TESTIGO DEL BOMBARDEO DEL MERCADO CENTRAL SIENDO MAYOR DE EDAD 

100 años de Magdalena Oca, la mujer que suplantaba a su prima para poder ver a su marido en prisión

Hasta no hace muchos años, las vías de la antigua red de tranvías alicantinos todavía eran visibles en algunos tramos, venas de hierro por las que circulaba el testimonio de una ciudad desaparecida. Alicante ha ido olvidando su pasado reciente, tal y como han ido desapareciendo los vestigios de un pasado amortecido no por el perdón, sino por el miedo. Dice Giacomo Casanova en sus memorias que “el hombre que olvida una injuria no la ha perdonado, la ha olvidado; porque el perdón nace del sentimiento heroico de un corazón noble y de un espíritu generoso, mientras que el olvido deriva de una debilidad de la memoria, o de una dulce indolencia amiga de un alma pacífica, y a menudo de una necesidad de calma y de paz; pues el odio, a la larga, mata al desdichado que se complace en alimentarlo”

11/08/2018 - 

ALICANTE. Magdalena Oca nació el 4 de agosto de 1918 en Alicante, vivió parte de los felices años 20 que dieron como fruto las Hogueras de San Juan, vivió la ilusión republicana, las lamentaciones de la guerra y el desengaño de la posguerra, pero a pesar de sus 100 años recién cumplidos, no ha olvidado nada. Hasta hace muy poco, recuerda mirando a su hijo Eusebio, todavía la asaltaban pesadillas nocturnas en las que se despertaba a media noche al grito de “al refugio, al refugio”. Magdalena es una de esas memoria imprescindibles, necesaria para que cada generación no pierda el lazo que la une con las generaciones anteriores, necesidad que ha transmitido a sus hijos, sus propios recuerdos, el recuerdo de su marido Arturo Pérez, capitán del Ejército Republicano y compañero de presidio por dos veces de Miguel Hernández, hijos que han honrado sus memorias, tanto Eusebio como Miguel Ángel Pérez Oca, autor en 2005 de uno de los primeros títulos que recuperaba los hechos del bombardeo del Mercado Central de Alicante en 25 de mayo, la tragedia olvidada (ECU, 2005).

El día después de su cumpleaños, en la celebración de la Virgen del Remedio, patrona de Alicante, su familia se reúne para agasajar a la bisa, como la llama a voz en grito uno de sus nietos más pequeños. Rodeados de familia, turistas que entran en el hall del hotel y ninots indultats, Magdalena conserva el porte elegante que tan natural parece en las mujeres de los años 20 del siglo pasado, elegancia e inteligencia parecían dones bastante bien repartidos, y nos atiende con una amabilidad no exenta de firmeza, sobre todo cuando le preguntamos por qué cosas recuerda con más intensidad de antes de la guerra, durante su transcurso y de la posguerra:

Antes de la guerra

“La miseria, había mucha miseria. Eso que ahora se llama paro, entonces se llamaba cesante, y había mucha gente cesante. Recuerdo que mis padres, que no estaban especialmente mal, no me podían dar ni de merendar, no había suficiente. Tengo en la memoria que cuando venía un pobre a pedir limosna, porque vivíamos en una planta baja, por Franciscanos, y cuando le podían dar un trozo de pan duro se iban con una alegría. Se dice que hay miseria ahora, pero yo no la veo como entonces, tal vez porque está escondida y no la vemos, pero entonces estaba muy extendida”.

