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el billete / OPINIÓN

Tres historias de Zaplana

Foto: EFE/JuanJo Martín
27/05/2018 - 

No repuesto aún de la impresión por la entrada en la cárcel de Eduardo Zaplana, el mismo día del ingreso de Milagrosa Martínez y de la publicación de la sentencia del caso Gürtel que ha convencido a Rivera el resto ya lo estaba de que Rajoy no debe continuar, uno empieza a mirar los detalles y se pregunta cosas. Por ejemplo, por qué los magistrados de la Audiencia Nacional renunciaron a cambiar la historia de España, que es lo que habría pasado si en lugar de hacer pública la sentencia –fechada el 17 de mayo– el jueves día 24 la hubieran anunciado el 23 por la mañana, horas antes de que Ciudadanos y PNV dieran aire al Gobierno aprobando los Presupuestos Generales del Estado, sin los que habríamos ido a elecciones anticipadas.

También hay que tener mucha fe en las casualidades para creer la historia del sirio que vivía en la casa que habitó Zaplana y que durante una reforma encontró los manuscritos que han llevado al expresident a la perdición. Es tan inverosímil que hasta podría ser cierta por aquello de que la realidad supera a veces la ficción, pero lo cierto es que al CNI se le ha ido la mano al reescribir el guion. Habría sido más creíble que los papeles hubieran salido por despecho de alguien que ya no se sintiera correspondido en el amor o en los negocios.

La detención y encarcelamiento de Zaplana han motivado el rescate en la prensa de algunas de sus andanzas que fueron publicadas en su día sin ninguna repercusión judicial ni electoral. Merece la pena recordar brevemente tres que ilustran sus maneras como gobernante y la impunidad con la que hizo y deshizo durante siete años.

La regasificadora de Sagunto

En enero de 2001, Unión Fenosa presentó un proyecto para construir una planta regasificadora en el puerto de Sagunto, con una inversión de 180 millones de euros, desconociendo –grave error– que en la Comunitat Valenciana no se movía una hoja y menos de ese tamaño sin el plácet de Zaplana. Y sin pasar por caja. El liberalismo sui generis del president –en 1995 se publicó el libro Eduardo Zaplana, un liberal para el cambio, de Rafa Marí, prologado por José María Aznar– se puso de manifiesto cuando en lugar de alegrarse por la inversión, creó a toda prisa una empresa paralela participada por la Generalitat, 'sus' cajas de ahorro, Iberdrola y la patronal azulejera Ascer para "estudiar la viabilidad" de una regasificadora en la Comunitat –algo que ya había hecho Fenosa–, elegir la mejor ubicación y promoverla.

El estudio, cocinado en tiempo récord y nunca publicado, concluyó que la regasificadora tenía que instalarse en Castellón y que, lógicamente, no podía haber dos regasificadoras separadas por solo 40 kilómetros. Así que el propio Zaplana y su conseller Fernando Castelló amenazaron públicamente a Unión Fenosa con torpedear su proyecto si no se unía al promovido por la Generalitat e Iberdrola, la eléctrica hegemónica en la Comunitat, muy querida por nuestro liberal presidente, defensor de antiguos monopolios como Telefónica, donde acabó recalando en un puesto de nueva creación con un sueldazo que mantuvo hasta el martes pasado.

Tras un pulso que duró once meses sin que Aznar moviera un pelo del bigote, la batalla quedó en tablas. La regasificadora se instaló en Sagunto porque el estudio de verdad era el de Unión Fenosa, pero la empresa que presidía José María Amusátegui tuvo que dar entrada a Iberdrola y comprar por 600.000 euros la sociedad impulsada por Zaplana que hizo el informe que no sirvió para nada. Si así obró con una de las grandes eléctricas del país, que no haría con los empresarios más débiles. 

La ITV

La privatización de la ITV valenciana en 1997 fue el primer gran escándalo en la gestión de Zaplana, que le sirvió para comprobar que en materia de contratación podría hacer y deshacer a su antojo sin ningún perjuicio judicial ni electoral. Está más que publicado cómo las estaciones de ITV se repartieron entre amiguetes, pero en uno de los lotes la ilegalidad fue tan manifiesta que cabe preguntarse si Zaplana tenía amigos en la fiscalía y la judicatura, como los tenía en Hacienda, para salir indemne. 

En ese lote compitieron una UTE formada por la líder nacional del sector, Itevelesa, y la principal caja de ahorros valenciana, Bancaja –aún no del todo controlada por Zaplana–, frente a una oferta compuesta por sociedades recién creadas y empresarios amigos sin experiencia en el sector. Los criterios de adjudicación eran tres: precio, experiencia y solvencia financiera. En precio empataron. En experiencia y solvencia ganaron los amigos, que ni tenían experiencia ni solvencia. Luego llegó Rafael Blasco –hoy podrá comentar la jugada con Zaplana en Picassent– y nos subió aún más las tarifas de la ITV para que los amigos que aún no habían vendido sus estaciones hiciesen caja. Lo estamos pagando cada vez que pasamos la inspección.

Foto: EFE/ Esteban Cobo

A partir de ahí, vinieron otras privatizaciones a dedo como las resonancias magnéticas o los hospitales públicos –Ferran Belda publicó en su columna de Levante antes de convocarse el concurso de Alzira que se lo llevaría Adeslas, y se lo llevó–, o la promoción de la ruinosa Terra Mítica con empresarios amigos.  

La caja fija

En los años noventa la caja fija de la Generalitat no despertaba el más mínimo interés político. Los anticipos de caja fija son gastos sin fiscalización previa para pequeños gastos periódicos o repetitivos, como taxis, dietas y comidas de trabajo. ¡Qué has dicho! Zaplana se encontró con que podía gastar, según la normativa estatal, el 7% del presupuesto de esta forma pero repartió tantas visas entre sus altos cargos e hicieron tal uso de ellas que acabó aprobando un decreto autonómico y elevó el límite de gasto a 12% del presupuesto con un límite por factura de dos millones de pesetas (12.000 euros).

De la caja fija no se habló hasta que Uncio se gastó 7.000 euros en regalos y la compra en Mercadona y, más recientemente, de cuando Cristina Serrano pagó comilonas y un hotel de cinco estrellas en Nochevieja, tras lo que Alberto Fabra retiró la visa a los altos cargos. Transparencia debería publicar no solo la caja fija de ahora, sino la de entonces. Lo que nos íbamos a reír.

Zaplana era liberal solo en la primera acepción del Diccionario: "Generoso o que obra con liberalidad" –con dinero ajeno, el nuestro–, o en la cuarta: "Que se comporta o actúa de una manera alejada de los modelos estrictos o rigurosos". Baste decir que su conseller de Economía y Hacienda era José Luis Olivas, al que Eduardo y Rafa esperan en Picassent. 

José Luis Olivas y Eduardo Zaplana, en 1998. Foto: EFE/Manuel Bruque 

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