Plantear la secesión en términos de interés económico para Cataluña es desviar el núcleo de la cuestión, que es si los catalanes se sienten españoles
Para no ser menos que Felipe González, Artur Mas, Duran i Lleida, El País y otros que han dirigido cartas abiertas y editoriales “a los catalanes”, “a los españoles”, “a los ciudadanos de Cataluña”, etc, aquí va mi misiva, que remito “a mis amigos catalanes” para no repetir el título de González, aunque en realidad va dirigida a todos los que la presente vieren y entendieren, que para eso es abierta.
Lo cierto es que mis amigos catalanes ya tienen decidido el voto de este domingo, al menos el sentido del voto, unos a favor y otros en contra de la secesión (el término ‘secesión’ no gusta a los secesionistas, pero es más exacto que el de ‘independencia’ o ‘soberanía’ porque implica una acción).
Algunos de mis amigos catalanes se sienten solo catalanes y otros catalanes y españoles -ninguno tengo falto de espíritu nacional, que es de lo que yo padezco, ¿es grave, doctor?-. Lo sienten y van a votar en estas elecciones plebiscitarias por convicción, no porque les hayan dicho que les irá mejor si se van de España o si se quedan.
Hablar de intereses económicos es prostituir el debate de fondo, que es el nacional. Si uno quiere dejar de ser español no necesita promesas materiales
Votarán con el corazón y no con la cartera. Lo cual les honra, porque lo más odioso de la campaña electoral catalana ha sido el argumento de la pela con el que los secesionistas han tratado de convencer a quienes no eran independentistas augurando una mejora económica de los catalanes basada –esto no lo dicen- en la insolidaridad, en que toda la riqueza que genera Cataluña se quede en Cataluña. Un discurso que recuerda al de la Liga Norte hace dos décadas, que quiso convocar un referéndum para separar el norte de Italia –lo que llaman Padania- del resto del país. Y todo por no repartir la riqueza con los del sur, a los que veían como un lastre. La tentativa fracasó y años después su líder, Umberto Bossi, dimitió por un escándalo de corrupción. ¿Pasará en Cataluña lo mismo o en eso de dimitir los líderes catalanes son demasiado españoles?
Dejo a los expertos el debate sobre si la Cataluña independiente sería -será- más o menos próspera fuera de España. Parece evidente que España saldría perdiendo y no digamos su tan querido –siempre de boquilla- y deseado País Valenciano. El cuento de la lechera de los autodenominados 'soberanistas' (neologismo con el que los catalanes dejan su última aportación a la riqueza del castellano antes de marcharse) es puro egoísmo. Lo mismo cabe decir del discurso del miedo de la parte contraria, la ‘soberanista’ española, que ha caído en la trampa después de despachar durante años el problema catalán con el mismo desdén con el que trata, sin ir más lejos, las aisladas demandas de los valencianos.
Hablar de intereses económicos es prostituir el debate de fondo, que es el nacional. Si uno quiere dejar de ser español no necesita promesas materiales que, como todo lo económico, son coyunturales. No las necesitaron los eslovacos, que eran los ‘del sur’, los que salían perdiendo con la partición de Checoslovaquia. Tampoco los estonios, letones y lituanos ni los montenegrinos.
Uno agradece que sus amigos catalanes independentistas hablen de sentimientos y no de dinero, que sean pata negra, no de los que ahora votarán por conveniencia -y mañana ya veremos- a ese engendro denominado Junts pel Sí (puestos a apoyar la secesión, mucho más auténticos los de la CUP).
Que se esté hablando de si conservarían la nacionalidad española o de en qué liga jugaría el Barça ya es un triunfo de los secesionistas
Los secesionistas han ganado otra batalla al convertir estas elecciones en plebiscitarias. El hecho de que se esté hablando de si los catalanes conservarían la nacionalidad española, de si permanecerían en la UE o de en qué liga jugaría el Barça, el hecho de que se trabaje con esa hipótesis, ya es un triunfo.
Es evidente que el número de independentistas de corazón sigue aumentando en Cataluña, en parte gracias a la actitud indolente de ‘Madrid’ hacia ellos y hacia el resto de autonomías (también el nacionalismo, por el momento no secesionista, crece en Valencia, comunidad más despreciada que Cataluña por el Gobierno limosnero de Rajoy). Pero da la impresión de que aún están lejos de ser suficientes -por eso necesitan a los otros- para una medida tan drástica como es la partición de un estado. Parafraseando a su expresidente imputado por corrupción Jordi Pujol, avui no toca. Pero tocará, y si toca, esperemos que no sea por motivos económicos.