VALÈNCIA. De aquellos polvos, estos lodos. De la València sin letra y el debate sobre qué tipografía debería definir la comunicación de la ciutat, a un rastreo por los rótulos favoritos de algunos diseñadores y creativos (oh, ha dicho creativos) que hacen de este entorno el campo de sus batallas gráficas. Ante la despersonalización de la faz de la urbe, un juego que continúa.
Porque aquel rótulo de aquella marquesina no encierra solo un simbolismo estilístico, sino que ensalza territorios de la ciudad que son nuestros porque los hemos adoptado como propios. Imaginar el frontal de las calles sin letreros, sin simbología comercial, es retirar las letras de una hoja escrita por miles de manos. Aunque todavía hay algo peor: que todas las letras sean tan parecidas, tan idénticamente irrelevantes, que en lugar de denotar estilos los laminen.
Que la cruzada no pare, pues. La reivindicación de los buenos rótulos callejeros -coinciden las siguientes voces- favorece a la dicción de València. Su acelerada descomposición, por contra, complica su expresión. ¡Vamos!