Será que el calor nos ablanda las meninges, o que el entorno vacacional nos acomoda al mal gusto. El caso es que el verano es el refugio del diseño macarra y de lo ‘kitsch’
VALENCIA. Será que, para ir acorde a nuestra existencia veraniega, nuestro nivel de exigencia se relaja. Será la resaca de tanta campaña electoral (aunque a nivel gráfico los partidos fueron respetuosos y no nos inundaron, de nuevo, de carteles), será que las ansias por vacaciones y por desconectar hacen que se perdone todo, hasta el mal gusto. No tiene otra explicación sino, que la canción del verano se haya convertido en un género propio, analogía de lo atroz, al igual que el diseño que nos rodea estos tres meses del año sea comparable a un viaje en el tiempo a lo peor de los ochenta.
Y es que los ochenta fueron grandes años para el diseño español, desde la formación del colectivo La Nave a la fundación de la Asociación de Diseñadores de la Comunidad Valenciana, pero también fueron capaces de lo peor, de las hombreras o de Naranjito. Y así es cómo, varias décadas después, este diseño que parece pensado para turistas (como si ellos viviesen en sus países en un permanente 1982) ha hecho del verano la época que más melancolía produce a lo largo del año, porque el verano siempre resulta nostálgico, ya que lleva siendo así toda la vida, toda nuestra vida.
(Lea el artículo completo en el número de julio de Plaza)