A un palmo del agua. Sobre un casco con doble quilla y alerones. Así veía la vida Pablo Arandia, que nos ha dejado provocando un hueco enorme en el alma de la vela. La familia valenciana que ama este bello deporte despide a uno de los mejores regatistas valencianos de todos los tiempos. Hecho a sí mismo, profesional y apasionado. Regatista de la vida y de su amado mediterráneo, donde conquistó nuevos horizontes y grandes retos. Tocando la gloria deportiva. Nuestro pensamiento queda ahora con su “tripulante de vida”: María Torrijo. Nuestra María Torrijo, que hoy estaría rumbo a Río porque es una de las mejores juezas PRO de España. Pensando en ella y en su familia la vida nos parece hoy un poco más injusta que ayer.
Pablo Arandia es uno de los pioneros. Ha sido uno de los precursores de los barcos voladores. Máquinas con apenas 3 metros y medio de eslora y unos 20 kilos de peso. Pablo hacía volar estos insectos vertiginosos. Los Moth, “polilla” en inglés, le sedujeron y fue el mejor de los nuestros. Cuando nadie sabía por aquí que los barcos podían volar. Nunca nadie tuvo mayor determinación como regatista. Después de ser Campeón del Mundo en Canadá y muy joven, cualquier otro hubiera vivido del éxito. Pero él, que empezó de la nada, se arrancó su singladura con los skiff. Su forma de adelantar a la vida porque planear es más rápido que el viento real. Con determinación y perseverancia. “Hoy sólo he volcado 6 veces”, solía decir.
Pablo entrenaba solo, en invierno y en verano, todos los días. Sin pausa. Le ganaba al gps y se aventuraba en campeonatos en los que, al principio, no conocía a nadie. Luego sí. El skiff se le quedó pequeño y se embarcó en el Moth para volar. Y lo consiguió. Con María compuso la mejor tripulación. Es difícil pensar en ellos dos, sin tener la certeza que son dos almas gemelas, inteligentes, eficaces, concienzudos, exigentes con el resultado de todo lo que hacen, y sobre todo compañeros.
Su último éxito, ese bomboncito, la niña de sus ojos, Iris, el resultado de su extraordinario amor. A Pablo le gustaba el mar porque lo vivió desde pequeño en su Ardora del alma. El barco de su padre. Hoy estamos con Venancio y con Fanny ante los embates de la crueldad de la vida.
Desde la Federación de Vela de la Comunitat Valenciana, un fuerte abrazo a ambos.
Perdemos un regatista. Nace una leyenda. El amigo siempre queda.