VALÈNCIA. Y, finalmente, ardió. El Temple of Deep, el corazón del festival Burning Man, que se celebra cada año en el desierto de Nevada (Estados Unidos), ha sido pasto de las llamas, como manda la tradición. Después de meses -o, incluso, años- de trabajo y unas más que complejas semanas de montaje en el desierto de Black Rock, el sueño culminó. La historia termina como estaba previsto, en torno a una llamas que son el símbolo del renacimiento y, también, como fin a una aventura que lleva cocinándose desde hace una década y que ha supuesto un hito para la conexión creativa entre València y Estados Unidos.
Por primera vez la historia del festival, tres arquitectos españoles han sido los encargados de diseñar y montar el edificio central del festival. Ha sido el valenciano Miguel Arraiz quien ha liderado la expedición, junto a Javier Molinero, 'Arqueha' y Javier Bono, una aventura que ha ido tomando forma desde hace ya mucho tiempo. Fue en el año 2016 cuando el Arraiz participó por primera vez en el Burning Man, donde levantó -en colaboración con el escultor David Moreno y el colectivo Pink Intruder- el proyecto Renaixement, un pabellón inspirado en la Lonja de València con guiños a las Fallas que, más adelante, regresaría ‘a casa’ para instalarse temporalmente en el Centre del Carme.

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- Foto: CAROLINA L. ORTUÑO
Esta fue la casilla de salida que ha dado forma a una relación que ha culminado este 2025 con la construcción del Temple of the Deep, un espacio de recogimiento que cada año se convierte en el símbolo y punto de encuentro del festival. Durante semanas se ha llevado a cabo el montaje de la estructura, construida con más de 150 toneladas de madera, de 14 metros de altura y 30 metros de diámetro, un proyecto que se inspira en el kintsugi, el arte japonés de reparar con oro la cerámica rota.
El proyecto teje un puente entre el icónico festival, que reúne cada año a miles de visitantes de todo el mundo, y las Fallas, dos fiestas del fuego y el renacimiento unidas en un 2025 en el que, además, la dimensión emocional ha crecido de maneras inesperadas. Y es que la terrible Dana del pasado mes de octubre sigue presente en la vida y mente de los ciudadanos de las zonas afectadas y en el equipo valenciano que ha viajado a Estados Unidos, que ha hecho de la solemne quema del monumento un homenaje a los afectados.

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- Foto: CAROLINA L. ORTUÑO
De esta forma, antes de su desembarco en el desierto de Black Rock, y en colaboración con el proyecto Salvem les fotos de la Universitat de València, se reunieron un buen puñado de cartas con las que llevar “fragmentos de nuestra memoria colectiva”, textos que han formado parte de la ceremonia. “Esto lo ha convertido, para mí y para muchas personas del equipo, en algo más que arquitectura: en un contenedor de experiencias personales”.
El proceso hasta llegar al desierto no ha sido sencillo. Desde abril, más de 500 voluntarios -de los que 120 viajaron al desierto- han estado trabajando en el ensamblaje en una nave en Oakland (California), desde la que salieron hasta cinco grandes caminos cargados de material. Todo para poner en marcha un montaje impredecible. “El reto principal es el entorno. Hablamos de temperaturas extremas, que pueden superar los 40º durante el día y bajar cerca de los 0º por la noche. A eso se suman tormentas de arena, vientos impredecibles… Por ponerte un ejemplo: en 2016 tardamos 12 días en levantar Renaixement en el desierto, pero solo 2 días en reconstruirlo en Valencia. Aquí todo se vuelve más lento, más duro y más incierto”, relataba Arraiz a Culturplaza. Ahora, meses después, el Temple of Deep es ceniza. Empieza un nuevo ciclo.