Las elecciones autonómicas vascas y gallegas fueron aplazadas por la crisis sanitaria del coronavirus, este fin de semana de julio se han celebrado ambos comicios y casualmente parece que la alerta sanitaria vuelve a resurgir
Las elecciones autonómicas en España también tienen su propia autonomía, no todas se celebran al mismo tiempo, así los cambios de gobiernos y las campañas electorales se mezclan, se turnan y podemos animar el debate político y mediático con esta fórmula propia de las democracias. Las recientes elecciones vascas y gallegas han tenido como peculiaridad su aplazamiento a causa de la pandemia del coronavirus y curiosamente han llegado en un momento en que el maldito virus vuelve a preocuparnos a todos y a ocupar las portadas de los diarios.
En cualquier caso, creo que podemos extraer algunas conclusiones del comportamiento del electorado en estas dos comunidades autónomas, así como los efectos de las políticas nacionalistas en ambos territorios. Un análisis que nos sirve para conocer mejor porqué se dan los resultados que ya todos conocemos y que en concreto, a los valencianos, nos puede ayudar a anticipar o proyectar qué podría ocurrir en nuestro territorio en próximas convocatorias electorales. Siempre son hipótesis que pueden o no cumplirse con mayor o menor acierto.
El nacionalismo es voraz e insaciable.
Consume las sociedades en las que se instala dejando cada vez menos margen a la libertad y al pluralismo político, no es cuestión de ver muchas o pocas siglas en un parlamento, sino la ideología y propuesta política que existe detrás de cada una. En el caso vasco la hegemonía del PNV no solo denota que los electores no valoran candidatos, casos de corrupción, ni errores en la gestión, votan a los que ellos consideran “los nuestros” porque sí. Y en esa tendencia a encerrarse y hacer crecer el sentimiento de pertenencia frente a los demás, de manera etnocéntrica y no inclusiva, vemos como la segunda fuerza política en número de escaños es ya el partido que con multitud de siglas siempre ha estado en el entorno de la banda terrorista ETA. Es decir, que un importante número de vascos da su apoyo a quienes aplauden y jamás condenan que se haya asesinado, secuestrado, extorsionado y amenazado. Es terrible, pero es real y la única explicación es la atroz manipulación de la educación que ejercen los nacionalistas cuando gobiernan: reescribiendo la historia, generando falsos mitos y sobre todo inoculando el sentimiento de odio y rechazo a quienes no profesen su laica fe.
El PP en Galicia no es el PP en España.
Esto parece algo obvio y para muchos algo positivo, porque consideran al líder del PP gallego el bueno cuando se opone a las opiniones del PP nacional o porque por estrategia o por convicción (difícil averiguarlo y más en un gallego), parece que se aproxima a las tesis de la izquierda política. Algo que suele ocurrir en los medios de comunicación, en el momento que un político de un partido de centro o derecha titubea con las tesis de izquierda o nacionalistas, lo colocan como la voz de la razón frente a los trasnochados que defienden sus convicciones frente la ideología imperante no por tener la razón sino por gestionar la manipulación.
En línea con esta idea, vimos como la campaña gallega fue tremendamente personalista, el logo del PP no aparecía en ningún sitio, lo cual demuestra que pese a los años de gobiernos populares en Galicia, la educación se ha gestionado con criterios similares a los que haría un partido nacionalista y como muestra, la segunda fuerza es el BNG, un partido que también aboga por la destrucción de la idea de estado nación, la defensa de los valores constitucionales y la importante unidad en tantas cuestiones fundamentales como la seguridad, la justicia o la sanidad. En definitiva, el PP se ha plegado a la maquinaria nacionalista de crear reinos de taifas en cada comunidad y buscar lo que nos separa frente a lo que nos une.
Los nuevos partidos se hacen pequeños
No haremos leña del árbol caído y no hablaremos de los resultados de Ciudadanos, simplemente recordar que es un partido político que pudo llegar a formar gobierno con el PSOE y que, tras la honesta dimisión de su líder, caminan entre la irrelevancia y la posible desaparición/fusión, ya veremos. En cuanto a Podemos, venían a asaltar los cielos y en dos comunidades donde teóricamente su discurso anti-España e izquierdista podría encontrar cierto acomodo, han cosechado unos pésimos resultados, probablemente porque ya existen opciones nacionalistas y más radicales que albergan a sus potenciales votantes vascos y gallegos. Y por último Vox, si bien ha obtenido un único escaño en el parlamento vasco, al ser la más nueva formación aún está en proceso de crecimiento y si hace un año y medio hubiéramos visto su representación autonómica y que era la tercera fuerza a nivel nacional, muchos habrían reído durante horas. Pese a todo, en Vascongadas y Galicia, el nacionalismo del PP y del PNV sigue copando el poder.
La Comunidad Valenciana, un comportamiento distinto
Nuestra tierra pese a tener una formación nacionalista como es Compromís, actualmente socio de gobierno y pese a estar en la órbita de comunidades donde la presión nacionalista vinculada a la lengua propia es creciente y ha sido una constante desde el inicio de la democracia, mantiene un mayor grado de permeabilidad y pluralismo social y político. Han gobernado PP y PSOE, con mayorías absolutas y con pactos. La alternancia política es un sano indicador para una democracia y ellos nos debe hacer sentirnos orgullosos de manera colectiva. Quizá pecamos de mirar con recelo a otras comunidades o quizá es el nacionalismo el que quiere que intentemos imitar a esos sitios donde como decía Henry Ford, “tendrán el coche del color que quieran siempre que sea negro”.