La compañía de danza estrena una coreografía basada en el texto dramático de Valle-Inclán Divinas palabras
VALÈNCIA. A pesar de los 36 años de trayectoria, de la decena de reconocimientos en los Max y del Premio Nacional de Danza 2006, la coreógrafa Rosángeles Valls se confiesa muy nerviosa en vísperas del estreno esta noche, 11 de abril, en el Teatro Principal, de su nuevo espectáculo, Divines paraules. La obra, la primera producción pública de la compañía que codirige junto a su hermano Édison Valls, Ananda Dansa, es una adaptación del texto teatral homónimo de Ramón María del Valle-Inclán.
“Este jardín es el más arriesgado de nuestra vida. Es un espectáculo raro, en el que la dramaturgia nos ha controlado mucho, hasta el punto de que la duración del espectáculo se extiende a los 75 minutos, cuando nuestros montajes son de una hora”, explica la creadora.
En la paradoja de su título arranca el primer escollo para la veterana formación valenciana. Porque la propuesta carece de palabras. Es una traducción al baile del esperpento del autor gallego: “Hemos traducido las imágenes que transmite el texto a la escena y le hemos dado un lenguaje coreográfico distinto a cada uno de los 12 bailarines que interpretan a otros tantos personajes sobre el escenario”.
Tras su estreno en el contexto de Dansa València, la obra se representará en el Gran Teatre Antonio Ferrandis de Paterna y en el Teatro Principal de Castellón. A principios de mayo, regresará a València.
La segunda zancadilla sorteada por Ananda Dansa ha sido trasladar a la València contemporánea esta radiografía del noroeste español, con los problemas de religión y moral propios de la Galicia de principios del siglo XX.
Su apuesta sigue la geografía de la obra. Es una visión fiel en la que no han modernizado ni restado enjundia a la historia, sólo la han traído a casa.
“Cuando Valle-Inclán escribió Divinas palabras en 1919, la ancló a una Galicia rural, para remarcar que era un espacio donde la superstición, los bulos y la iglesia dominaban la sociedad. En ese sentido, ha sido inmediato ligarlo a la actualidad. Vivimos un momento conservador, donde lo políticamente correcto está dominando nuestras vidas y se vive acorde a la hipocresía y la falsa moral”, desprecia la mayor de los Valls. Y cita ejemplos contemporáneos como el protagonizado en 2016 por un matrimonio español que se había servido de la enfermedad genética de su hija para estafar a todo el país.
El suceso reciente es análogo al de uno de los protagonistas de Divinas palabras, Laureaniño el Idiota, un enano aquejado de hidrocefalia que es exhibido por sus familiares en las ferias para conseguir dinero. En la propuesta de Ananda, el personaje es interpretado por la bailarina Ana Luján, responsable del vocabulario coreográfico de la pieza junto al también bailarín Toni Aparisi, quien da vida al sacristán de San Clemente, Pedro Gailo. Ambos fueron merecedores del Max a los mejores intérpretes de danza femenino y masculino, respectivamente, por la anterior obra de la compañía, PinoXXio.
Rosángeles aconseja el montaje para mayores de edad, y tilda el espectáculo de “fuerte y duro, pero hermoso”. La codirectora afirma que les ha costado “sangre y sudor” acoplar su trabajo a diferentes sensibilidades del público: “Hemos intentado que la obra original se lea en el escenario, pero también que el público que desconozca la obra pueda apreciar la coreografía como una entidad cerrada en sí misma. Unos pensarán más y otros recibirán las emociones”.
Su versión es un catálogo de pecados capitales, donde priman los celos, la avaricia y la lujuria. Sus protagonistas son sórdidos y comparten la falta de ética, la miseria espiritual y la falta de dignidad.
Para plasmar los contrastes entre el instinto y la razón, la tragedia y la ironía, el Eros y el Thanatos contenidos en esta tragicomedia, los bailarines protagonizan trueques de emociones, brusquedad en sus movimientos, cambios sin respiro.
La banda sonora, obra de Pep Llopis y de Jorge Gavaldà, resalta esa disparidad, con sonidos divinos cuando en escena asistimos a escenas profanas. Los compositores le han dado una lectura local. La propuesta se basa en músicas antiguas, con tributos al Misteri d’Elx y al músico Joan Baptista Cavanilles. En su grabación han participado músicos de la Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana, así como figuras de la talla de Perico Sambeat, Manolo Pérez Gil y el propio Gavaldà.
El tercer inconveniente fue la escenografía. Con Divinas palabras, el escritor gallego redefinió el concepto de acotación, que asume un gran peso dramático. El número de escenarios se amplia, el tiempo, se fracciona y sintetiza. Hay animales sobre las tablas y elementos líricos y sensoriales, con atención al olfato, la vista y el oído.
El encargado de afrontar su complejidad es Édison Valls, que hace aparecer la escenografía poco a poco y ha buscado su inspiración en la divinidad y no en la obra de Goya, Los disparates y Los caprichos, a la que remite el original. “No hemos querido reincidir en la oscuridad que la obra tiene de por sí y hemos tirado por una propuesta un poquito más luminosa”, justifica Rosángeles.
La última paradoja de esta coproducción tiene que ver con el contexto político. Todavía resuena en la memoria, como símbolo del periodo de dispendio descontrolado de la era Camps, la adaptación en 2003 de Las comedias bárbaras, también de Valle-Inclán, en La Nave de Sagunto. La súper producción, dirigida por Bigas Luna y protagonizada por Juan Luis Galiardo, contó con un elenco de 90 actores, seis caballos, tres perros lobo y tres galgos.
Al respecto, opina la directora coreográfica: “Aquello fue una época bárbara, un destarifo de no saber dónde se tienen los pies. Ahora estamos viviendo un momento mucho más consciente y realista, en el que se presta mayor atención a los espectadores. Ya no se pretende poner a Valencia como cabeza del mundo, como decía Camps, sino realizar un trabajo bien hecho pasito a pasito”. Palabra a palabra.