Durante la guerra

“Durante la guerra, a la miseria se unió el miedo a las bombas. Al principio no pasaban del puerto, y estaba la gente muy confiada de que de ahí no iban a pasar, pero aquel día, el del 25 de mayo de 1938, fue diferente. Yo iba en el tranvía, por la zona de la plaza Pío XII, que pasaba la línea que iba a Mutxamel, y cuando íbamos ya a la altura de la calle Sevilla, empezaron a sonar las bombas, sin aviso. En los anteriores bombardeos siempre avisaba la sirena, incluso cuando cesaban volvía a avisar, pero aquel día tardó 5 horas en sonar. Conseguí saltar del tranvía y vine hacia casa de mi madre… y madre mía. El día siguiente no quedó nadie en Alicante, las calles estaban desiertas, todo el mundo que pudo se fue a Mutxamel, a Sant Joan. Y el caso es que en la plaza ya no vendían apenas nada. No sé por qué mataron tanta gente en la Plaza, si en la Plaza ya no había casi nada. Te levantabas y podías conseguir 100 gramos de azúcar, 100 gramos de habichuelas…”.

La posguerra

“Todavía fue peor, porque al principio no valía ni el dinero. Aquí circulaba todavía el dinero de la República, y este no valía. Hasta que no llegó el dinero que acuñó Franco no se podía ni comprar. Yo creo que la gente ahora vive muy bien, aunque tal vez no veamos a quien no puede vivir bien, es algo que se esconde, yo comprendo que habrá mucho…”.

- Como en el caso de los refugiados del Mediterráneo…

“Sí, con los países árabes, como Siria. Nosotros también tuvimos que ser refugiados, en España mucha gente huyó a Cataluña (sic), durante la guerra (para pasar a Francia). Había un campo de concentración de mujeres y otro para hombres (al pasar la frontera), y no los ponían juntos. Yo tenía unos amigos que no se vieron en 5 años. Ella se quería quedar viuda, porque pudo volver, pero su marido se quedó allí, y no apareció hasta cinco años después. [‘Como nuestro amigo José Jornet, superviviente de Mathausen’, le recuerda su hijo Eusebio. ‘Mi padre salió en el 41 de la cárcel, pero este hombre no volvió hasta casi el año 52’].

- ¿Cómo se puede sobreponer una persona a todo esto, cómo puede disfrutar de su familia, de su marido, de sus hijos?

“A todo se acostumbra uno… no sé el tiempo de postguerra que pasó hasta que pudimos estar más o menos bien. Nos quedamos en Alicante, y Alicante fue un lugar con mucha represión. [De nuevo Eusebio nos recuerda: “mi padre estuvo en prisión hasta finales del 41, donde comparte cárcel con Miguel Hernández durante unos meses. Ya había estado con él en la cárcel madrileña de Conde de Toreno, de donde se salía para ir a otra cárcel o para ser fusilado. Mi madre se colaba en la cárcel para poder verlo, jugándose la vida…’] “Sí, porque si no estábamos casados no se podía visitar, y entonces éramos novios. Yo entraba porque tenía una prima que se llamaba igual que yo, mismo nombre y mismos apellidos, y con la tarjeta de ella entraba yo, así compartíamos para ver a mi novio de entonces, después mi marido, y a mi primo Eusebio Oca, famoso más tarde por los dibujos que hizo de Miguel Hernández amortajado en la prisión”.

A pesar de todo, es capaz aún de rescatar recuerdos amables, como el de haber sido testigo también del nacimiento de la que ahora mismo es una de las señas de identidad de la ciudad de Alicante, las fiestas de las Hogueras de San Juan, ya que en 1928, cuando la primera plantà, ella tenía 10 años. Vinculación por proximidad al núcleo de la fiesta, el Mercado, San Fernando, la Lonja, Santa Isabel, y también complicidad familiar entre las fundadoras de la Hoguera de Séneca, una de las más importantes de los últimos años, creada por un grupo de mujeres aguerridas que ante el escepticismo de maridos y vecinos, en muy poco tiempo pusieron en marcha la comisión, el monumento, ganaron un premio y acabaron utilizando el lema “I no la volien”.

La señora Magdalena Oca, a punto de entrar en el salón donde su familia espera para rendirle un merecido tributo, todavía tiene tiempo para preocuparse porque las chicas que la cuidan, también invitadas, lleguen a tiempo y sin problemas, y para echar de menos “leer, con lo que me gustaba a mí leer el periódico todos los días, pero las cataratas no me dejan y le tengo que pedir a mi hijo que me lo lea”.