Estamos viviendo una situación anómala desde que se decretara el estado de alarma en nuestro país. Para algunos incluso desde antes, cuando muchas ciudadanas /os decidimos no salir a la calle siguiendo la llamada a través de las redes sociales con el #Yomequedoencasa.
El escenario en el que estamos inmersos nos presenta un contexto muy parecido al que acontece en el desarrollo de un maldito sueño del que te sueles levantar nerviosa y con escalofríos.
Todos hemos leído historia, hemos visto películas ambientadas en escenarios de guerras, hemos sabido de las pestes que han sucumbido a la humanidad en algunas épocas, hemos vivido los atentados del 11M, hemos visto por la televisión la caída de las Torres Gemelas, hemos pasado como pudimos la crisis del 2008. Pero nuestra generación nunca pensó que nos tocaría vivir en un mundo global los efectos de una guerra mundial pero sin bombas.
Existe muchas teorías sobre la actual pandemia del coronavirus, algunas más creíbles que otras, que si el virus se escapó de un laboratorio chino que estaba preparando armas biológicas, que si lo soltó EEUU en China con intencionalidad económica y política, que de aquí emergerá un nuevo orden mundial y un nuevo escenario geopolítico. Lo que sí puede decirse con seguridad es que después de que pase esto, si algún día pasa, nada será igual. Habrá familias a las que le faltará alguno de sus seres queridos, un padre, un abuelo, una madre, una hermana, o la amiga que era como una prima. Al ritmo de muertes por día, todos tenemos muchas papeletas de que nos toque “premio” en este sorteo tan cruel.
El BOE, que tampoco descansa en estas fechas, publicaba el domingo 22 de marzo una orden ministerial para acelerar los trámites de concesión de licencias para enterramientos o incineraciones durante el estado de alarma o sus prórrogas. Ello con independencia de la causa del fallecimiento salvo que se trate de muerte violenta. Se adelanta así el gobierno a posibles situaciones que van a necesitar resoluciones urgentes. No sé si han visto las imágenes sobrecogedoras de la ciudad de Bérgamo en Italia, donde camiones del ejército se llevaban los féretros a otras ciudades porque ya no había espacio para más muertos en esa preciosa localidad.
En Madrid, la pista de hielo ha sido el tanatorio improvisado para acoger los féretros que ya no cabían en los crematorios de la ciudad. Cuando pase esto, muchos ciudadanos recordaran a los políticos que gestionaron esta trágica situación y guardaran en su memoria nombres propios para siempre, en algunas casos para bien, en otros para mal.
Esta crisis también debe servirnos para reflexionar sobre nuestra escala de valores como individuos en sociedad.Las medidas adoptadas para intentar frenar las muertes son como una bofetada a nuestro modo de vida más cotidiano, ha dejado en estado de shock nuestra forma atropellada de vivir.
Apenas podemos salir, no podemos viajar, no hace falta que nos arreglemos demasiado porque no nos podemos lucir, no nos podemos juntar, ni siquiera podemos ir a la iglesia para rezar .
Los enfermos se quedan aislados en los pasillos de los hospitales, nadie puede acercarse para despedirse, para darles un último abrazo, es el último castigo, es el mazazo final a la vida y que te manda de modo casi indigno hacía la muerte.
La muerte ha sido objeto de estudio y reflexión desde la Antigüedad, desde el campo científico, filosófico o religioso. Platón ya decía que la filosofía era en realidad una meditación de la muerte. Hoy, pese a todos los avances científicos no podemos evitarla sino que tan sólo nos queda asumirla. Nacemos para morir y no queda alternativa. Pero en estas circunstancias la muerte es todavía más cruel, aislados, solos, sin familia que te despida, ni amigos que te acompañen.
También este retiro obligado nos puede ayudar a meditar si nuestra forma de vida acelerada con múltiples tareas y de continúo estrés, era la más satisfactoria.
Nos creíamos imprescindibles, absolutamente necesarios y nos hemos dado cuenta que no lo somos, que apenas somos una gota de agua en la infinidad del mar, que todo puede seguir girando sin nuestra presencia, que el mundo seguirá adelante aunque mueran cientos de personas cada día en nuestro país. Otras generaciones, quién sabe si tal vez mejores, se encargarán de redactar los futuros libros de historia.
A partir de esto, ya nada será igual porque nada será como antes.