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tribuna libre / OPINIÓN

Análisis formal del discurso de Felipe VI

4/10/2017 - 

VALÈNCIA. La noche del martes 3 de octubre, la televisión emitió en España el mensaje que el Rey Felipe VI dirigió a toda la nación con motivo de los acontecimientos que ocurrieron en Cataluña el domingo 1 de octubre alrededor del intento de referéndum de independencia.

Fuera del análisis político del contenido de ese mensaje, que corresponde a otros expertos, a mí me interesaba analizar y comprobar las formas en que el Rey transmitía sus ideas en un momento trascendente en la historia de España. 

Podemos comprobar todo lo que digo aquí repasando el vídeo de su discurso: 


Su padre, Juan Carlos I, fue contundente la noche del 23-F, cuando se dirigió a toda la nación para reafirmar su voluntad de avanzar en la consolidación de la recién estrenada democracia española. Aquella noche, por cierto, Felipe, con catorce años de edad, permaneció al lado de su padre, por decisión del propio Rey, para vivir aquellos momentos y aprender a actuar en  momentos clave en la historia. Parece que aprendió. 

De acuerdo con mis competencias como experto en comunicación oral, me interesa analizar ese mensaje de Felipe VI desde tres aspectos: su comunicación verbal, su comunicación paraverbal y su comunicación corporal. Y recuerdo que, según todos los expertos y según es mundialmente aceptado, la comunicación corporal representa el 65 por ciento de nuestra comunicación oral, la comunicación paraverbal (cómo salen las palabras de la boca) transmite el 25 por ciento de nuestra comunicación y la comunicación verbal (las palabras en sí, las ideas) sólo significa, como mucho, el 10 por ciento de esa comunicación cuando un ser humano habla. No significa que las palabras no sean importantes. Significa que si esas palabras no están bien apoyadas en una buena comunicación corporal y en una cuidada comunicación paraverbal, el mensaje pierde toda su posible fuerza y efectividad para penetrar en la mente de quienes escuchan.

Contenido adecuado

Dicho todo lo anterior, el contenido del mensaje del Rey fue impecable desde el punto de vista institucional, como Jefe de Estado, defendiendo la unidad de España, la constitución y, por tanto, resaltando la deslealtad de quienes se habían saltado la legalidad vigente en el estado para llevar a cabo sus planes independentistas. 

Por tanto, desde el punto de vista de la comunicación verbal, el mensaje fue de diez; o sea, perfecto. Dijo lo que tenía que decir y utilizó las palabras adecuadas, medidas, ajustadas, contundentes, bien pensadas, y con frases bien construidas, transmitiendo ideas claras, sencillas, sin perífrasis complicadas, ni circunloquios, ni digresiones innecesarias, ni ausencia de matices importantes. Es decir, que todo el mundo podía entender a la perfección lo que el Rey quería transmitir, sin dejar lugar a interpretaciones ni exégesis interesadas. Dijo lo que  cabía esperar que dijera, de forma clara, breve y contundente. Por tanto, este diez por ciento que corresponde a su comunicación verbal, lo cumplió a la perfección.

Buenas vocalización, articulación y ritmo 

En cuanto a su comunicación paraverbal, ese veinticinco por ciento de la comunicación oral, a la que me he referido antes, fue también perfecta. Sus palabras salían de su boca con una vocalización y una articulación perfectas: desde el punto de vista fonético, se entendían perfectamente todas laS palabras que decía, no había esfuerzos para entenderlas, como por desgracia le ocurre a algunos colegas periodistas y presentadores de radio y televisión. 

Su voz tenía el volumen adecuado y el tono transmitía la solemnidad y la firmeza ajustada que pretendía comunicar a todos los españoles. De hecho, en todo el discurso no le salió ni uno solo de los gallitos que le han caracterizado durante años en sus discursos. Parece que ha corregido ese pequeño defecto que, en circunstancias como las de este mensaje institucional, le habrían restado solemnidad y gravedad.

Por lo que se refiere al ritmo con el que hablaba, era el adecuado. Una vez más comprobamos que un ritmo pausado, tranquilo, sosegado, le da solemnidad a las ideas que transmiten las palabras. Un ritmo ligero y rápido resta trascendencia a lo que se está diciendo. El Rey, por supuesto, quería comunicar gravedad, contundencia, solemnidad y trascendencia. Y lo consiguió, también con el ritmo con el que desgranaba las ideas y las palabras que las transportaban. Después de frases rotundas dejaba una pausa sostenida. Y eso, sin duda, contribuye a que la idea que se acaba de expresar se asiente bien en la mente de quienes escuchan. Una buena gestión del ritmo al que se habla y de las pausas y silencios, son unos de los excelentes recursos retóricos que deben usarse para comunicar con eficacia al hablar en público y que, por tanto, debe saber usar un buen orador. Y, por supuesto, sin latiguillos ni muletillas, sino con tranquilos silencios entre una y otra idea.

