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LOS DJS VISUALES SE ABREN PASO

A ritmo de ‘BookJockey’: así es la práctica fotográfica que hace bailar a las imágenes

Fotos: KIKE TABERNER
23/09/2019 - 

A ver, coge esa lista mental de asuntos que no conocías y a cuya efervescencia vas a empezar a asistir en breves y apunta un nuevo término: BookJockey. O lo que es lo mismo, una sesión de DJ visual en la que en lugar de pinchar música se emplean imágenes. Con toques de exposición fotográfica y performance, estas sesiones van abriéndose camino en los circuitos de la exploración creativa más heterodoxa. Nacido en Madrid en 2012, su premisa es muy sencilla: los responsables de la pieza realizan una selección temática de imágenes impresas de todo tipo, las van enlazando unas con otras y las proyectan para los espectadores allí congregados junto a los estímulos sonoros que hayan decidido. De la página 14 de un volumen, pasamos a las 35 de otro y, de ahí, a las 62 o a la 64 hasta crear una galaxia visual con identidad propia. Hasta ahora, sus seguidores pertenecen a circuitos muy especializados, pero la tendencia va llegando ya espectadores más generalistas. Cuidado, David Guetta, tu reinado llega a su fin.

Y entonces van unos valencianos y (rompiendo por enésima vez el topicazo de que por estas tierras la creatividad más rompedora no acaba de cuajar) triunfan con su proyecto de BookJockey en el madrileño festival Fiebre, un encuentro específico de libros de fotografía en el que sorprendieron por la originalidad de su propuesta. Los culpables son Jorge Alamar, fotógrafo, gestor cultural y director de La Fotoescuela; y la artista visual Mar Reykjavik. A ellos les acompaña Lucas Bolaño, músico responsable de toda la vertiente sonora. Ahora dan el salto al Mercurio Festival, evento de artes escénicas que se celebra en Palermo del 24 al 29 de septiembre y donde esperan actuar ante “un público más relacionado con campos que no son la imagen. Nos parece muy interesante llegar a ese tipo de audiencias”, reconoce Alamar.

Por encima de todo, se trata de construir un carrusel de imágenes que cobran sentido precisamente en la transición de unas a otras, en el juego de relevos. En ese sentido, el BookJockey no es más que una nueva representación de la exhibición fotográfica tradicional: “Ya sea una exposición, un libro o un editorial para una revista, en la fotografía estamos enlazando imágenes”, apunta el gestor cultural, quien señala que “ya hace mucho tiempo que hemos trascendido esa idea de la foto buena y la foto mala. La idea del instante decisivo sí que tuvo un auge brutal en la década de los 40 y los 50, con autores como Cartier-Bresson, pero eso se ha roto y de lo que se trata es de construir discursos y narrativas con muchas imágenes que conectan por forma, significado, ambiente…”. “Estudiar esas conexiones es lo que hace que el trabajo final funcione” remata.

En cualquier caso, parece que la fórmula de las pinchadas visuales va abriéndose paso en tanto que nueva forma de aportar aire fresco a las prácticas artísticas. Como resalta Alamar, tradicionalmente, a la hora de que un fotógrafo muestre su obra, “hemos tenido como formatos la exposición o el libro. El BookJockey rompe esa estaticidad, o, al menos, aporta una frescura, otras posibilidades”. Interviene aquí Mar para lanzar una nueva posibilidad que justifica y alienta el éxito de esta propuesta: “en las artes en general, cada vez se valora más la presencia: asistir a un lugar y que ocurra algo, que no sea un trabajo ya finalizado que tú observas, sino que está en plena acción. Y esa es también la parte que más me interesa del BookJockey. Ahí el público es siempre parte de la pieza”. El deseo de participar, el sentido de pertenencia, esas boyas que ansiamos cuando la marejada vital nos confunde. “Un libro lo terminas, lo presentas, lo vendes y ya está; una exposición la preparas, la inauguras y punto- continúa su compañero-. Pero aquí juegas con esa idea de actuar en directo que se acerca más a lo que sienten quienes se dedican a la performance”.

“La fotografía es un contenedor de la vida”

Y llegamos a la iniciativa con la que Alamar y Reijkiavick están despuntando en el panorama internacional: When I dance my soul is fresh, un proyecto de BookJockey centrado en la danza, en los cuerpos en movimiento. A las imprescindibles imágenes, se le suman aquí elementos musicales y textos recitados. Tres capas que dialogan entre ellas, pero que también interpelan al espectador. Al fin y al cabo, ¿quién no ha bailado alguna vez, ya sea en una verbena, en el playback de la falla, en alguna fallida clase de zumba o en la intimidad de su habitación con Spotify disparando decibelios?  Fue la danza, pero podría ser, o serán, otras matrices. “La fotografía es un contenedor de la vida, por eso necesitas ir mirando fuera todo el rato para nutrirla de ideas”, sentencia el creador.

