Madrid quiere ampliar Barajas, Barcelona quiere ampliar El Prat. A Valencia probablemente también le gustaría ampliar Manises pero se tiene que conformar con el puerto. Así luchan los políticos en la batalla del cambio climático: a favor de que se produzca cuanto antes. Todo a mayor gloria del ‘capitalismo verde’
VALÈNCIA.- Este ha sido un verano pródigo en noticias relacionadas con el medio ambiente. Casi todas ellas, malas noticias. Incendios infernales en el Mediterráneo oriental, récords de temperatura en casi toda España, espacios naturales singulares echados a perder en apenas unas décadas, informes de la ONU que advierten no solo de la irreversibilidad del cambio climático, sino de sus drásticos efectos que ya son patentes y lo serán más en pocos años... Mientras tanto, nuestras autoridades han reaccionado como cabría esperar. Mucha palabrería vacua, mucho ecologismo militante, irrenunciable compromiso con el clima, siempre y cuando todo esto sea de aplicación a partir de 2050, o en todo caso a partir de que haya pasado mucho tiempo después de su reelección en la próxima legislatura.
Pocas cosas ejemplifican mejor el auténtico cariz del compromiso de nuestros actuales dirigentes políticos con el ecologismo que los planes del Gobierno central para gastarse el dineral de inversiones de la Unión Europea para financiar la reconstrucción tras la crisis de la covid. Ya en 2050 seremos muy ecologistas, pero por lo pronto, en 2021, vamos a ampliar más Barajas, todavía más; y también El Prat, para que no se enfaden los independentistas. Y, en efecto, no se enfadan. De hecho, el número dos de JuntsxCat, Joan Canadell, expresó con precisión el espíritu de los tiempos en un mensaje de su cuenta de Twitter, explicando que según las previsiones el nivel del mar subirá «como mucho» un metro en 2100, y puesto que El Prat está a dos metros sobre el nivel del mar... ¡aún queda mucho margen; hagamos la ampliación ya!
Estas declaraciones de Canadell podrían llevar el sello de calidad del presidente de la Autoridad Portuaria de Valencia, Aurelio Martínez, embarcado en una nueva ampliación del puerto de Valencia que busca, esencialmente y contra viento y marea, traer más y más contenedores por transporte marítimo. Hacer del puerto de Valencia un centro logístico de reparto de contenedores a mucha mayor escala que ahora, en un contexto en el que el encarecimiento del petróleo y realidades como la pandemia del coronavirus aconsejan contar con sectores estratégicos en España, y no depender para todo de China.
Una macroampliación que ignora totalmente a la opinión pública —obviamente preocupada por el deterioro de las condiciones medioambientales— y pone un pretendido utilitarismo económico por delante de todo lo demás, y en particular por delante del impacto ambiental que supondrá dicha ampliación para la ciudad de València y su entorno natural. Sobre todo, teniendo en cuenta el efecto que tendrá en las próximas décadas el aumento global de las temperaturas en el Mediterráneo, y en particular en el cap i casal. El incremento del nivel del mar, entre otras cosas, inundará el puerto y devastará el frágil hábitat natural de l’Albufera.
Esto último, el peligro que corre l’Albufera, nos remite fácilmente a un último desastre ambiental que nos ha traído el final del verano: el que ha acabado por evidenciar el deterioro definitivo de la laguna del Mar Menor, en Murcia, por efecto de diversos factores, pero sobre todo de los fertilizantes vertidos a la laguna durante décadas por parte de las explotaciones agrícolas intensivas de la zona, mientras las autoridades políticas no hacían nada de nada, y ahora se rasgan las vestiduras y prometen planes drásticos de acción.
Compartiré con ustedes una sorprendente revelación: si bien está claro que mover contenedores y que estos pasen por València como nodo logístico (para ir o marchar, en más del 50% de los casos, a otro lugar) es un negocio, preservar los parajes naturales también lo es. Esos turistas tan deseados y buscados en estos duros años de pandemia no vienen para ver cómo el puerto mueve contenedores de un lado a otro (supongo, quizás alguno sí que venga para eso), sino para disfrutar de nuestras playas, nuestro legado cultural y nuestros parajes naturales. Si te cargas las playas y los parajes naturales, también dañas un sector de la economía. Prueben a promocionar la manga del Mar Menor con imágenes de peces agonizando en lo que parecen aguas fecales. Seguro que a las explotaciones agrícolas les va bien, y eso, pero no está claro que una cosa compense la otra.
Aunque compensase, también cabe preguntarse a qué sectores compensa, y qué sucede con la población general. Personalmente, me parece poco atrayente vivir en una ciudad pegada a un puerto cuyo propósito sea construir más y más autopistas para que los camiones transporten contenedores desde, y hacia, dicho puerto. Si se trata de eso, ya puestos, podríamos reverdecer (ya saben que cuando el capitalismo busca justificar sus mayores tropelías contra el medio ambiente lo hace revistiendo el proyecto de palabras como «sostenibilidad» o «capitalismo verde») viejos laureles de la ciudad y retomar el proyecto de convertir el antiguo cauce del río Turia en otra autopista, que quedó aparcado momentáneamente tras el fastidioso movimiento ciudadano que en los años 80 acabó por convertir dicho cauce en el jardín que es ahora.
«¡Ya es hora de abandonar esos sueños infantiles y anacrónicos de llenar las ciudades de antieconómicos parques y jardines y construir encima del río una buena autopista verde de seis carriles!»
Y está claro que dicho jardín es un pulmón de València, uno de sus espacios más singulares y visitados, tanto por los turistas (que traen dinero; ¡dinerito fresco!) como por los aborígenes de la ciudad, que también lo utilizan con profusión. Pero digo yo: ¿cuántos contenedores mueve el jardín del Turia, eh? ¡Ya es hora de abandonar esos sueños infantiles y anacrónicos de llenar las ciudades de antieconómicos parques y jardines y construir encima del río una buena autopista verde de seis carriles!
No está claro quién ganará el pulso de la ampliación del puerto, a pesar de la docilidad de la mayoría de poderes públicos y fácticos. No lo está porque la incongruencia de esta ampliación es una realidad que cada año se hará más patente, como cada vez se evidenciará más la gravedad de los errores del pasado. El símil de la proyectada ampliación del puerto con el jardín del Turia no parece cogido por los pelos: una autopista urbana frente a un jardín. La racionalidad y el negocio del puerto frente a la sostenibilidad (la de verdad) y el confort ciudadanos. La disyuntiva, como a casi nadie se le escapa, no es tal. Ya hemos cometido bastantes errores, ya hemos deteriorado bastante las cosas, como para seguir destruyendo nuestro hábitat, para desgracia nuestra y los que nos sucederán.
* Este artículo se publicó integramente en el número 83 (septiembre 2021) de la revista Plaza