ALICANTE. En este artículo del mes de agosto quiero recomendar tres exposiciones que pueden verse en València durante este periodo estival. Son las dedicadas a Monika Buch, Teresa Cebrián y Olga Diego. La primera de ellas, Monika Buch. Trajectòria, se inauguró en mayo en la Fundación Chirivella Soriano, como resultado de la colaboración de esta fundación, con sede en el Palau Joan de Valeriola y el Consorci de Museus de la Comunidad Valenciana, institución que fomenta las buenas prácticas profesionales y hace posible estas exposiciones, resultantes de sus convocatorias públicas. Este proyecto nace de la convocatoria Trajectòries, que tiene como objetivo revisar, estudiar y divulgar el largo recorrido profesional de los y las artistas o colectivos de la Comunidad Valenciana. El resultado de la convocatoria refleja el interés que despierta hoy en día la producción de las artistas que durante varias décadas, han sido las grandes olvidadas en las exposiciones. Cuatro de los seis proyectos seleccionados y los dos que han quedado en reserva tienen nombre de artistas. Estas “trayectorias” se irán mostrando en el Centro del Carmen entre 2018 y 2020.
En la exposición sobre Monika Buch, comisariada por mi colega José Luis Martínez Meseguer, miembro de la Associació Valenciana de Crítics d’Art, -AVCA-, se muestran los trabajos realizados entre 1956 y 2018, por esta artista de ascendencia alemana, pero nacida en Valencia, en 1936. Tras unos años difíciles por las contiendas civil y mundial, la familia va cambiando de residencia, hasta fijarla en Valencia a principios de los cuarenta. El interés demostrado por las disciplinas artísticas llevan a Monika Buch a ingresar en la Escuela de Diseño de Ulm, la Hochschule für Gestaltung (HfG), instalada en un emblemático edificio de líneas rectas de Max Bill, un hito en la arquitectura contemporánea y toda una declaración de intenciones de los objetivos de la HjG, con un avanzado sistema de enseñanza basado en la Psicología de la Gestalt, y profesores de la talla del propio Bill y Josef Albers, que habían sido alumno y profesor en la Bauhaus.
Todo un privilegio que marcó personalmente y formó artísticamente a Buch, desarrollando un estilo centrado en la experimentación e investigación matemática y geométrica. En esta escuela conocerá a su marido, el arquitecto Bertus Mulder. En 1958, se trasladan a vivir a Utrech aunque alternan su residencia entre esta ciudad y Paterna. A través de las 120 obras que se exponen en la Fundación Chirivella Soriano, se aprecia el trabajo minucioso y pulcro de unas creaciones realizadas a mano, en las que la sensación de movimiento, con el juego óptico-cinético, las repeticiones que realiza con los cubos, espirales, rombos y otras figuras geométricas y la aplicación estudiada del color, contribuyen a crear sus trampantojos, sus abstracciones, que ocupan la totalidad del espacio de la obra, como forma de expresión de sus pensamientos y emociones.
Y exactamente a 650 metros del Palau Joan de Valeriola se encuentra el Centro del Carmen, sede del Consorci de Museos, unos de los espacios más visitados de la Comunidad Valenciana, en el que cualquier manifestación cultural contemporánea tiene cabida. Entre las exposiciones que se pueden visitar este verano, se encuentra la que inaugura el ciclo Trajectòries, Teresa Cebrián: El llarg viatge, un proyecto presentado y comisariado por la también colega y miembro de la Associació Valenciana de Crítics d’Art, Marisol Salanova. En la Sala Ferreres, con esa imponente nave central y sus espacios laterales, se muestra la producción artística de Teresa Cebrián (Losa del Obispo, València, 1957). Una exhibición que establece un recorrido por las sucesivas etapas de creación de un modo no cronológico, donde obras de diferentes períodos se enfrentan para dialogar.
No ha sido fácil el viaje que ha tenido que recorrer hasta llegar a este momento de madurez artística y personal, a esta trayectoria desarrollada principalmente lejos de nuestras fronteras y que, sin duda, ha contribuido a su formación, iniciada en la Facultad Politécnica de València en los años 80. En esta ocasión, artista y comisaria realizan un planteamiento expositivo como una historia en torno al dolor, con diversos relatos, que el espectador tiene que descubrir. A través de las impactantes esculturas, instalaciones y fotografías, se perciben los sentimientos de Teresa Cebrián, que los comparte y transmite al visitante con una palpable emoción contenida, que nos lleva a reflexionar sobre lo que ella ha denominado “largo viaje”, con numerosas alusiones a su propio dolor, al sufrimiento y a la muerte, que plasma estéticamente en una producción tremendamente personal.
Hasta el 28 de octubre y en la Sala Dormitorio del Centro de Carmen se puede visitar la exposición Jardín autómata, de la alicantina Olga Diego. Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Miguel Hernández, trabaja la performance y el arte de acción, reflejo de su inquieta personalidad, que le llevan a desarrollar una obra experimental documentada con fotografías y vídeos. En sus investigaciones no duda en poner al límite su propia resistencia, como en la obra Non-stop drawing action, que realizó en una galería londinense a principios de 2018. Se encerró en una sala forrada literalmente con papel en blanco y estuvo dibujando —y transmitiendo en streaming— más de 48 horas, hasta poner su cuerpo al límite. No es el único trabajo que podemos vincular a sus propias acciones performativas, pues también ha llegado a volar, con artefactos diseñados por ella misma, o a utilizar el fuego en su propio cuerpo.
Para esta exposición individual en el Centro del Carmen, nos ha sorprendido con un centenar de figuras hinchables que flotan o se posan en la sala movidas por unos circuitos electrónicos. Formas antropomórficas que respiran al compás de la luz led y que se mueven por la sala en lo que la artista denomina “cabalgata del deseo”, realizando un juego comparativo entre la fantasía de los personajes y la simbología de El jardín de las delicias de el Bosco, una de las obras más misteriosas de la historia del arte. Todo ese aparente descontrol esconde un sentido moralizante, utilizado en esta ocasión por la artista para denunciar el uso abusivo de los plásticos. Impactante. ¿No creen?