Como ingeniera de telecomunicaciones, ganaba mucho dinero en un trabajo que no le llenaba. Y cuando la vida le trajo a València descubrió el Mediterráneo y decidió ser lo que siempre había sido pero nunca había intentado: diseñadora de moda
VALÈNCIA. Así como la Ruta de la Seda atravesaba el mundo, desde Asia hasta Europa, sin olvidar Oriente Medio, la firma de moda de Adriana Iglesias ha viajado de València a Estados Unidos, con escala en Emiratos Árabes, e incursiones en Ucrania o Australia. El tejido de sus vestidos viene de Italia, concretamente de la ciudad de Como, famosa por la calidad de su materia prima. Las puntadas se dan en un taller del centro de València, situado en el palacio renacentista del Vizconde de Valdesoto, que emana un romanticismo sin concesiones. La auténtica aventura de esta diseñadora intrépida ha sido partir de la artesanía, apostando por la fabricación local, para extender sus hilos comerciales por distintos continentes. De repente la luz del Mediterráneo deslumbrando en Sunset Boulevard.
Con la elegancia que se espera de una dama de la costura, nos recibe en un estudio donde el suelo es de mosaico y se amontonan los rollos de tela —todos ellos de seda—. Apenas tres puertas separan el despacho del taller de costura, y eso lo dice todo. Viste con naturalidad, tiene el pelo alborotado y no se ha maquillado para las fotos. «Nunca me maquillo; cuando lo he probado, me he sentido rara», comenta, y con esta frase también se desnuda un poco. Adriana es mar —nació en Asturias, está afincada en el Cap i Casal, y tiene agua en los ojos—; y es aire —liviana, con una idea fluida de la moda, donde la belleza siempre pasa por la comodidad—. Una empresaria inconformista que ha establecido su propio rumbo, «aunque si me equivoco, no me importa virar y tomar otro».
— En estos meses en los que no has podido viajar, ¿cómo está siendo tu día a día en València?
— Estoy casi todo el tiempo en el estudio. Después del confinamiento, hemos organizado mejor las reuniones, pero no dejo de responder llamadas y resolver marrones del día a día. Me encuentro en medio de varias colecciones, presentando Resort en Nueva York, y preparando Pre-Fall en El Corte Inglés. Voy ultimando detalles con la patronista, organizando shootings para el e-commerce, repasando un Excel del banco... Hay días en los que el iPhone marca hasta catorce kilómetros.
— ¿Cómo era ese mismo día, hace ahora diez años, cuando todavía vivías en Madrid?
— Puf, nada que ver. Mis dos hijas tenían cinco y seis años. Trabajaba en una empresa de tecnología que me facilitaba bastante la conciliación. A final de mes me llegaba una nómina muy cómoda, que echo de menos vagamente... ¡Ahora no duermo pensando en que tengo que pagarlas yo!
— Una ingeniera de telecomunicaciones, con un buen sueldo, madre de dos niñas, rompe con todo para dedicarse a la moda a los treinta y dos años. No es una decisión fácil de explicar.
— No fue una carrera que estudiara por vocación, sino porque le veía salidas. Ya tuve una crisis al salir de la Universidad. También estuve en el Conservatorio Superior de piano, pero no me sentía pianista. Siempre he sido de tocar muchos palos y no rematar ninguno. Pero enseguida empecé a trabajar en empresas de tecnología que eran para estar encantada, con sueldos confortables, viajes muy chulos, coches de empresa... Era muy joven para una vida tan cómoda. En realidad, el trabajo no me movía nada por dentro, y siempre fantaseaba con montar un negocio. Me gustaba la moda y me fijaba mucho en la figura de Isabel Marant, por sus diseños pero, sobre todo, por su valentía empresarial. Así que cuando me vine a València, lo vi claro. Pensé: ‘Ahora o nunca’.
— ¿Habría sido posible en otra ciudad que no fuera València?
— Me trasladé a València por temas personales, pero luego entendí que era el sitio adecuado para emprender. El ritmo de vida te permite disponer de más tiempo y más dinero. Por otro lado, el Mediterráneo me pudo y se integró en la identidad de la marca. Hablamos de respirar y sentir la brisa; de sedas y de movimientos en los tejidos; de estampados y naturaleza. La firma ya no sería posible en otra parte. Puedo venderla en Nueva York, pero no llevármela a Nueva York.
«El Mediterráneo me pudo y se integró en la identidad de la marca. Hablamos de respirar y sentir la brisa; de sedas y de movimientos en los tejidos; de estampados y naturaleza»
— ¿Y a nivel personal?
— A nivel personal, que no me quiten la luz. Soy de Oviedo, y allí tenemos muchos días de lluvia. Pero yo recuerdo mi infancia del colegio al conservatorio, y del conservatorio al ballet, caminando por la calle con el bocadillo. En Madrid me pasaba el día en el coche y con prisas. Al llegar aquí y ver a las niñas con ese bocadillo, de pronto sentí que tenían la infancia que yo tuve, y encima sin lluvia. La calidad de vida en València es espectacular. No tengo ni coche porque, cuando necesito viajar, lo alquilo. Y puedo ir a cualquier parte del mundo en avión; tardo media hora más.
