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‘LA CLEMENZA DI TITO’ NO SE MONTABA EN VALENCIA DESDE 2002 

¿Un simple retorno de Mozart a la ópera cortesana?

26/06/2018 - 

VALÈNCIA. Para los amantes de Mozart que no conocían La clemenza di Tito -en València sólo se ha montado una vez, y fue en versión de concierto, allá por el 2002- habrá sido una sorpresa encontrarse con una música tan deslumbrante. Y lo es a pesar de que el libreto, de Metastasio adaptado por Caterino Mazzola, vuelve a sumergirnos en los convencionalismos de la ópera seria, que parecían superados por el compositor tras la trilogía 'Da Ponte' (Las bodas de Fígaro, Don Giovanni Così fan tutte).

Pero Mozart, en el último año de su vida, con la salud por los suelos, y metido hasta las cejas en la composición de La flauta mágica y el Requiem, necesitaba dinero. Y le vino de perlas el encargo de una ópera para celebrar la coronación como rey de Bohemia del emperador Leopoldo II. La ocasión requería un tema “serio” y adaptado a las ceremonias cortesanas. De ahí la vuelta a moldes operísticos que, en su caso, parecían ya abandonados. Aunque, al parecer, su interés por el emperador romano viene de bastante antes, e incluso la composición de la famosa aria 'Non piu di fiori'.

En cualquier caso, la ópera debía estrenarse al cabo de dos meses, y así se hizo  (con alguna ayuda de su discípulo Süssmayr). Y si bien los personajes no logran escapar, en el libreto, de los estereotipos, la música –incluso sujeta a estructuras convencionales-, es capaz de abrir puertas para que el oyente encuentre en ellos una humanidad creíble. Sólo dos ejemplos, aunque hay muchos: la ya mencionada 'Non piu di fiori' que canta una Vitellia ya arrepentida. Mozart dispuso para la soprano una línea vocal de gran belleza, con un contracanto inspiradísimo del clarinete (en origen, corno di basetto). La suma de ambos factores resulta verdaderamente estremecedora. Magnífica estuvo allí Eva Mei y, no menos, el clarinetista Joan Enric Lluna. También emocionaron al final los pentagramas que acompañaron a un Tito angustiado ante una traición doble, pero que combina esa angustia con la capacidad de perdón. Y es Mozart quien está detrás para que cobren vida la “mala sin fisuras” o “el emperador ejemplar”.

Foto: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce

Se dio esta ópera en el auditorio superior de Les Arts, en una versión semiescenificada con Álex Aguilera en la concepción escénica. La orquesta, en primer término, con las pequeñas luces de los atriles, tuvo también una funcionalidad visual. Rodeándola, una escalera blanca, de trazado irregular, que ascendía hasta un trono. En la galería superior, el coro, cuyas entradas y salidas, en la sombra, también contribuían al movimiento en la escena. Este se desarrollaba asimismo en las dos escaleras laterales que dan servicio a la parte baja. El incendio se sugirió con humo, añadido a la iluminación roja tras una pantalla situada en la galería. La sala estuvo más oscura de lo habitual.

Nada nuevo y todo muy sencillo, pero lo cierto es que funcionó. Una gran capa roja, símbolo de la autoridad imperial, estuvo en pocas ocasiones sobre los hombros de Tito. Buena parte del tiempo, permaneció echada sobre el trono, quizá como alegoría del supuesto asesinato y, después, expresando la voluntad de cercanía del emperador. Manuel Zuriaga fue el responsable de la escenografía, José María Adame del vestuario y Antonio Castro de la iluminación.

Foto: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce

Eva Mei se encargó del papel vocalmente más complicado, el de Vitellia, pues requiere una soprano con buenos agudos, graves consistentes, que pueda afrontar bien saltos y agilidades, tenga capacidad para un dramatismo sostenido y que,  al tiempo, no dinamite la pureza del canto mozartiano. Mei lo consiguió sin duda en el aria antes señalada, donde exhibió una entrega y un fraseo seductores, aunque no gustó tanto  No tanto en todos los números, por el tipo de impostación y lo estrangulado de los graves.

Tito fue interpretado por Carlo Allemano, tenor de color oscuro -cercano al baritonal-, y una voz grata y potente. Grata en el centro y los graves, porque cualquier subida al agudo (aún no siendo muy exigentes en su parte) le hacía perder firmeza y homogeneidad. Dio perfectamente el tipo como emperador clemente y atento a las necesidades de los súbditos. Pero, sobre todo, supo plasmar, también, la soledad en que Mozart lo sitúa.

Sesto, personaje travestido. como Annio, estuvo en la voz de Margarita Gritsova, mezzosoprano lírica con un instrumento muy atractivo, quien sedujo enseguida al público. El aria Parto, parto, una de las más famosas de la ópera, fue dicha con emoción y fuerza, y allí estuvo también Lluna para echar leña al fuego. Sesto aparece con una psicología más compleja  que los otros personales, y lo es  desde el principio, con dudas constantes: ama, traiciona, se arrepiente... la mezzo rusa lo sirvió bien en todos los registros, y supo brindar medias voces, afrontar los pasajes de coloratura y abordar con sentido los recitativos. Muy logrados resultaron sus duetos con Vitellia y con Annio.

Foto: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce

Nozomi Kato, de color vocal muy similar, procede del Centro Plácido Domingo, y cantó la parte de Annio. Ha hecho ya muchas cosas en Les Arts, tanto cuando estaba dentro del Centro como ahora, ya fuera. Y ejecutó bien sus dos arias Torna di Tito a lato y Tu fosti tradito.

Otra voz formada en el Centro Plácido Domingo, la de Karen Gardeazabal, tuvo a su cargo el personaje de Servilia, luciendo una bonita dulzura en su instrumento, habilidad para colorear el canto e intencionalidad en el fraseo.

Publio, un papel mucho más breve, fue para Andrea Pellegrini que, éste sí, se encuentra actualmente en el Centro. Voz de barítono, muy rotunda en la zona central, tiene en su parte una cavatina: Tardi s’avvede, que sólo flojeó en la zona aguda.

Foto: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce

En los números de conjunto esta ópera revela de nuevo la maestría y la originalidad lograda por Mozart a lo largo de su trayectoria, y que quedaba más velada en las arias individuales. Las intervenciones del coro son breves, pero también decisivas y renovadoras, pues aparece como uno de los gérmenes del papel que asumirá, en la ópera posterior, como representación del pueblo. A destacar su intervención, en la escena V del II acto, dando gracias por la salvación de Tito, así como la descriptiva expresión del miedo, tras bambalinas, en el incendio del Capitolio. El Cor de la Generalitat volvió a recibir, al final, la adhesión de un público preocupado por su futuro.

La orquesta del recinto estuvo dirigida por el joven Nimrod David Pfeffer, quien tuvo que sustituir al dimitido Fabio Biondi, quien se había responsabilizado de llevar la batuta en esta partitura. Sin entrar en las intervenciones solistas, y salvando algún pequeño desajuste, la obra transcurrió en el marco de la corrección interpretativa. Debe hacerse constar, sin embargo, que costó algo encontrar un sustituto fiable, pues Mozart –mucho más arriesgado de lo que parece- no tiene demasiados novios. Y La clemenza di Tito, menos aún. Tampoco entre el público: quien asistió salió encantado, pero la sala estaba a media entrada. Una pena.


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