Instalados frente al mar espera el llamado “veraneo”. Y también la convivencia vecinal en esos inmensos complejos turísticos donde casi nadie aguanta a nadie y el aburrimiento acaba convirtiéndonos en auténticos mercenarios sociales
Cuando comenzamos las vacaciones casi todos llegamos a nuestro nuevo destino con aires renovados y muchas promesas a cumplir, comenzando por la sociabilidad, rebajar el nivel cervecero y potenciar el ejercicio físico. Estaremos de nuevo juntos los centenares de vecinos que completamos esos enormes complejos que llenan el litoral y en los que la convivencia semanal se suele convertir día a día más complicada. Sin embargo, ha pasado un año y todo lo del anterior ha quedado en el olvido. Así que, por lo general, saludos de reencuentro y parabienes. Felicidad compartida.
Aunque eso sí, también somos conscientes de lo que nos espera de forma añadida. Es, además de calor, verbenas pasadas de decibelios, fiestas de disfraces o puro blanco, ocurrencias, concursos variados y, cómo no, la habitual junta de vecinos que siempre se convoca pasado el ecuador del mes, cuando la irritabilidad inicia su incremento de nivel y nuestras neuronas se van recargando.
De momento, el recibimiento ha sido el esperado: varios recibos en el buzón y la convocatoria de la reunión de este año que además viene cargadita de obras, derramas y otros puntos -hay uno muy sustancioso que contaré más adelante- que nos hace indicar que este año la cita se prolongará más de lo deseado.
Ya se sabe, llegamos pletóricos. Con muchas ganas de sociabilizar, pero con el paso del tiempo la convivencia vecinal tan placentera, inicialmente, comienza a ser algo tosca. Y además, como pasamos más tiempo fuera que dentro de nuestros escuetos habitáculos “sociabilizando”, con el transcurrir de los días pasamos de la simpatía al hastío, y de ahí a la irritabilidad para terminar en el cruel cotilleo y la crítica más ácida que se pueda desear hacia nuestros vecinos de escalera o club social. Lo normal.
En realidad, me cuesta entender por qué muchos se aburren durante sus vacaciones y acaban con el buen karma inicial. Siempre hay un campeonato de truc, dominó o tenis en el que participar, si los gritos de los menores lo permiten y no ocupan la cancha para jugar al fútbol o saltar sobre la red como si fueran cowboys. Se aburre el que quiere, aunque al final casi todos terminan así, con muchas ganas de volver a la rutina donde te recibirán con un ¿has pasado las vacaciones bien o en familia? Este año, contestaré en comunidad. Septiembre, recuerden, es el mes de los divorcios.
Y es que tengo, además de mi junta de propietarios, una segunda de la que no puedo despegarme y sufro como si fuera propia. Es puro morbo. Siempre espero el crimen. Quiero ser testigo.
El lío en ambas convocatorias está asegurado todos los años, aunque nunca he terminado de entender cómo una simple reunión de educados vecinos suele acabar convertida en un enfrentamiento a muerte. Será pureza de la sangre española.
Deberíamos aprender del Consell de la Generalitat que se marcha de ejercicios espirituales varios días y vuelve más unido, más fuerte, más relajado, aunque cada uno pinte de un color. Hasta pasean juntos entre los lugareños. Deberían darnos la fórmula para purgar nuestros pecados vecinales en esas juntas en las que nos decimos unos a otros del mal que vamos a morir.
Por eso considero que lo más divertido del veraneo no son los paseos a pie de orilla ni las cenas a la luz de la luna. No, son las juntas vecinales que sí o sí han de celebrase en esta fechas ya que son las únicas en las que pueden estar casi todos presentes y en las que nos vemos las caras y sonreímos con hipocresía.
Soy aficionado a escuchar cada año desde mi terraza la bronca que una comunidad anexa y casi prehistórica decide protagonizar. Aún me pregunto cómo es posible que ningún vecino haya salido volando desde la azotea que es lugar de reunión. ¡Menudos insultos, menudos gritos, menuda agresividad! ¡Qué morbo!
Sé que el sol abruma y derrite cerebros, y que el aburrimiento conduce a la desesperación, pero ser administrador de esa finca es como ser protagonista de Gladiator, con la diferencia de que en ella sí puedes salir devorado por la manada.
En mi comunidad quien se suele llevar la mayoría de las tortas es el administrador ya que se suele olvidar de ejecutar muchos de los compromisos adoptados el año anterior. Normal. Es momento de recriminárselo. A él y al presidente de turno. Pero este año ha querido añadir un poco de leña. Sabe que han pedido su cabeza.
Como está en la cuerda floja ha decidido mandar un extracto de la Ley de Propiedad Horizontal que nos recuerda que él no es responsable de asumir funciones más allá de las contratadas. Por tanto deriva toda responsabilidad al presidente de turno o a la junta que es, según la norma, quien ha de asumir la obligación de hacer cumplir la ley interna y convertirse durante sus vacaciones en policía de la comunidad.
Ojo, por si no lo sabían. “El Presidente de la Comunidad a iniciativa propia o de cualquiera de los propietarios u ocupantes, requerirá a quien realice las actividades prohibidas la inmediata cesación de las mismas, bajo apercibimiento de iniciar acciones judiciales procesales”. Vamos, mi administrador viendo lo que se avecina se ha borrado del elenco protagonista del sainete.
Pero tiene razón, lo avala la ley. Y ya se sabe que el desconocimiento de una norma no exime de su cumplimiento. Por tanto, nadie está exento. Pero él, por si acaso, raudo se ha borrado de la primera línea. Ha cedido el testigo de los marrones estivales a la tribu carnívora. O sea, esa ley tan anacrónica decide que te vas de vacaciones y puedes pasar a convertirte si eres presidente por sorpresa y durante un mes en bobi de la comunidad con obligación de actuar de Marshall al estilo Chuck Norris y acatar todo aquello que el resto de convecinos te sugieran o reclamen para con el otro. Y mira que se pueden denunciar anomalías si se cabrean en una partida de dominó, unos pies mojados en el ascensor o porque no estén de acuerdo o no les guste la actitud de aquel vecino que ha decidido colgar al sol una toalla con la estelada.
Esta norma data de 1960, época franquista. Su última reforma fue efectuada en 1999 siendo presidente del Congreso el señor Trillo y teniendo mayoría absoluta el PP. Está trasnochada y es una auténtica bomba de relojería si se exige su absoluto cumplimiento. Así que habrá que estar preparado para cuando toque el turno. Por si acaso he comprado un churro de goma para ir practicando sobre las olas, no sea que este año salga elegido autoridad máxima y comiencen las exigencias.
Ya les contaré, pero ahora entiendo porqué a esas reuniones tan “sociables” jamás acuden los propietarios de otras nacionalidades. Ya lo dice el refrán: Nada mejor que hacerse el sueco.