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el cudolet / OPINIÓN

Adiós a los baños de bosque en la avatarizada calle Bailén

16/03/2019 - 

Los árboles centenarios residentes en la calle Bailén no están entre nosotros. Hasta hace unos días seguían ahí, robustos frente a la provisional caja de cerillas o estación de tren de alta velocidad Joaquín Sorolla. Si el pintor de la luz es nuestra vanguardia, los árboles también lo son. Los de Bailén, cercados por la celeridad de la alta velocidad, ingeniería de la modernidad, esa que sólo utiliza para desplazarse un 3% de la población  en la invertebrada España radial, quedaron encarcelados, privados de libertad, sin régimen de visitas, como un preso en el patio, rodeados de altos muros, convirtiendo el paraje en un horrible descampado vallado. La gentrificación es un cáncer que afecta al paisaje urbano, una seria amenaza a la naturaleza, al costumbrismo, nadie se libra de ella. Ya no habrá, por lo menos en Bailén, baños de bosque tan de moda en los últimos años en el Japón o el norte de Europa como medicina alternativa para combatir enfermedades que la estresada vida moderna ha desarrollado en el sistema nervioso.

La sombra que mece sobre la futura construcción del negocio que rodea el Parque Central ha servido entre otras cosas para trasladar al extrarradio de la ciudad a los centenarios gigantes verdes. Sin el ruido ambiental que precede últimamente a la València viralmente whassapizada, en la que sus ciudadanos sustituyen el “carrer“ por el celular como manifestación diaria o acto de protesta. La escena  recreada hace unos días en el interior del terreno, tras la incursión de los tractores propiedad de la sociedad que gobierna el multimillonario proyecto del Parque Central, quedaba grababa en la retina de los vecinos de Arrancapins. El barrio se avatarizaba por el traslado de los últimos siete árboles, desapareciendo tras la extracción de sus raíces la inocencia, la historia, la sombra, los baños, los abrazos, los recuerdos. No ha hecho falta encadenarse a un árbol, ni hacer el ridículo como en su día lo hizo una baronesa, más que nada porque no ha habido tala, pero sí expolio. Así finalizaba una historia denunciada por ciudadanos anónimos.

Mónica Ibáñez, representante de la Plataforma Salvemos los árboles de Bailén y el Parque Central, es una guardiana del paisaje de la ciudad, abraza a sus ideales de forma robusta y custodia la naturaleza urbana. Ibáñez, bien documentada, es idealista y sensible, mujer que cualquier vecino de finca urbana querría tener como representante de su comunidad. Ibáñez es un ejemplo a seguir por el esfuerzo en dejar una ciudad mejor a nuestros hijos. El día que conocí a Ibáñez le interesó muchísimo mostrarme con un vasto dossier de información la desnaturalización del entorno de Bailén por la cara oculta de un oscuro plan que cierne sobre el Parque Central. Su discurso me engatusó además de interesarme por el paradero de los árboles de Bailén. En un documental de esos que por desgracia no ve ni dios, como La 2, Vicente Gracia destacaba la noble función que los viejos troncos ejercieron durante la Guerra Civil, cobijando bajo sus ramas a ciudadanos indefensos tras el indiscriminado bombardeo por los aviones de combate del bando nacional y sus aliados. La defensa de la robusta energía verde contaba con el apoyo del buen análisis del escritor valenciano Emili Piera. La información de la que daba testimonio Gracia en el documental llegaba de manos de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de Valencia, con una exposición de dibujos de los niños de la guerra Llapis, Paper i Bombes (que coordina la Universidad de Alicante), quienes plasmaban sus inquietudes en unas pinturas destacando la fortaleza de los árboles como refugio frente al horror de las bombas.

La reciente inauguración de los jardines del Parque Central no me convenció en absoluto, castillos en el aire, son un parche en la cubierta de la ciudad, sin solucionar el verdadero problema del estrangulamiento, la magna obra del soterramiento de las vías del tren. Los jardines recuerdan a los exteriores del Parque Temático de Terra Mítica, decorados sin sombra, sin aroma, sin sabor. A veces, cuando paseo por el “Central Park”, siento que la horrible huella del nazismo está presente en la ciudad, el mausoleo de cemento que adorna el parque es insípido y lúgubre. Y eso que los que dirigen la ciudad de las flores pactaron una València sostenible rubricando su compromiso electoral en el Botánico, claro está, los árboles y las plantas no pueden ejercitar su derecho al voto.

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