— Eres una gran defensora de la fabricación local y, al mismo tiempo, tu proyección es sobre todo internacional. ¿De qué manera conviven esos dos enfoques de negocio?
— Es algo por lo que aposté desde el principio y ahora resulta que, después de la covid-19, se considera innovador. Siempre creí en una fabricación con conciencia social, sin gente hacinada en países pobres y trabajando con márgenes cuestionables. Los que tenemos nosotras ya son suficientes. Y precisamente, es esa producción local la que me ha permitido llegar a mercados como Estados Unidos, porque si hay que presentar cuatro muestrarios al año, yo me puedo organizar. Tengo el control, la flexibilidad y la capacidad de reacción. No es lo mismo esperar a que una fábrica de fuera te haga hueco, que ofrecerle a una cadena como Sacks una colección cápsula en exclusiva.
— Pero si sigues creciendo, no te quedará más remedio que externalizar.
— Tengo mirado un taller en Barcelona por si hay algún pico de trabajo, pensando en una línea más económica que planeamos sacar a partir de este verano. Han estado probando con las chicas hasta obtener el resultado que quiero. El corte siempre se hará aquí, porque no confío en que aprovechen la tela como lo hago yo, además de que la seda es muy delicada de trabajar. Pero es que, ¡es tan sano todo esto! Soy una persona muy emocional, y me siento orgullosa de tener cerca a las chicas, trabajando en el centro de València, ni siquiera en una nave en las afueras. En el taller respiramos el mismo aire, el mismo universo. Lo pruebo yo, lo prueban ellas, lo hacemos juntas. No concibo que se paguen mil euros por un vestido y no sepas quién ni cómo lo hace.
— La industria textil está rendida a las prendas desechables y al consumo rápido, pero la covid-19 ha puesto en jaque a todo el sector. ¿Es el inicio de un nuevo orden?
— Todos tratamos de olvidar lo malo, pero espero que esta etapa nos deje algún aprendizaje. Que la gente compre ropa de una manera más consciente y se preocupe de que el producto valga lo que marca la etiqueta. Que le dé la vuelta y compruebe dónde está hecho, con qué materiales. Es evidente que la herencia de una gran marca tiene que repercutir en el precio final, pero también es importante la calidad y la durabilidad. No puede ser que unas zapatillas se hagan en Elda por setenta euros, o en China por veinte, y se vendan a ochocientos en la tienda. No me lo creo, y no merece la pena contribuir a ese modelo tan poco sostenible solo por estatus. Cuando compras un pintalabios de Dior, estás comprando un poquito del universo de la marca, pero no tendría sentido si luego la barra se partiera. Hasta en la línea más económica puedes trabajar con márgenes sanos y justos.
— ¿También es el fin del exceso de colecciones y pasarelas?
— La moda es una industria muy singular, porque mezcla la parte empresarial con la emocional, como sucede con el arte en general. La gente se identifica con lo que se pone, con lo que representa la marca. Como firma, en cierta manera invades al público diciéndole lo que tiene que llevar, apoyándote en los influencers o en las celebrities... hasta que te das cuenta de que te estás excediendo. Hemos llegado a un punto álgido, y debemos repensar lo que veníamos haciendo. La crisis ha llegado, y muchas marcas han desaparecido. No creo que los desfiles ni los grandes eventos se vayan a terminar, pero podríamos apostar por formatos más razonables.
— Únicamente trabajas con seda italiana, ¿estás dispuesta a abrirte a otros tejidos?
— Estoy dispuesta a complementar, pero no a renunciar. Si al final opto por algún otro material para darle más consistencia a una prenda, como la lana en invierno, intentaré que la seda siga siendo el hilo conductor. No entiendo un traje de chaqueta que esté forrado de poliéster. He asociado el Mediterráneo a la seda y nadie piensa en esta marca sin evocar el tejido. A mí me recuerda al mar y la brisa, a los mercaderes y los colores, a los viajes. Me fascina todo el tema de la Ruta de la Seda y me encantaría hacer un desfile en la Lonja. Y encima, me resulta algo profundamente femenino.
— ¿Crees que la moda puede ser, en cierta manera, feminista?
— No me gustan los extremos. Soy más femenina que feminista. Creo que las mujeres somos más fuertes de lo que se creía, porque podemos trabajar, ser madres, mujeres, amigas... Tenemos una sensibilidad, empatía e intuición que nos vienen de serie. Y al sentirnos guapas, manejamos mejor estos talentos. Mis prendas inspiran feminidad, porque la belleza es una cuestión de actitud. Me gustan muchos tipos de mujer, más delgadas, más mayores, pero todas ellas tienen algo en común: esa sensualidad mediterránea, que combina tan bien con ser fuerte e independiente.
— Un buen día, Lady Gaga se enfunda una chaqueta tuya y, en tres años, vistes a famosas y apareces en revistas de todo el mundo. ¿Fue ese el punto de inflexión?
