La Orquesta de València (OV) nos va a regalar aires nuevos y renovación. Un proceso muy interesante. No pidamos nombres, sino inquietudes. La nuestra merece un nuevo impulso. Pero con mucho control y pocas bromas
La vida es una sucesión ininterrumpida de cambios: históricos, económicos, estructurales y naturales. Todos, menos los impositivos que sólo evolucionan para incrementarse. Un nuevo ciclo llega ahora a la Orquesta de València y a su dirección, como sucedió en su día con Manuel Galduf o Miguel Ángel Gómez Martínez, cuya aportación personal y profesional fue básica y muy importante para entender el presente del director saliente Yaron Traub, aunque las circunstancias sean en algunos aspectos muy diferentes.
El primero sostuvo una orquesta en tiempos de relevo generacional y relanzamiento en su entonces nueva y hoy actual sede. Le tocó bregar política y sindicalmente. El segundo, liberado, apostó por la reconversión y el Clasicismo. Dio una vuelta de tuerca y solidez a unos músicos que crecían escuchándose entre sí mismos. El tercero, afortunado en el sorteo por Barenboim, los llevó por el sendero del Romanticismo y el Posromanticismo y fue importante en el desarrollo de su propio crecimiento. Pero corren tiempos distintos.
La Orquesta de València está hoy integrada por grandes solistas y un equipo consolidado y fuerte, de calidad, aunque necesitada de nuevos bríos, experiencias, aventuras y exigencias, como algunos músicos y melómanos, que no críticos, reclaman. Los músicos son conscientes de su capacidad para continuar escalando un par de trechos más. Todos ellos son profesionales enormemente preparados y ambiciosos. Traub se les había agotado, pero reconocen su labor, cercanía, profesionalidad y experiencia vital. Pero aún así, es necesario un nuevo orden. Le faltaba a la orquesta una dirección con renovadas ideas.
El músico israelí tenía desde hace tiempo sus días contados. Las últimas elecciones municipales y autonómicas frenaron con lógica prudencia una salida de tono o un error que hubiera sido tremendo. Ahora llega su relevo. Y se abre con ello también un periodo delicado. No se puede fallar en la nueva elección de titular y menos en las formas; no puede servir la improvisación. Los cambios siempre son complicados y la Orquesta cuesta un buen dinero público. Así que, cuidado.
En el plano profesional, se quitaron en su día a Carlo Rizzi, primer candidato antes de Traub, por un gesto autoritario. Lo volvieron a demostrar hace unos meses cuando anónimamente votaron a favor de la necesidad de un relevo artístico en su dirección. El error fue que esa encuesta interna, y que jamás debería haber sido pública, fue filtrada conscientemente a la opinión mediática abriendo un abismo innecesario y que podría haber terminado en batalla y drama. Fue un gesto de enorme inconsecuencia.
La OV quiere ahora un director joven, ambicioso, con nuevas ideas, cercano y empuje nacional e internacional, esto es, con experiencia en todos los sentidos. Hay infinidad de nombres muy bien preparados, tanto masculinos como femeninos, que ya va siendo hora de que disfruten de un mayor protagonismo. La nueva generación de directores y músicos valencianos y españoles tiene una formación envidiable. Está más que capacitada para cualquier reto. Son presente y futuro.
No es tiempo de dar nombres -ya están situándose algunos con pedigrí político- sino de trabajar para encontrar el perfil más óptimo. Afortunadamente, no parecemos estar ante una crisis sino frente a un relevo pactado que nunca debería salirse de los cauces establecidos ya que una orquesta es algo muy sensible.
El fin de ciclo y el comienzo de otro debe ser algo ilusionante para todos, un punto de encuentro en el que los intereses políticos deben quedar al margen. En la música no cabe la política, sólo el arte. Sobre todo si queremos tener una orquesta pacificada y de un indiscutible y solvente prestigio ganado a pulso y capaz de alcanzar aún cuotas inesperadas.
Habrá que estar muy atentos a la programación de la próxima temporada. Sólo entonces podremos comenzar a hablar de nombres, y a volver a ilusionarnos o no por el futuro inmediato. Pero vendrá bien. Muy bien.