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CRÍTICA MUSICAL

Ton Koopman sitúa a la Orquesta de Valencia ante las modernas tendencias del Barroco

Anabel García del Castillo y Esther Vidal fueron los violines solistas en un programa con repertorio de Bach y de Haendel

12/03/2017 - 

VALÈNCIA. El repertorio barroco no ha sido el más frecuentado por la Orquesta de Valencia en su ya dilatada historia -el concierto de este viernes llevaba el número 3352-, aunque, puntualmente, se haya ocupado de obras muy relevantes del mismo: El Mesías de Haendel, interpretado en diciembre de 2015, sería un buen ejemplo de ello. La principal razón para no hacerlo con mayor asiduidad es la tendencia actual a interpretar las obras de este estilo con instrumentos originales y formaciones especializadas de plantilla reducida, en un intento de recuperar la sonoridad, articulación y el espíritu interpretativo de aquella época. Pero hay también muy buenos motivos para que una formación sinfónica actual se aproxime con cierta frecuencia a la música barroca. 

En primer lugar, para no perderse la ocasión de interpretar algunas de las obras más selectas en la historia de la música. En segundo, para practicar técnicas y habilidades que eran frecuentes en aquel periodo, pero que cambiaron a partir del XIX. Y, en tercero, porque la reducción en el número de ejecutantes, además de favorecer la transparencia, deja al defectos o problemas que, de otra forma, pasan más inadvertidos, No se trataría, por supuesto, de que la Orquesta de Valencia centrara su actividad en el repertorio barroco, porque no se corresponde con su trayectoria, sus perspectivas ni su público. Pero sí sería bueno que todo el siglo XVIII –último barroco y primer clasicismo- entrara con más frecuencia en la programación, para disfrute del público y como valiosa herramienta en cuanto a la amplitud de miras, el perfeccionamiento del ajuste y la mejora de la sonoridad.

En la sesión que comentamos, se contaba, además, con la dirección de Ton Koopman, un importante adalid del movimiento historicista, con una dilatada experiencia, asimismo, como clavecinista y organista. Como mandan los cánones del Barroco, Koopman redujo drásticamente la plantilla, que osciló, según las obras, entre 21 y 35 músicos. El concierto fue el 10 de marzo, pero se celebró con motivo del reciente Día de la Mujer, y mujeres fueron las solistas en dos de las partituras de Bach: las violinistas Anabel García del Castillo y Esther Vidal. En cualquier caso, ambas ejercitan su liderazgo en el día a día de la orquesta, pues la primera comparte el cargo de concertino con Enrique Palomares, y la segunda es solista ayuda de concertino.

Todas las obras interpretadas tuvieron un carácter brillante y cortesano, sin que ello las privara, naturalmente, de la profundidad siempre presente en la música de Bach y Haendel. Se abrió la sesión con la Suite para orquesta núm. 3 en re mayor del primero, cuya solemne obertura permite el lucimiento de las trompetas y, al tiempo, requiere una estricta habilidad del director y la pequeña orquesta en la precisión de los pasajes contrapuntísticos. Koopman, que no dirigía desde el clave (instrumento que estuvo esta vez  a cargo de Tini Mathot), se ocupó bien del ajuste. En la famosísima Air (melodía) que sigue al primer número, se percibió claramente el esfuerzo -y el éxito- de la cuerda al tocar con mucho menos vibrato del habitual, como conviene a esta música. También la articulación y el fraseo se adecuaron a los cánones estilísticos, y la limpieza en la ejecución permitió apreciar y disfrutar todas las voces internas. Gavottes, Bourrée y Gigue se hicieron con el colorido y el carácter que les corresponden, y sólo se echó en falta, como en otras visitas de Koopman, su muy escasa atención a los matices de intensidad.

Anabel García del Castillo, como solista, lo atacó con manifiesto vigor, y fue una lástima que, antes del comienzo, no ajustara más la afinación de su violín

Vino, en segundo lugar, el Concierto para violín y orquesta en la menor, también de Bach, todo un prodigio de energía y de luz. Anabel García del Castillo, como solista, lo atacó con manifiesto vigor, y fue una lástima que, antes del comienzo, no ajustara más la afinación de su violín con los otros instrumentos de la orquesta. No es algo baladí, pues la desviación afectó a toda la partitura, tensó los nervios con exceso con exceso y deterioró el resultado global. Tras el descanso, más Bach: el Concierto para dos violines y orquesta en re menor, donde Esther Vidal dio cumplida réplica a su compañera. Permite esta obra un intercambio del protagonismo entre los violines, y todavía se hubiera disfrutado más si ambos hubiesen sonado con similar potencia. Los aplausos del público arrancaron a las solistas un dúo cómico –voluntariamente desafinado- sobre la popular canción de la Cucaracha.

Por último, Haendel, con la Música para los reales fuegos artificialesEncargada al compositor para su interpretación al aire libre, y con motivo del fin de la Guerra de Sucesión Austríaca, la partitura tiene abundantes ecos militares en la obertura, pero en su cuarto movimiento, La Paix, refleja también la dulzura de la paz, y en el quinto, La Rejouissance,  los tonos alegres de la misma. Termina con un minueto cortesano, de marcado ritmo y deslumbrante colorido. Cuerdas, metales, maderas y percusión se turnan o combinan para construir el acompañamiento musical de lo que hoy y aquí llamaríamos un “castillo”.  La versión de Koopman fue más brillante que refinada, quizá para reproducir el ambiente que debió vivirse esa noche del 27 de abril de 1749. No se llegó en absoluto, sin embargo, a la cantidad de vientos y percusión utilizados en aquella fecha por deseo expreso del rey George II, que deseaba extremar el carácter militar de la música y reflejar, sin lugar a dudas, la gloria y el poder de la monarquía.  

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