— El punto de inflexión para mí fue que la gente pagara por lo que yo hacía. Ver cómo se vende una colección en una tienda. Cuando abrí en El Corte Inglés de Marbella, me daba vértigo que nadie viniese a comprar. Al ver que sí, gané en confianza y empecé a invertir en agencias para que mis prendas llegaran a los famosos. Ver a Lady Gaga fue impresionante, o a Jane Fonda, o a Isabel Preysler. Me acuerdo del día en el que mis hijas me dijeron que Hailey Baldwin se había subido al avión de Justin Bieber con uno de mis conjuntos. Todo esto me reafirmó en el camino que estaba siguiendo, porque yo soy muy de empeñarme en las cosas, pero no me importa virar el rumbo para llegar a ellas. Si algo no me sale, o me sale tarde, no me rindo. Me pico más.
— ¿Qué decisión empresarial consideras un error?
— Haberme lanzado a Oriente Medio. Me lo tomé como un paso previo a Estados Unidos, que es un mercado muy exigente. Funcionó bien, pero es cierto que era un escenario algo inflado en cuanto a lujos y rascacielos, algo que no se correspondía con la estabilidad política y económica. Ahora, sabiéndolo, lo habría hecho de otro modo. Pero es cierto que también me sirvió de entrenamiento para decir que había estado en Emiratos Árabes, coger mi maleta y plantarme en Nueva York.
— Por el contrario, EEUU fue el gran acierto.
— Sí, pero también porque me salió bien. Es un mercado consumista, donde la moda europea está bien considerada, pero a la vez son muy exigentes y cuadriculados. Tienes que adaptarte a sus normas y a su calendario, que no es como el nuestro, así que o dispones de un stock enorme, o recurres a la fabricación propia. En mi caso, empecé con un retailer online. Era Moda Operandi, donde lo normal es arrancar con sesenta prendas, y yo hice doscientas. Luego me planté en Dallas, en Los Ángeles, y conocí a unas agentes de Nueva York, con una tienda en el Soho, que me dieron un gran impulso. Ya llevamos dos años. Esto ha sido esencial, porque el hecho de que un showroom crea en ti hace que otras empresas sientan confianza. Si un gran almacén quita una marca para poner otra es porque ve rentabilidad: Saks no se la juega, y ya estamos en tres de sus centros.
— A pesar de la internacionalización, el año pasado atravesaste un bache empresarial duro, e incluso tuviste que recurrir a una ampliación de capital, ¿a qué se debió?
«Si pensara más a largo plazo, querría tener una línea de baño, incluso de decoración. Ser un universo; un estilo de vida mediterráneo»
— Diría que durísimo. Llevo mucho tiempo lidiando con tensiones de caja, por no decir caja cero. A la vez tenía señales de que lo estaba haciendo bien. La ropa gustaba, me pedían más y no veía forma de autofinanciarme para seguir creciendo. Tampoco podía parar. Seguí y seguí, a costa de mi ser físico y mental, endeudándome cada vez más, sin poder pagar a mi equipo [se emociona]. Esta parte fue la más dura, porque ellas me siguieron, creyeron en mí, a pesar de que les pagaba cuando podía, porque también tenía gastos de telas o de envíos. Y entonces entré en contacto con el Banco Santander, directamente con Ana Botín y Gonzalo. Ellos me ayudaron, y fue cuando los socios confiaron en la capitalización. Salimos adelante justo cuando se confinaba la gente.
— Así que la cuarentena le ha sentado bien al negocio.
— Sé que hay gente que lo ha pasado muy mal, pero a mí el confinamiento me ha permitido parar y centrarme. Planificar cómo quería crecer. Me dio fuerzas para apostar por el e-commerce, ya que ahora no queda otra, y desarrollar una línea más económica, que lanzaremos este verano. He ido rescatando a la gente del ERTE para continuar con la colección de Estados Unidos, donde piden menos stock que otras veces por la incertidumbre. Ha sido una fase muy positiva.
— Y ahora, ¿cuáles son tus próximos desafíos?
— Crecer en housell [venta en tienda], pero no solo ahí, porque hemos aprendido que un día nos confinan y hay que bajar la persiana. Impulsar la venta online. También estoy apostando por trabajar en remoto, por ejemplo organizando un pase de modelos en el estudio para que lo vean en directo desde París. Aumentar las ventas, claro. Y si pensara más a largo plazo, querría tener una línea de baño, incluso de decoración. Que Adriana Iglesias fuese un universo, un estilo de vida mediterráneo.
— ¿Qué hay de tus hijas, les interesa la moda?
— Sí, pero es que estamos muy unidas y mi trabajo les ha influido mucho. Me ven arreglarme a mí, luego ven que la ropa se la pone la novia de Justin Bieber... La mayor ha sido modelo en algunas de mis campañas, en parte por el problema de caja que tuvimos. Luego ha resultado que le gusta, y ha fichado por una agencia. La pequeña también ha salido en algo, pero aún la veo muy niña. Si me quieren ayudar, estaré encantada, pero primero que decidan qué van a estudiar.
* Lea el artículo completo en el número de agosto de la revista Plaza