TEJER Y DESTEJER / OPINIÓN

¡Agua!

25/10/2018 - 

La mal llamada gota fría que ha anegado estos días nuestra Comunidad me ha hecho pensar en los manteros subsaharianos que sobreviven desparramando su mercancía en las aceras. Es la misma sensación que me acomete cuando veo la publicidad inmoral de los cruceros por el Mediterráneo: no dejo de pensar en los balseros y su calvario marino. La lluvia torrencial ha hecho desaparecer a los subsaharianos, como es lógico, pero reaparecerán inmediatamente, con sus vistosa mercancía ilegal y su perplejidad ante el mundo al que han ido a parar.

No sé si lo tienen mejor o peor los trabajadores africanos de las cárnicas catalanas, desollando y troceando animales, horas y horas, hasta volverse locos, por unas pagas miserables. Sus líderes incorporan a su discurso un tema doloroso, que a los paletos les resulta anacrónico y fuera de lugar: la esclavitud. Han retrocedido en el túnel del tiempo y se han reencontrado con sus antepasados. Han comprado su venida a Europa a piratas y se han vendido, para sobrevivir, a una economía de corsarios. Por si fuera poco, son víctima de la inquina de ciertos tenderos y fabricantes millonarios y defraudadores, y también de la mala conciencia de partidos y asociaciones, que comprenden sus problemas y, tratando de buscar salidas dignas, incrementan la chapuza. En general quieren ser más progresistas de lo que la sociedad les permite y chapotean en una política pésimamente gestionada y en una legalidad confusa y contradictoria. Se hacen informes, planes, se inventan burocracias kafkianas y curiosas soluciones, que en seguida se muestran inoperantes. Todo ello sin pausa, pero también sin mucha prisa, al parecer. Se acoge a bombo y platillo a los acuarios para luego echar encima de los náufragos, que sobreviven como pueden, a la policía, que también tiene que comer.

Europa se desentiende o bloquea el paso de los inmigrantes —ahora se les llama «migrantes», que me suena a aves en bandada—, y de los refugiados que huyen de guerras de las que son víctimas inocentes. Los países ricos de la Unión ya tiene la mano de obra explotada que necesitan, que a su vez extrajeron de sus antiguas colonias. Francia e Inglaterra saben mucho de esto. Y Estados Unidos, por su parte, pone nuevas barreras antizombis y vulnera los derechos humanos de los inmigrantes latinos, incluso de los niños. Todo esto lo sabe hasta el Tato, pero tampoco se pone en marcha una planificación responsable y una actuación urgente y prioritaria.

El problema inmenso y sangrante de los pobres, cualquiera que sea su color de piel —los «menos favorecidos»—, es uno de los muchos con los que se enfrenta la llamada civilización occidental y sus mejorables democracias. Llamamos así a ese charco de pretendido bienestar de los países privilegiados, que es contemplado desde la miseria a través de millones de pantallas en chabolas, o, peor, en cárceles de acogida. Sé que esto es un tópico, que se ha repetido hasta la saciedad, pero es tan verdad como suelen serlo los tópicos, y no hay que permitir que lo olvidemos. Es difícil ser europeo con estas avalanchas de zombis zarandeando las vallas del Paraíso sin que los estados ricos muevan un dedo en busca de soluciones. El nuestro es un Paraíso infernal en cuyos subsuelos se gestan las estrategias que mueven el mundo: el dinero y el armamento.

En estos días de lluvia torrencial me he preguntado qué habrán hecho los subsaharianos de Valencia, si se habrán refugiado en los pisos donde viven hacinados o en hormigueros secretos, y dónde habrán dejado sus mantas saqueras, tan buenas para recoger la mercancía y salir pitando al grito de «¡agua!»

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