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LA CIUDAD Y SUS VICIOS

“Todo esto será huerta”: un plan para llenar de verde la Valencia más gris

Los agricultores más activos planean convertir algunos naufragios del boom inmobiliario en áreas de huerta

28/11/2015 - 

VALENCIA. Unos tipos de manos curtidas y correoso talante han tomado una aguja y un hilo de coser entre sus dedos. Se preparan para recomponer un territorio que en alguno de sus fragmentos quedó como tras el paso de un tiburón, todo cubierto de dentelladas. Son agricultores que después de defenderse y perder un sinfín de batallas, de apuntarse solo algunos triunfos, aspiran esta vez a mirar el plano sin imaginar cuánta huerta perderán sino cuánta ganarán.

Valencia fue identificada con un Detroit en fase beta que iba dejando cadáveres a su paso cuando no zombies, pedazos de ciudad con una supuesta vida interior y en un profundo estado de aletargamiento. Una obcecación en urbanizar que llevó a algunos padres a querer registrar a sus hijos bajo el nombre civil de PAI. Con ello la negación continuada de la huerta, un rasgo propio tomado como señal de atraso que bloqueaba el desarrollismo.

Las cosas han cambiado. El tiburón invencible hoy parece un furby con los ojos cerrados. Desaparecida temporalmente la amenaza los agricultores más vivos ponen pie en la Valencia más grisácea, carne de PAI, espacios urbanizados con parálisis. Frente a aquellos parajes entonan una intención: todo esto, o al menos un poco, será huerta.

Entre PAI y PAI, detectan el espacio con el que consumar el cambiazo: infraestructuras verdes en espacios urbanizables. “Desde hace año y medio estamos identificándolos en la plataforma colaborativa ‘Analizo’. ¡Somos innovadores tecnológica y socialmente!”, exclama Josep Gavaldà, de Per l’Horta, un tipo en permanente estado de imaginación haciendo de lado el derrotismo.

¿Pero y estos -podría brotar la duda- qué quieren ahora si la voracidad urbanística está ya dormida? “Después del tsunami inmobiliario la ciudadanía necesita tomar el control sobre el futuro de nuestras ciudades y de nuestros bienes comunes como l’Horta de Valencia. Por eso lo primero que necesitamos es identificar aquellas zonas de libre edificación (independientemente de su clasificación urbanística) para reclamar su uso como huerta tradicional, huertos comunitarios o parques de barrios”, sellan.

Valencia queriéndole dar calabazas a Detroit tras su hermandad funesta. En marcha el replanteamiento. Verde por gris. ¿Por dónde comenzar el cambio de colores? “La zona entre la ronda norte y la ciudad (Benimaclet, Orriols, Torrefiel…), donde es bien evidente que está la huerta mejor conservada. La partida de Dalt, en Campanar, en los bordes y que aseguraría la conexión entre l’Horta Nord y Sud. Las áreas entre el cauce nuevo del Turia y la ciudad. Forn d'Alcedo, Nou Mi.leni, Safranar de Torrent…”.

Huerta en los restos mortales del boom inmobiliario. Como en ráfaga despliegan casos que dan carácter a la tendencia. El Prinzessinnengarten de Berlín, 6.000 metros de agricultura en un distrito denso del centro. Viena y su delimitación de los suelos agrícolas de interés general. Huertos que llegan a París y Roma. “Es bien evidente el interés por la agricultura que están comenzando a tener en las grandes ciudades”.

Nuevo paisaje

¿Por qué es tan necesario llenar de huerta los puntos urbanizables que naufragaron?, les pregunto. “Son clave por su simbolismo, porque se recuperarían zonas degradadas que dábamos por perdidas y que vuelven a ser huerta. Pero también porque daría mayor soberanía alimentaria a Valencia. Cohesionaría a los barrios, acercaría la cultura rural a los urbanistas y a los niños…”, contesta Gavaldà.“Eso sí, no pueden haber huertos comunitarios si no hay una comunidad que quiera llevarlos (la administración puede facilitar pero deben ser los vecindarios quienes los gestionen”, continúa.

Escenarios lejanos que, en cambio, ya han llegado. Una vuelta por los bordes de Benimaclet ilustra el viraje. “Está muy claro que los huertos comunitarios hacen que el vecindario se conozca y eso construyen un barrio más combativo, menos expuesto a la especulación y a la degradación”, añade. 

La huerta para el urbanita, en estos años del tiburón vista como paisaje excéntrico para minorías, es un lubricante social para comunidades con riesgo de alienación, y es un puente entre pedazos de ciudad aislados. “Valencia tiene la oportunidad de hacer las cosas bien y tener una transición tranquila entre ciudad y huerta”.

Sigamos con las dudas. ¿Qué ocurrirá si con todas esas franjas inmobiliariamente quebradas no se hace nada? Los riesgos de no hacerlo es tener una ciudad urbanísticamente desastrosa, donde los habitantes pierden calidad de vida, que pierde atractivo también para los visitantes. Seguimos pagando las consecuencias de las cosas mal hechas o hemos tenido que invertir mucho dinero en paliarlas (scalextric de entreda a la V21, nuevo cauce del Turia, ZAL…).

El concilio entre ciudad y huerta es ahora. Porque estos tipos que hacían frente al tiburón tienen un plan.

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