Parece mucho más lejano, tres años exactos han pasado de aquel fatídico 8M de 2020 cuando nos decían que no pasaba nada y que lo importante para salvar a la humanidad era mantener las manifestaciones y aglomeraciones del 8M
Las manifestaciones son una de las banderas de las democracias occidentales, el derecho a salir a la calle a protestar y manifestarse es uno de los iconos de los estados de derecho, parece que después de nuestro derecho a votar y elegir a los representantes públicos, es uno de los derechos más visuales y reivindicativos. Vaya por delante que nunca he sido muy fan de las concentraciones públicas, las masas que genera un concierto o un partido de fútbol no son mi lugar soñado, aunque como cualquiera he asistido a este tipo de eventos. También he ido a algunas manifestaciones y/o concentraciones, pero también confieso que dudo sobre su efecto real.
El efecto del 8M en las convocatorias públicas de manifestaciones es tan potente que llega a paralizar la actividad del Tribunal Constitucional, es más, lo convierte en un espacio reivindicativo y festivo para albergar actuaciones, al menos así lo ha decidido su actual presidente, Cándido Conde-Pumpido, a quien parece que le atraen mucho los focos y los eventos mediáticos. Aquí podemos abrir el debate sobre la conveniencia de que las altas instancias del Estado entren a reivindicar y participar de manera activa en diversas iniciativas, la inmensa mayoría muy loables e incluso admirables pero que quizá no deben centrar la agenda o acciones de los organismos oficiales.
Hay claramente una agenda oficial de reivindicaciones que permite todo, paradas laborales, concentraciones espontáneas, pancartas en edificios oficiales y cualquier iniciativa por surrealista que pudiera parecer, mientras que caen en el olvido o se silencian voluntariamente otras tantas iniciativas porque no entran en la verdad oficial. Sin duda, el movimiento relacionado con las reivindicaciones del Día de la Mujer Trabajadora goza de todas las patentes de corso posibles. Pero en los últimos años vemos más ataques o enfrentamientos que unidad o sensatez. El 8M de 2020 será recordado por la contumaz actitud de los dirigentes del PSOE y especialmente de Podemos para defender la necesidad de realizar las protestas pese a las ya firmes advertencias del peligro de contagio y propagación del Covid19.
Si pudiéramos hacer una encuesta a todas las mujeres de España (y de otros países) seguro que habría muchas (quizá demasiadas) sorpresas en sus respuestas sobre tantos temas que la modernidad ha impuesto como verdades inmutables. Sería mentir no reconocer que, en épocas no muy lejanas, el papel de la mujer en la esfera pública era muy diferente al actual, mucho más anónimo y secundario, especialmente en ámbitos como la política y la empresa. Pero todos los avances del mundo moderno, tanto para las mujeres como para los hombres, no siempre nos han hecho mejores ni más felices. Hemos cambiado nuestro comportamiento individual y colectivo y con ello incorporado muchos nuevos problemas a nuestra vida. Esto es algo que negamos porque sólo ansiamos ver efectos positivos en nuestra modernidad y forma de vida, pero creo que como sociedad debemos reflexionar y plantearnos este y otros debates de fondo.
Nuestras madres y abuelas siguen siendo las columnas vertebrales de muchas de las familias, aportando estabilidad y seguridad a sus casas, generando un ambiente de confianza y tranquilidad en sus entornos vitales. Todo ello lo hacen porque creo sinceramente, que las mujeres tienen una capacidad organizativa y de liderazgo muy elevada, pero de manera innata, sin necesidad de recurrir a cursos o títulos oficiales. Seguro que muchas cuando lean esto estarán de acuerdo, aunque públicamente no puedan o no quieran reconocerlo. El hombre y la mujer son necesarios y complementarios, la base de una sociedad sana es la educación y el respeto mutuo, y ello no lo deben imponer leyes o normas, debería brotar de nuestra esencia como personas, de nuestros valores como sociedad.
Este 2023 la normalidad hará que las calles se llenen de pancartas, consignas y el clásico color morado. Es un año especialmente delicado tanto por las nuevas y surrealistas leyes que aprueba el actual gobierno y que han logrado que haya disputas y enfrentamientos entre diversos movimientos feministas y de otra índole. Además, la proximidad de las elecciones locales y municipales, convierten este tipo de concentraciones en momentos de consignas y ataques entre partidos. Creo que la defensa de la mujer como persona que debe ser igual en derechos y deberes al hombre (y que se supone que así es en un estado de derecho) no es algo de un día ni algo que deba suponer tensiones entre unos y otros. La buena voluntad debería imponerse y la sinceridad para hacer de este mundo un lugar más real y menos imaginario, más honesto y menos cínico, más libre y menos regulado. Con todo, no me resisto a decir: ¡Viva la madre que me parió!