La compañía malagueña El espejo negro representa un espectáculo de títeres para adultos en el Teatre Municipal de Benicàssim
CASTELLÓ. La obra que celebra el 30 aniversario de la compañía malagueña de títeres El espejo negro, Espejismo, es una invitación a cruzar al otro lado del cristal y revelar nuestro reverso. El espectáculo, programado en el Teatre Municipal de Benicàssim el 6 de agosto en el contexto del Festival de Teatre amb Bon Humor, está planteado como un cabaret irreverente. Su maestro de ceremonias es un personaje andrógino y excéntrico, llamado Estío, que ejerce de amo del calabozo.
La acción se desarrolla en torno y a través de un círculo de luz por donde entran y salen marionetas, apariciones y quimeras, carne humana y goma espuma. Hay proyecciones, música de Mónica Naranjo y manipulaciones en directo. Crítica social y también política, con alusiones al conflicto palestino-israelí y al poder de las multinacionales. En total, los espectadores ven desfilar ante sus ojos más de 40 personajes, algunos de pequeño tamaño y otros de grandes dimensiones. A partir de partes del cuerpo, tres manipuladores a cara descubierta transforman y crean a los diferentes protagonistas, en ocasiones, frente a la audiencia.
El punto de partida de la obra da pie a pensar en la continuación de la novela Alicia en el país de las maravillas como referencia, pero aunque el director de El espejo negro, Ángel Calvente, no niega la conexión, describe su obra como más oscura que el clásico de Lewis Carroll. “El nombre de la formación surgió porque ensayábamos frente a un espejo, hacíamos humor negro y vestíamos de negro”, concreta el veterano actor, creador y manipulador de títeres.
Cuando puso en marcha la compañía en 1989, tuvo claro que, ante todo, iba a ser él mismo. Por mucho que se le insistiera en dulcificar sus propuestas de teatro de objetos para adultos, por mucho que se le recriminara articular sus montajes en torno a tabúes: “Con el tiempo, aunque sigo siendo el mismo canalla, me he refinado y esta obra es una vuelta de tuerca donde, por primera vez, me sirvo de un espejo físico”.
Todas las creaciones son producto del ingenio de Calvente, que después de más de tres décadas inventando títeres comparte que en el proceso siempre llega un momento en el que sucede algo mágico: “Siento que las marionetas se separan de mí, que se desprende un hilo de energía y dejan de ser personajes inertes. Siempre que llego a mi nave, doy los buenos días, aunque todavía no me ha contestado ninguna”. La obra fue galardonada con el Premio al mejor espectáculo en la Feria de Palma y cuatro de los Premios Ateneo del Teatro de Málaga.
“Los reconocimientos son un salvoconducto para entrar en programaciones, pero el mercado se encarga de dejar los proyectos obsoletos. Cuando una pieza cumple un año, ya se la trata de vieja. Y eso es insoportable, porque sólo las grandes compañías pueden crear un espectáculo al año, pero independientes y pequeños como nosotros luchamos mucho por poder producir”, lamenta el autor.
Espejismo fue una catarsis. El director andaluz necesitaba reivindicarse a sí mismo, así que retomó el cabaret underground y transgresor de sus inicios, pero filtrado a través del bagaje artístico y la disciplina que ha ido adquiriendo. “Este montaje es lo mejor y lo peor de mí, mis oscuridades, mis secretos, mi forma de entender ciertas cosas. En suma, es un canto a ser quien uno quiere ser, pero con la sonrisa en la boca, porque hoy en día hace mucha falta”.
Calvente se queja de la corrección política actual y del gran paso atrás en detrimento de la libertad de expresión que se ha dado en nuestra sociedad en los últimos años: “Esta obra reivindica la libertad de ser uno sin herir a nadie. Este país esta lleno de tabúes y de símbolos. A mí me encanta utilizarlos porque soy español y puedo”.
Las tres palabras con las que resume los grandes temas de la pieza son anarquismo, onanismo y sadomasoquismo. A este respecto, critica el aspecto popular y turístico del que se han revestido los espectáculos de cabaret de masas en los últimos años. “En el momento en el que el género pierde suciedad es un sucedáneo. Si no hay atrevimiento, no es cabaret. Si no hay un paso adelante, es otra cosa. Puede tener ese aire, pero un cabaret no es colgar a un tío en pelotas enseñado los huevos, sino ir más allá. La desnudez está muy trasnochada. Personalmente, no me dicen nada la zafiedad, los chistes malos y la carne por la carne”.
Frente a los cabarets comerciales, el creador apuesta por la osadía.
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