Una historia popular habla de amoríos de Joaquín Sorolla con una joven, y de disparos; un libro ha revelado que fue un intento de asesinato con suicidio. Ésta es la trágica historia de la criada del pintor y su novio, el guardia civil
VALENCIA.- Ha llegado todo difuso desde el pasado, confundido entre la maraña de voces que anida en un siglo. En Xàbia no son muchos los que conocen la historia, pero los pocos que han oído hablar de ella dan fe de un hecho luctuoso. Se habla de amores prohibidos. De disparos. De amenazas. La historia más comúnmente extendida habla de un padre o novio enfurecido. Carabinero, por más señas. Habla de una criada, joven, de la zona. Y tiene un tercer protagonista: Sorolla, el más famoso de los pintores valencianos del tránsito del XIX al XX.
Todo ocurrió en el verano de 1905. El pintor pasaba sus vacaciones con su familia al completo en una casa que le habían dejado los Cruañes en la localidad alicantina. Entonces era habitual que los señores de buena familia acogieran en sus casas a artistas de renombre. Les daba prestigio y les servía al mismo tiempo para tener acceso a creadores que enriquecían sus colecciones.
Sorolla estaba maravillado con la localidad, a la que ya había ido en varias ocasiones por espacio de meses. Su vínculo con Xàbia fue fuerte y le sirvió de inspiración para numerosas obras, muchas de las cuales no son conocidas pues están en propiedad de colecciones privadas.
En las calas de aquel pequeño pueblo de pescadores el pintor valenciano encontraba nuevos motivos pictóricos, nuevos escenarios que unir a su retrato del Mediterráneo, con matices de luz que no había visto hasta entonces. Tal productividad ha sido reflejada ya en varias exposiciones y habla muy a las claras del profundo impacto que tuvo la población en el pintor valenciano.
Sin embargo, algo iba a ocurrir que lo trastocaría todo. El qué es lo que aún hoy, más de un siglo después, sigue sin estar del todo claro. Las voces de la memoria oral se confunden con las que nos llegan desde los diarios y cartas de la época y dan como resultado un suceso turbio. Aunque no todo es lo que parece.
La versión más extendida, y recogida por Antonio Espinós en su artículo Xàbia, a finales del siglo XIX, habla de los amores del pintor con una criada de los Cruañes. Ésta tendría un novio carabinero que sería el que le habría tiroteado. Posteriormente, esta versión se ha alterado y en otros lados se ha escrito que había sido el padre de la chica, también carabinero, el que le habría baleado.
En cualquier caso el tiroteo resultó fallido y habría acabado con el pintor y su familia saliendo a toda prisa de Xàbia para nunca más volver. Una imagen muy divertida quizás, que hablaría de un pintor bohemio, un seductor capaz de provocar celos y amores en una joven lozana y hermosa. El problema es que es mentira. Porque no fue eso lo que ocurrió. Al menos no es eso lo que se recoge en las fuentes de la época, en los textos escritos en aquellos años, incluido el propio Sorolla.
En abril de 2016 el historiador Antoni Reig comenzó a dar luz sobre el tema al publicar un libro sobre crímenes en el que se recogía la noticia de la época sobre el suceso. Y lo que descubrió, incluido en el premiado volumen Històries de Crims i Criminals de la Marina Alta, era mucho más trágico y menos cómico.
«La primera noticia la encontré en la Hemeroteca de la plaza Maguncia de Valencia, pero la información más amplia y fiable la hallé años después en la Biblioteca Nacional», relata en la vecina Dénia, localidad de la que es natural. La información a la que se refiere es un ejemplar del diario La Correspondencia de Alicante, el del 26 de agosto de 1905, en el que se relata lo sucedido, y que está firmado por el corresponsal de Xàbia, sólo reconocible por las iniciales de su nombre: J. A. R.
«En la partida de las Marquides, cerca de la playa, donde radican la mayor parte de las casas de campo habitadas por las familias pudientes de la localidad y por los veraneantes forasteros, se ha desarrollado, entre seis y siete de la mañana de hoy, uno de esos dramas sangrientos y vulgares, que llenan de consternación a los vecindarios como éste, poco acostumbrados a presenciar sucesos tan horribles». Así comienza la crónica periodística.
la prensa de la época prácticamente culpó a la víctima de los hechos por haber «fomentado una pasión que no pensaba corresponder»
Fechada el 21 de agosto, en la cual se da fe de cómo la criada de la familia Sorolla, Ramona Sánchez, madrileña, de 23 años, estaba trabajando con ellos desde hacía un año. La muchacha había entablado relación con un guardia civil de Murcia, viudo y con tres hijos, «relaciones que alcanzaron en poco tiempo un grado de intimidad peligroso para Ramona, por cuanto irreflexivamente (sic), había fomentado una pasión que no pensaba corresponder indefinidamente».