En total, emplean material proveniente de cerca de 60 obras en el que se incluyen desde grandes títulos totémicos hasta retales de obras nacidas de la cultura pop. Desde los lugares comunes más obvios hasta los territorios menos explorados entre baile e imagen. Desde las bibliotecas de barrio hasta las estanterías impolutas de coleccionistas. Una propuesta que implica, obviamente, un complejo (y laborioso) proceso de búsqueda, selección y descarte. No vale cualquier publicación ni cualquier imagen, “ha sido una investigación basada, en gran parte, en pasar páginas y páginas”, sostiene el creador. Estas 11 sí, estas 45 no. “Hacemos un pequeño ejercicio de comisariado. También creo que en la selección de imágenes ha influido mucho la precariedad con la que trabajamos los artistas jóvenes: a qué materiales podemos acceder y a cuáles no- apunta Reykjavik-. A lo mejor, si tuviésemos los medios para poseer 100 fotolibros de danza no hubiéramos pensado en recurrir a otras obras y quizás no hubiera quedado tan divertido. Verte obligado a apañártelas como puedas te hace dar vueltas de tuerca insospechadas”. 

 Y de todos los posibles asuntos a los que dedicar una pinchada visual, ¿por qué elegir precisamente la danza? “Es un tema que es muy básico, que todo el mundo iba a entender. Es un punto de partido que abre muchas posibilidades de trabajo y a través del cual puedes volar”, señala el gestor cultural. Y todo partiendo de un juego muy sencillo en el que se montan y desmotan elementos: el baile es movimiento, la fotografía congela ese movimiento y ellos, a través de su pinchada visual, vuelven a lanzar a esos bailarines a la pista. “Ponemos en marcha una danza de imágenes, por eso creo que funciona tan bien”, señala la artista.

Del estudio sobre ballet a Mira quién baila

Quizás, la característica más sorprendente e interesante de When I dance my soul is fresh es su apuesta sin ambages por el eclecticismo, por una mezcla de referentes y estímulos que resulta irreverente y nutritiva a partes iguales. Déjense el monóculo en casa. “No queríamos que se quedara únicamente en fotolibros, sino incorporar todo tipo de fuentes. Igual que bailar no es sólo bailar bien, si hablamos de fotografía y baile, no sólo existen las obras consagradas y perfectamente editadas. Esta visión creo que nos permite conseguir una riqueza visual muy importante”, apunta el director de la Fotoescuela. “Además, es una manera de poner al mismo nivel obras de ámbitos muy distintos y trabajar sobre qué es lo que sabemos realmente sobre las imágenes de la danza, cuáles son los impactos que tenemos al respecto. ¿Por qué tenemos que estar más cerca de una referencia fotográfica veneradísima que de una instantánea de nosotros de pequeños en un espectáculo del colegio? ¿Por qué esta segunda no iba a merecer formar parte de la memoria de la danza y la primera sí?”, considera Reykjavik, quien señala que, ante todo, este trabajo supone “una celebración del material para compartirlo con gente que no tiene por qué ser especialista ni en foto ni en baile”. Desbordar la fotografía para encontrar potencialidades todavía no percibidas.

La iniciativa se compone de cuatro estadios que se van sucediendo unos a otros: el fotolibro puro y duro, las obras sobre movimiento corporal, las que recogen proyectos performativos y las que beben de las fuentes más exuberantes de la cultura popular. “Aspiramos a que a través de la selección de imágenes haya seriedad, humor, sobriedad, cambios de tono que apelen al espectador y le haga sentirse incluido”, defiende Alamar. 

A partir de esa estructura, cada apartado recoge una miríada de imágenes de distinta naturaleza que van creando una transición rítmica. Así, se parte de títulos clásicos sobre danza para lanzarse a piezas sobre expresión corporal -como manuales de baile en los que te explican que pasos seguir para dominar el tango-, trabajos contemporáneos, fanzines autoeditados por ellos mismos con material del programa televisivo Mira Quién Baila o imágenes de videojuegos. Aquí, un puñado de las referencias empleadas: Dance, de Boris Mikhailov; Esther Ferrer (Musée d´art contemporain du Val-de-Marne); Mali Twist, de Malick Sidibé; o The father of pop dance, de Tian Doan na Champassak. También manuales como Artes Marciales (Ediciones Nueva Lente); el entrañable e infantil Un tigre amb tutú, de Fabi Santiago; Bailes en la calle en Brasil, con Miguel Río Branco; Divertimentos tipográficos, de Mabi Revuelta; o Dancing, de Kazuo Ohno…Y así hasta crear una galaxia propia de giros, brincos y balanceos.

Respecto al aspecto musical y sonoro, Bolaño lo tiene claro: “las sesiones de BookJockey se inspiran en las sesiones de DJs, así que me parecía inevitable partir de esa base para elaborar esa idea. Creo que aquí la música aporta ritmo al desarrollo de la pinchada y se convierte en un elemento más que disfrutar y valorar mientras asistes a la actuación”. Así, considera que los sonidos escogidos (que van de guitarras a sampleos o incluso trap), actúan “como colchón, como una parte rítmica que permite dar un juego a esa relación e imágenes”. Metidos en la harina del directo Mar Reykjavik, en su caso, no realizan una secuencia fija en cada sesión, sino que, con un mismo material, aplican cierto grado de improvisación a la hora de enlazar las instantáneas: “Es una manera de decirle al espectador que ellos también pueden hacerlo, que no es algo cerrado, sino que ellos también pueden elegir su propia selección y su manera de enlazar unas piezas y otras”. Sólo se trata de encontrar el compás adecuado para poner a las imágenes a bailar.

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