VALÈNCIA. Cuando se señala con generosidad que tal o cual plaza de la ciudad se asemeja a un pueblo, quizá se está normalizando la incapacidad de la ciudad para conservar algunos de sus principios fundacionales como espacio de la vida en común. La plaza de Campanar, la de Patraix o la de Benimaclet son puros emblemas de cierta condición romántica de entender un urbanismo valenciano detenido en el tiempo. En Campanar llega a hablarse del pueblo para definir esa galia que diferencia el primer núcleo del resto. Cuando suenan las señales horarias desde el campanario las coordenadas se alteran y parecería que no hay contorno urbano más allá de las primeras calles. La de Patraix puede entenderse como un render mediterráneo donde la urbe decide espontáneamente ponerse a hablar. Recuerda a esa frase de la artista Jenny Holzer: “No es el espacio en sí, es hacer posible el derecho a que la gente se junte. Juntarnos nos define”. La de Benimaclet, en esta parte del año, parece el estallido de una comunidad y, en consecuencia, un foro de tensiones y resolución de problemas.
¿Pero son parte de un urbanismo fósil o más bien la muestra de cómo guiar el futuro de nuevas plazas?, ¿la misma fórmula sigue vigente o es imposible reproducir ese mismo modelo en unas ciudades transformadas? ¿Queremos retornar a la plaza del pueblo porque no hemos encontrado una alternativa mejor o porque realmente es la mejor alternativa?
Para obtener algunas claves acuden Sol Candela, directora de la Fundación Arquia -este año celebran en València su edición Arquia/Próxima- y Javier Peña, director de Concéntrico -Festival Internacional de Arquitectura y Diseño de Logroño, una de las citas que mejor pone a prueba la posibilidad creativa de las ciudades-.
Se produce una alteración habitual de los factores cuando se plantea cómo aprovechar el legado de las plazas tradicionales: qué fue antes, ¿la vida reunida que dio origen a la plaza o la plaza que dio lugar a la vida reunida?
Sol Candela introduce una primera advertencia: “En la plaza tradicional el espacio público y privado se entremezclan y depende mucho de cómo se haga esa conexión, como de enriquecedora y flexible sea, para que facilite o no la vida de las personas, de sus actividades. Esa vida es la que da carácter a las ciudades (cultura, trabajo, ocio, educación y otras). No pueden ser solo museo, sino un lugar donde la gente quiera vivir”.