Y, además, en la forma de pronunciar sus palabras, Felipe VI les imprimía una ajustada expresividad; es decir, que con la forma en que las decía nos hacía llegar sus emociones y sentimientos: preocupación, firmeza, seguridad, contundencia, esperanza y calma. Por ponerle alguna pega al Rey, quizá podría haber dado un poco más de expresividad a algunas de las frases, aunque comprendo que se trataba de un discurso institucional y no de un mitin político, en el que sí que cabe dar rienda suelta a las emociones. Se supone que un rey debe ser comedido y contenido en un discurso solemne como este que nos ocupa.

Y, en cuanto a la duración del discurso, también fue perfecta. Seis minutos son suficientes para decir lo que tenía que decir, sin divagar y sin dejar de decir todo lo necesario. No fue demasiado corto ni resultó excesivo, prolijo ni, mucho menos, pesado. O sea, ajustado y equilibrado en su diración.

Por tanto, conclusión en este apartado de comunicación paraverbal: un diez; es decir, perfecto. Así pues, el 25 por ciento de la comunicación oral correspondiente a este capítulo lo consiguió sin fallos ni defectos.

Comunicación corporal perfecta

Y, por último, he analizado la comunicación corporal de Felipe VI al pronunciar por televisión este mensaje institucional. Y ya digo, de entrada, que también fue perfecta.

Cabía pensar que el Rey aparecería ante la cámara de televisión sentado tras una mesa, como así fue, y que eso le restaría capacidad expresiva desde el punto de vista corporal. Pero no ocurrió así porque Felipe VI se esforzó por gesticular de modo adecuado,  a pesar de las limitaciones que impone una ubicación física como la que tenía.

El plano medio y fijo que nos ofrecía la cámara de televisión, contribuía a que nuestra vista no se distrajera con elementos accesorios. Sólo se veían las banderas de España y Europa, a la derecha del encuadre, la esquina de una pantalla de ordenador, a la izquierda del plano, y, tras el Rey, un fragmento de un cuadro que no le restaba protagonismo. La mesa, los folios sobre ella y el respaldo del sillón del Rey era lo único que se veía, fuera de su propia imagen, vestido con traje gris oscuro, camisa blanca con gemelos y corbata granate. Y el plano de cámara, como he dicho, fijo los seis minutos del discurso. Sin cambios de plano de cámara, ni zooms ni nada que pudiera distraer de lo esencial, que era el mensaje del Rey. Perfecto.  

Analizando sus gestos, su mirada y sus manos, también llegué a la conclusión de que había sido perfecta su comunicación. Como he dicho, el hecho de estar sentado detrás de una mesa, con los antebrazos apoyados en el borde de esa mesa, podría haberle restado eficacia a su comunicación si él no hubiera sabido gestionarla adecuadamente, como hizo. Podría haber aparecido como un “busto parlante”, sin expresividad corporal y, por tanto, corría el peligro, como le ocurre a muchos en esas circunstancias, de haber resultado anodino y poco comunicativo, poco efectivo. Pero no fue así, como ya he dicho.

De entrada, apareció con el ceño fruncido, transmitiendo con este gesto su preocupación y su enfado por los acontecimientos en Cataluña. Su mirada estaba clavada en el objetivo de la cámara, contribuyendo así a mirarnos a los ojos a todos los espectadores, lo que significa uno de los elementos clave de la comunicación oral: la mirada. Como dice Allan Pease: “Sólo cuando dos personas se miran directamente a los ojos existe una base real de comunicación”. Por tanto, cuando se habla en televisión y se quiere transmitir un mensaje directo a los televidentes, la mejor forma de hacerlo es, desde luego, clavar la mirada en el objetivo de la cámara que nos enfoca y decir lo que tengamos que decir con contundencia y seguridad. 

Y, en cuanto a sus manos, las utilizó perfectamente, a pesar de estar con los antebrazos apoyados en la mesa. Sus manos ayudaron a remarcar algunas afirmaciones, dichas con pausa y énfasis y acompañadas de adecuados movimientos de sus manos.

Por ejemplo, gesticuló con su mano derecha remarcando la frase en la que se refería a los catalanes: “La Constitución es la ley que reconoce, protege y ampara sus instituciones históricas y su autogobierno”.

El mensaje contenido y contundente lo reforzó a la perfección, gesticulando con las dos manos a la vez, al referirse a “determinadas autoridades de Cataluña”, de quienes decía: “Han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando desgraciadamente a dividirla”.

Y cerraba los puños con fuerza cuando decía con energía contenida: “Nuestros principios democráticos son fuertes, son sólidos”. Y volvía a hacerlo hacia el final de su mensaje institucional, al subrayar con sus manos: “Mi entrega al entendimiento y a la concordia de los españoles”.

Mi conclusión general, por tanto, es que el mensaje del Rey Felipe VI con motivo de los acontecimientos de Cataluña, desde el punto de vista de la comunicación, fue de una perfección absoluta y digno de ser puesto como ejemplo para muchos oradores políticos y no políticos que deberían aprender y practicar todos estos aspectos que he analizado en este artículo. ¡Enhorabuena, Majestad! (Y enhorabuena a Leticia, que seguro que le ha enseñado y le ha hecho practicar en la intimidad).

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Paco Grau es periodista y profesor de Oratoria

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