Escritores y editores escogen sus escenas literarias favoritas en Valencia. Localizaciones para una urbe impresa en los libros
VALENCIA. Los camarlengos de la actualidad (de mayor quiero ser eso) han dado por muerto el brunch como concepto de modernidad reciente. Queda tan antiguo como posar con un hipster. El nuevo concepto es… ¡el storytelling! Esto es, el relato, el cuento, la vestimenta de los argumentos.
“A Valencia le falta storytelling”, escucho sin parar en cenáculos extraños como quien dice innegable que el agua del grifo en Valencia tiene un sabor malísimo. “Que es que no hay relato, a la ciudad le falta tener gancho literario, saber venderse”.
Empeñado en negar la máxima acudo a donde queda impreso el relato: las páginas de los libros que de manera más conmovedora hablan por la ciudad. Cuál es esa Valencia que se retrata en los libros. Escritores, editores y viceversa (ojalá La 2 titulará así un programa) la apuntalan con las escenas de la literatura que mejor calan esta nostra ciutat.
El eminente Manuel Borrás, editor al frente de Pre-Textos, recurre al escritor, filósofo, historiador y político italiano Benedetto Croce, que en su visita a Valencia fue a parar a la Plaza de la Vírgen como con un catalejo desde el que mirar a la sociedad local: “Hay una carta en la que realiza una crónica de la plaza de la Virgen y aledaños con gran lujo, además de detalles de los transeúntes con los que se cruza, que todavía repica en mí desde que lo leí”. Benedetto Croce recordaba otra dualidad, la Valencia que es tan italiana como morisca, el lugar de España con más sensualidad -y esa será su desdicha-, en versión del “siam galente di Valenza” de Lorenzo de Medici. Relato, relato, la ciudad irremediablemente hedonista.
Toni Sabater, escritor y editor en Drassana, asimila su Valencia a través de un cronista capital: Manuel Vicent. “Leí Tranvía a la Malvarrosa hace poco más de veinte años, y lo hice tres veces en una semana, con un furor obsesivo y onanista. Para mí fue una revelación, un reconocimiento de esa Valencia de calles y plazas que yo pateaba sin tregua y sin hacer demasiado caso de la carrera de Derecho”. La Valencia itálicamente callejera. “Había varios estratos de olores en la calle del Salvador, olía a tahona, a droguería, a moho en los muros de la iglesia de los Trinitarios, a carbonería, a vaho de medicamento que salía de una farmacia, a salazones, y a través de ellos iba cada mañana camino de la facultad hasta la calle de la Nave con los libros de texto bajo el brazo”, escribe Manuel Vicent. Y las tardes, las tardes de primavera en Valencia. “Aún me emociona -cuenta Sabater- recitar párrafos como este, que aprendí de memoria: “Eran ya las tardes almibaradas, los crepúsculos llenos de murciélagos, las noches con el flexo abierto sobre los apuntes de Derecho, la tentación de la piscina de Las Arenas en la playa.” “Reconocía -retoma el editor- ciertas tardes de Valencia del mes de mayo, exactas y perfectas como una sensación física”.
Ricard Peris, comandante frente a la editorial Andana, se sumergió en la mejor Valencia a través del libro Vides desafinades de Xavi Aliaga, partiendo de esta escena: “Des de l’andana de l’estació del Nord s’albira de seguida la figura ben plantada de la mare, destacant poderosament entre les donetes del pobles que arriben a València a cercar la felicitat entre les prestatgeries de les tendes de roba i complements, tan alta que els trau un cap sencer, però amb l’esguard trist i circumstancial de qui visita la capital per raons menys agradoses…”. La Valencia que centrifuga a dos velocidades. Cuenta Peris que es “la llegada de la gente de los pueblos a la ciudad, una escena habitual todavía muy presente. Una visita que en muchas ocasiones era para hacer compras o para visitar a los médicos, para compartir alegrías o para compartir desasosiego. Una visión dual de la ciudad que define muy bien la personalidad de la ciudad de Valencia”. ¡Storytelling en vena!
