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EL CABECICUBO

'Master of none': la miseria vital de los treintañeros

Los humoristas Alan Yang y Aziz Ansari estrenan en Netflix una comedia que profundiza en los problemas y el día a día de los treintañeros neoyorquinos en plena crisis

5/12/2015 - 

VALENCIA. Hace unos meses hablábamos de 'Unbreakable Kimmy', una serie de Netflix sobre una chica que era liberada de una secta que la había secuestrado durante quince años. John Hamm (Don Drapper de Mad Men) era el gurú de esa nueva religión que la había mantenido bajo tierra y Tituss Burgess en el papel de travesti negro y único amigo que hace en Nueva York. Al lado de este último va tratando de salir adelante en una serie de argumentos que critican una sociedad neoyorquina, clasista y superficial.

Ahora la misma cadena vuelve con un producto similar. El 6 de noviembre estrenó Master of none, sobre un aspirante a actor, inmigrante, y de 32 años, con todo lo que ello supone. Es decir, el protagonista está en ese momento de tu vida en el que te lo puedes haber pasado muy bien, pero en realidad no has hecho nada productivo. O viceversa, en el que has alcanzado metas muy productivas y ahora te das cuenta de que no has vivido y en las reuniones sociales te tienes que salir fuera porque te asfixias y te dan taquicardias. Son los treinta y tantos años. Esa edad que se puede sufrir desde todos los ángulos posibles.

En la primera entrega ya golpean donde más duele, en la epidemia. Ese momento cuando todo el mundo empieza a tener hijos y uno se queda desubicado si no se ha puesto a ello. El llamado reloj biológico. Al público español no le es ajeno, la mujer en nuestro país es madre a los 30,4 años de media, según el último Eurostat. 

Un personaje hace una reflexión interesante en este sentido. Dice que abandonada la vida rural, los hijos ya no valen para cuidar las granjas. En la ciudad son una carga más que una solución, como antaño. Y sentencia: "Los niños están obsoletos". En su contra los argumentos son los habituales, tener hijos es una sensación que no se puede comparar a nada en el mundo, ni mucho menos a irse de copas, etcétera, hasta que llega el divorcio y el separado con hijos es el que se acerca a los aludidos planteamientos de la obsolescencia.

No es una serie de gags desternillantes, de grandes impactos humorísticos, pero el nivel de los chistes es bastante procaz. Un niño, por ejemplo, frota su pene en los waffles congelados del supermercado y le dice a su cuidador "es que me da gusto". Así por las buenas. Y las charlas sobre el riesgo de embarazo con la marcha atrás y la teoría de que si te bañas mucho en el jacuzzi tus espermatozoides sufrirán un genocidio, bajará la producción y eliminarás riesgos, están en la misma línea.

Paternidad

En otro capítulo se tratan las relaciones de los nacidos en los setenta con sus padres. En España es claramente perceptible que una generación de padres se sacrificó para que sus hijos vivieran en una comodidad nunca vista hasta entonces, rodeados de juguetes y luego videojuegos. Del mismo modo es evidente también que sus retoños luego se convirtieron en una suerte de pequeños emperadores que, ahora, cuando los viejos son los que necesitan atención, pasan de ellos como de una película con anuncios.

En el caso de la serie los ejemplos que se ponen son mucho más sangrantes, porque los protagonistas son inmigrantes, sus padres lo dieron todo por darles lo mejor saliendo adelante de la nada, a veces sufriendo el racismo en sus carnes, para que luego ellos, cuando alcanzan la treintena y sus padres quieren como mínimo tener una charla con ellos y que les hagan algún favor a su maltrecha espalda, hacen oídos sordos con una hipócrita sonrisa en los labios.

Es muy divertido escuchar a los personajes quejarse de que sus padres nunca les dijeron cosas bonitas o que nunca estuvieron orgullosos de ellos. Siempre querían más, esperaban que fuesen a Harvard o a Plutón. Como si en lugar de chinos fuesen castellanos viejos de las comarcas más despobladas de la España interior, uno lamenta que cuando fue a cenar con los padres blancos de una novia le dieron más abrazos esa noche que sus padres en toda su vida.

En cuanto a las oportunidades laborales, el personaje Dev Shah (Aziz Ansari) entró en el mundo de la actuación porque le pararon en un supermercado con la oferta de aparecer en un spot publicitario porque necesitaban a alguien de una minoría étnica. Desde ese día, su profesión es la de actor.

Su búsqueda de un lugar en la profesión es un martirio. Recuerda a Penny, de Big Bang Theory, cuando en la temporada 7 protagonizaba película de serie b sobre un gorila-humano y el director estaba mirando el móvil mientras rodaba, pues aquí ocurre exactamente lo mismo. Debe ser habitual en la vida perruna de los actores no consagrados.

Aunque sea una comedia, la serie tiene un punto de tristeza. No deja de ser una denuncia lo que plantea. Ansari, en un artículo publicado en el New York Times a los pocos días del estreno, contó que la primera vez que vio un protagonista hindú en una película fue en Cortocircuito 2 (el personaje de Ben Jahveri, interpretado por Fisher Stevens) Nunca había visto protagonistas de su nacionalidad en las películas americanas, a excepción de taxistas o repartidores, como ocurría en Friends, que también transcurría en Nueva York, y éste era el protagonista. Dice que sintió algo especial. Sin embargo, años después se metió en internet a ver qué había sido de él y descubrió que en realidad el actor era un blanco maquillado imitando el acento indio.

El reportaje ponía de manifiesto cierta exclusión a la que se enfrentaba en su profesión. El caso de Cortocircuito no era el único que había ocurrido en el que un blanco interpretaba a alguien de su raza e, incluso él, después de haber aparecido en series y programas de televisión y tener una carrera como cómico respetable, cada vez que le llamaban para un casting era para hacer de alguien que destacase los estereotipos de su raza. La personalidad de esos personajes se reducía a "ser indio". Él mismo daba los datos de la situación. Solo un 16% de los protagonistas del cine americano pertenecen a minorías y un 6,5% en televisión. La única buena noticia era la televisión por cable, con casi un 20%. Pero a la hora de recordar cuándo un asiático había besado en pantalla, solo se le ocurrían dos después de mucho esfuerzo. Uno en Lost y otro en Walking Dead. De modo que Master of none da el toque de humor a una situación real un tanto amarga.

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