Durante la estancia de la familia en Xàbia, la joven había recibido cartas de su pretendiente, sin dar respuesta a ellas. Finalmente, éste, decidido a todo, se trasladó hasta Xàbia para mantener un encuentro con ella y exigirle explicaciones. Tras una búsqueda infructuosa, dio con ella en el lavadero la mañana de autos, cuando Ramona acudió con su compañera Asunción. El guardia civil estuvo con las dos criadas mientras lavaban y después las acompañó hasta la puerta de su casa. En todo momento hablaba en voz baja con Ramona, quien le respondía con frialdad. Finalmente, cuando llegaron a la puerta de la casa donde se alojaba la familia Sorolla, el guardia civil cogió a la chica por el brazo, ella intentó escapar, él le disparó por la espalda y después se disparó a sí mismo en la cabeza, muriendo prácticamente en el acto. La chica resultó herida pero no se informaba de su muerte.
Lo narrado en el artículo periodístico coincide con una carta escrita por el propio Sorolla a su amigo Pedro Gil Moreno de la Mora. La misiva, recogida en la edición publicada por Facundo Tomás, Felipe Garín, Isabel Justo y Sofía Barrón, está fechada el 30 de agosto del mismo año. En ella, Sorolla le explica a su amigo que esos días estaba enfermo y apenas se podía mover. En torno a las siete de la mañana oyó desde la cama «tres tiros, gritos, corridas»… Como quiera que el pintor no podía incorporarse, lo hizo su esposa, Clotilde, y se encontró la escena. En su carta Sorolla le explica a su amigo que la chica fue herida «solamente» y que el guardia civil murió.
Pero quedaban varios cabos sin atar. El primero de ellos era el vínculo entre el pintor y la criada. La familia siempre ha negado que hubiera alguno. En la edición de las Cartas de Sorolla a Clotilde durante la preparación de los cuadros de la Hispanic Society, se cita a Blanca Pons Sorolla, quien ha dejado por escrito su sorpresa por esta leyenda. Una negativa que comparte el exdirector del Museo del Prado, Felipe Garín.
«No tenemos más que las cartas como testimonio, pero leyendo lo que le escribe a Gil Moreno resulta imposible sospechar que se lo ocultara a él. Estamos hablando de una amistad sólida, basada en la confianza mutua hasta el punto que en ocasiones Sorolla le pedía a su amigo que le firmara cuadros que se le había olvidado firmar. Si hay alguien a quien pudiera confiarle este secreto es a él», comenta.
también es falso que, a raíz de los acontecimientos, sorolla dejase de viajar a xàbia. sólo su muerte le impidió seguir yendo con frecuencia
Repasando la misiva, es cierto que se percibe un notable distanciamiento de Sorolla con lo sucedido. Habla de la tragedia que hubiera supuesto si el tiroteo acaeciera en la casa, pero nada en sus frases vislumbra el más mínimo dolor íntimo, más allá de la lógica humanidad. No se refiere a la criada por su nombre, sino que la llama «la cocinera» y, por supuesto, en ningún momento la menciona como amante o querida ni destaca algún valor concreto de su belleza. No ocurre lo mismo con el corresponsal del periódico alicantino, quien a la hora de hablar de Ramona no elude mencionar aspectos de su beldad. «Ella es una mujer de regular estatura, morena, ojos grandes, mirada dulce». Así pues, cabe poner en solfa esos supuestos amoríos. El triángulo con en el pintor, la criada y el novio pierde su tercer lado.
No sólo eso. La leyenda también sostiene que Sorolla no volvió nunca más a Xàbia, un hecho que resultaría más sorprendente si se tiene en cuenta que sus herederos veranean en la actualidad en la localidad. Pero Sorolla sí que volvió a Xàbia. Y lo hizo varias veces.
Al menos, así consta en las cartas que el pintor le escribió a su mujer en enero de 1919, donde se refiere a la belleza del enclave y donde, como resulta lógico, hace una pequeña mención al suceso. «Mi sorpresa de verme donde tan buenos y malos ratos pasamos, me dejó triste y apenado (...) pasamos por la casa del crimen y recordamos el susto». Pero sobre todo alude a la hermosura del espacio. «Recorrimos el sitio en que yo pinté tan bonitas cosas contigo y con mi adorada Elena». «¡Qué color, qué belleza! El mar estaba calmo y todos los amarillos y naranjas se reflejaban, parecía que viajamos (sic) sobre un mar de oro al rojo».
Joaquín Sorolla pasaría unos días por la zona e incluso le remitiría una carta en la que mencionaría a su anfitrión Julio Cruañes, con quien estaba y con quien recordó a Clotilde. Nada parece indicar pues que no quisiera volver a estar allí. Y muy posiblemente, de no haber fallecido tan pronto, sus estancias en Xàbia habrían sido de nuevo largas. Pero ya al año siguiente sufrió el ataque que haría de los últimos tres años de su vida un infierno. No tuvo tiempo de regresar a un paraíso que le fue vedado por una tragedia ajena.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 2 de la revista Plaza