En Italia se ha echado la culpa de la crisis a la UE, algo que no ha ocurrido en España, donde el europeísmo se asocia con democracia
VALÈNCIA. Durante las últimas semanas he leído bastantes cosas sobre la crisis italiana. Uno de los artículos me trajo reminiscencias de la famosa frase con la que se inicia “Conversación en la catedral”, de Mario Vargas Llosa, aplicado al caso de Perú. Por supuesto, con la necesaria puntualización de que el lenguaje “tabernario” allí empleado se justifica por ser La Catedral un bar.
En concreto, Daniel Gros, director del CEPS (Centre for European Policy Studies, “think tank” afincado en Bruselas), publicó el 30 de mayo pasado una nota titulada “Who lost Italy”. En ella intenta explicar por qué Italia ha dejado de ser europeísta y está escrita después de que el Presidente Sergio Mattarella rechazara como ministro para asuntos europeos a Paolo Savona, de 81 años y euroescéptico.
Lo que Gros se pregunta es por las razones de esta pérdida de confianza que se ha producido en Italia y que ha hecho posible una alianza entre partidos alejados en el espectro político pero que tienen en común su desconfianza hacia la Unión Europea. Este proceso puede ilustrarse utilizando un indicador que, por algún motivo, ya no se elabora por parte de Eurostat. En los dos mapas pueden verse dos instantáneas a las que tan sólo separan 6 años. El primero recoge el nivel de confianza de los ciudadanos europeos en las instituciones de la UE en 2006, mientras que el segundo se refiere a 2012 (último año disponible). Lo que puede percibirse (azul más claro implica menor confianza) es que uno de los efectos de la crisis financiera en los países periféricos de la UE ha sido la pérdida de confianza en sus instituciones. En el caso de Italia, la confianza era de un 46% en 2006 y de un 35% en 2012, un descenso de 11 puntos; si nos fijamos en España, el descenso ha sido de más de 20 puntos: un 44% en 2006 y un 23% en 2012. Es cierto que 2012 fue el peor año para la economía española, con los valores más elevados de la prima de riesgo y la aplicación de las medidas demandadas desde la UE. La falta de datos no nos permite hacer comparaciones más próximas, pero disponemos de los datos del eurobarómetro en noviembre de 2017. Según esta encuesta, la confianza se habría restaurado en España, nuevamente en un 44%, pero en Italia estaría todavía 10 puntos más abajo, en el 34%.
Por otro lado, y en paralelo, italianos y españoles se encontrarían entre los más pesimistas acerca de la situación económica en su país. En noviembre de 2017 sólo el 20% de los españoles y el 19% de los italianos consideraban buena la situación económica de España e Italia, respectivamente. Contrasta con el 91% de los holandeses y alemanes. Desde el punto de vista de la evolución de la economía italiana, es cierto que la deuda pública es muy alta y aún no se ha recuperado el nivel del PIB anterior a la crisis, en una economía estancada desde hace ya unos 20 años. Pero ese no es el caso de España donde, a pesar de lo elevado del desempleo, se crece muy por encima de la media europea, de tal forma que no sólo se ha recuperado el nivel previo a la crisis, sino que se ha sobrepasado a Italia en renta per cápita en paridad del poder de compra.
Carmen Reinhart, profesora de Harvard, es conocida por sus trabajos sobre la relación entre crecimiento económico y deuda pública. En un reciente artículo en Project Syndicate insiste en la carga que supone para Italia el elevado nivel de deuda pública, como puede verse en el último gráfico, que muestra la cuantía total de deuda en Italia de más de 2 billones de euros y un 131% del PIB. Reinhart considera la reestructuración inevitable pues, si bien ello aumentará la incertidumbre en toda la Eurozona por contagio, no existe ninguna alternativa satisfactoria. El mayor obstáculo radica en que mayoritariamente está en manos de los propios italianos, por lo que la reestructuración les acabará empobreciendo. Parece ya tarde para las reformas estructurales, que no pudieron llevarse a cabo por el anterior primer ministro (que incluyó algunas de ellas en una nueva constitución) y que acabaron precipitando su dimisión.
Lo que al final puede concluirse respecto a la semejanza en las situaciones de los dos grandes países mediterráneos es que, con diferentes trayectorias económicas, ambas se encuentran en crisis políticas. No es nueva la desconfianza italiana en su clase dirigente, pero lo que sí que es nuevo, y así lo argumenta Daniel Gros, es que en Italia se ha echado la culpa de la crisis a la Unión Europea, de igual forma que en Grecia. No ha sido el caso, según él, en España. Con ese cambio en las percepciones de los ciudadanos y ante el fracaso (en términos de resultados) de otras estrategias emprendidas (las reformas estructurales y el ajuste presupuestario), tanto la Liga como Cinco Estrellas plantean a las claras una posible salida del euro.