrecían una sesión, se encontraron a un tipo plantado delante de la cabina dando la tabarra. Era evidente que el tipo se burlaba de ellos. Su novia le reía las gracias así que él seguía allí delante, con risitas estúpidas y cuchicheos. Harta de la situación, Roberta detuvo la música de golpe. El local se quedó en silencio y entonces ella le preguntó al graciosillo: “¿Qué quieres?” Esa madrugada, Canut sentenció que la Marrero se comportaba como debe hacerlo una estrella. Problemática –acotó Nacho-, pero estrella.
Admiro a Roberta desde el primer momento en que supe de su existencia. Hay algo en ella que produce ese efecto. Algo que te informa automáticamente sobre un talento alimentado por la voluntad de ser ella misma. La conocí en Chicote, una noche en la que yo ponía música. Hacía poco que se había trasladado a Madrid y también tardaría poco en despuntar allí. Al poco de conocerla la vi en Descongélate, película de Félix Sabroso y Dunia Ayaso donde tenía un pequeño papel. Unos meses más tarde ya estaba registrando el que sería su primer álbum. A la vanguardia del peligro apareció en 2005, en el sello Susurrando de Pablo Sycet, con una portada tan locuaz como su título. La artista sin maquillar, con un ojo morado. También apareció como voz invitada en el primer álbum de Spam. Llegué a escribir una letra para la canción que grabó en él, pero la idea no cuajó. Me hubiese gustado mucho que Roberta cantara una letra mía, pero de momento, cantar no es algo que figure entres sus planes. Sus collages y sus dibujos son su actual medio de expresión.
Una manera fácil de llamar la atención sobre ella es decir que Joe Dallesandro, uno de sus ídolos, utilizó obra suya para una serie de camisetas que él mismo lanzó (colección en la que también hay una obra de la valenciana Mavi Escamilla). Uno de sus collages forma parte de la exposición itinerante David Bowie Is…, y está incluida en la parte dedicada a la influencia de Bowie en los nuevos artistas plásticos. Son hechos que hablan por sí mismos. Pero nada comparable a la sensación que produce leer y ver El bebé verde, su segundo libro. El primero se titulaba Dictadores y consistía en imágenes de caballeros pertenecientes a dicha categoría vistos a través de una estética pop llena de referencias a la cultura gay.
Virginie Despentes –otra rendida admiradora de la Marrero- firma el prólogo de El bebé verde. Es la primera gran emoción de un libro emocionante de principio a fin. La generosidad con la que la escritora, icono del feminismo contemporáneo, habla de Roberta no es un simple elogio literario: es la constatación de algo que no puede pagarse materialmente. El triunfo de esa unión que, como decía antes, es productor del talento y la valentía. Despentes dice cosas preciosas del libro. Una de las que más me llegan es esta: “Dice, “estoy herida”, no para que nos ocupemos de ella sino para decir a los que leen, “Y tú también estás herido. Vamos a cuidarnos los unos a los otros”. El bebé verde cuida. Es un libro dulce, un acto de generosidad, un creador de vínculos”.
Es imposible no querer al bebé verde del libro de Roberta. Ese bebé que, antes que cualquier otra cosa, antes de ser hombre o mujer, es solamente un bebé. Una criatura tierna que busca lo mismo que queremos todos, ser aceptado y querido. Un personaje pequeño que no tiene más remedio que ser fuerte para poder defenderse de la crueldad y los prejuicios, y combatirlos también. El bebé verde que fue Roberta, en su Canarias natal, luchando por ser ella misma teniéndolo todo en contra empezando por su propio cuerpo es por derecho propio un personaje de Tim Burton. Posee cualidades similares a las de los héroes y heroínas de su obra. Criaturas que, mezclando inocencia y coraje, logran que nos cuestionemos dos de los conceptos más idiotas que existen: lo normal y lo raro.
Por supuesto, Tim Burton y su mundo forman parte del que ha creado en torno a sí misma Roberta. Esa familia de adopción que tenemos todos aquellos que hemos nacido sin encajar donde se supone que deberíamos hacerlo. El bebé verde tiene la bondad y el malestar de Eduardo Manostijeras y la dulzura de Frankenweenie, también la melancolía del Chico Ostra. Posee el humor y la gracia de Jack Skellington. Roberta y su bebé son una adorable pesadilla antes, durante y después de navidad. Pesadilla feliz en la que lo que realmente da miedo es aquello que generalmente es aceptado porque no cuestiona ninguna regla. Todo aquello que asusta a los ignorantes y que no es más que una reivindicación del derecho a ser lo que queremos ser. Roberta es como los Munster y la Familia Addams. Lo que a unos les parece extraño, para otros es lo cotidiano. Y como Morticia dijo en una de sus películas, la normalidad es una ilusión: lo que para la araña es equilibrio, para la mosca es el caos.
Leyendo El bebé verde supe el motivo por el cual la conexión con Roberta, al menos en mi caso, fue automática y previa a cualquier razonamiento intelectual. A pesar de la fuerza de su personaje, en su trabajo hay amor y gratitud, no existe ira, solamente la necesidad de ser ella misma. Otra anécdota suya que adoro es cuando, al poco de empezar una sesión en un club madrileño se le acercó un tipo y le dijo: “La música va a ser así todo el rato?” “No. Va a ser peor”, contestó ella. Hoy es Navidad, el día en que se invoca al amor universal y yo me sumo a ello a través de ese bebé verde que descubrió su lugar en el mundo gracias Boy George. Con él empezó todo: New York Dolls, Marc Almond, Warhol, Bowie, Divine, Patti Smith… Me gusta saber que Roberta y yo vivimos en la misma dimensión de la realidad, no solamente porque la gran mayoría de sus referentes también son los míos. Me gusta porque cita a Nietszche o Rimbaud con la misma convicción con la que cita a Candy Darling o Morrissey. Me gusta porque le cede una de las páginas de su libro a Pitágoras para que nos recuerde esto: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”.