El poeta Carlos Marzal se encontraba en la vecindad del Ensanche al poeta Juan Gil-Albert. Lo veía pasar “con su bandejita de pasteles”. “Si existe alguien a quien le cuadra la expresión ya clásica de exilio interior, se trata sin duda de Gil-Albert”. Unos cuantos años después Marzal descubrió que su Valencia tenía mucho que ver con “el paseo de Juan Gil-Albert hasta los Viveros y vuelta a su casa, en el poema La ilustre pobreza. Hace un homenaje a la lectura y la vocación literaria como fuentes medicinales, como destino suficiente del hombre”. Así scribe Gil-Albert:
La vida es ocio. Salgo de mañana
a un jardín suburbano en la otra orilla
de una via fluvial entre las sombras
de plátanos perennes. Allí encuentro
silencio y paz. Entonces me distraigo
viendo a un pequeño pájaro las migas
picar que un transeúnte ayer dejóse
sobre la hierba. Un libro me acompaña:
medio de fonte leporum, letreo
abriéndose en la página en que puse
como señal un pétalo encendido.
Y sigue y sigue. Valencia en verde, Valencia italiana como morisca, Valencia hedonista, Valencia de pueblo. También la Valencia del campo, coraza ineludible. El editor Joan Carles Girbés (de Sembra Llibres) ha extraído su escena definitiva del libro El tramvia groc, de Joan F. Mira. “Al tercer capítulo, Mira describe el escenario de su infancia, hace un alegato en favor de la huerta de Valencia como no he leído a nadie más”. Esto escribe Mira: “Enmig de terres llaurades i a la vora mateixa d'una ciutat gran i antiga del sud-oest d'Europa". Y esto: "No hi ha en tota la pell del planeta res més exacte i perfecte. Ací els llauradors han arribat a posar en la seua faena un afegit d'intenció estètica, una refinada exactitud geomètrica, que no és gens habitual de trobar en altres llocs. L'art agrícola de l'horta de València és un pur prodigi”. Líneas para relamerse.
Relato, relato. Por ejemplo de aquella Valencia que ya no es. “Te lo juro, yo he estado allí”, dice la escritora y guionista Fani Grande sobre el Monasterio de la Zaidia. Sólo que fue destruido en 1810. “Siempre había leído hablar sobre él, y también leído, pero no mucho. Supe más leyendo la Melodia del desig, de Ferran Garcia Oliver, leyendo la relación amorosa entre la fundadora del monasterio Teresa Gil de Vidaure y el Rei Jaume I, que le prometió matrimonio y no cumplió porque ya estaba casado con Violant (cuando ella murió, Jaume I volvió con Teresa). La magia es que mientras lo leía ‘veía’ el monasterio por dentro. Desde ese momento es como que el Monasterio de la Zaidia está en Valencia y existe”.
En el descubrimiento del paisaje literario de Valencia es reincidente la visión rural, definitivamente algo más que un apéndice para una ciudad que quiso olvidarlo. Los renglones de Núria Senda, editora de Bullent, van dedicados a la rondalla Abella, de Enric Valor: “lo he escogido porque transmite a la perfección la admiración del personaje por una ciudad viva, en contraste con su origen, Banyeres, pero sin menospreciarlo, con la misma pasión por los dos paisajes: "la vida, en fi, riallera i esplendorosa de la terra rica, tan en contrast amb la d’ells, la silenciosa i tranquil·la i poètica de Banyeres la serrana."
Los valencianos, dice Sendra, ya no somos ricos ni esplendorosos -lo debemos tener en cuenta para no seguir discriminando la huerta a la hora de repartir el dinero común-, pero hemos de aspirar a volver a serlo”.
Escribe Valor:
- A València, qui no va no ho pensa! —repetia Jaumet el vell refrany de les muntanyes, i el cor se li omplia tot de goig d’anar una altra vegada, com quan era jove, a la capital rodejada d’hortes esponeroses, voltada d’un ample cel, comboiada pels volteigs de cent campanes, bressada al lluny per la remoreta de la mar…
Quizá, tal vez, el maldito storytelling ya está más que escrito.
(Fotos de Carlos Marzal y Fani Grande: Eva Mañez)