Arte y fotografía

MEMORIAS DE ANTICUARIO

Balansiya. Ecos demasiado lejanos de una València musulmana

“Valencia es la apoteosis de la bellezasu reputación es buena tanto en el Este como en el Oeste.Si alguien dijera que es un lugar caroy una ciudad en la que no cesan las luchasdi tú que es un paraíso al que no se puede llegarsino pasando por el hambre y la guerra"Ibn Hariq, poeta nacido en Valencia (1156-1225)

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VALÈNCIA. Esta es la historia de un patrimonio material desaparecido. Los valencianos somos muy de, eufemísticamente hablando, renovar: sin ir más lejos pronto lo haremos a través del ritual del fuego, o siendo más francos, la cuestionable estética de muchas poblaciones cercanas a Valencia denota esa afición por derribar y levantar. La existencia todavía de unos cuantos vestigios diseminados y, hay que decirlo, escasamente valorados, es ni más ni menos que la prueba de la presencia de todo un mundo sustituido por otro. No busquemos, lamentablemente, en Valencia un caso como el de la Mezquita de Córdoba, aun en escala reducida, de la Alhambra de Granada o de la Giralda de Sevilla, alminar de la antigua mezquita, hoy torre catedralicia cristiana, por poner varios ejemplos. 

Y Valencia fue tan Al Andalus como todas esas ciudades, pero ninguna de las mezquitas que existían en la Valencia del siglo XI ha quedado en pie, siquiera parcialmente. El Palacio Del Real, que trae su nombre del árabe “rahal” que se puede traducir como “casa de campo” también ha desparecido. Hay que aclarar que nunca fue el palacio de ningún rey, aunque a veces se alojaron allí monarcas de todas las dinastías hasta su destrucción en 1810. Se trataba realmente de una finca de recreo también llamada Almunia en la que los reyes de la Taifa de Balansiya (Valencia) se retiraban para descansar. Por tanto, nunca ha sido un palacio real, debiendo llamarse, entonces, Palacio del Real. El mismo destino tuvo el de los Omeyas en Ruzafa del que sabemos cosas por tradición escrita. Una rica toponimia permanece, eso sí, así como una forma de entenderse con el medio rural, a través de un sistema de tratamiento de las aguas que fue recogido con admiración por cronistas y viajeros de los orígenes más diversos. En artes aplicadas los motivos islamizantes los podemos observar sobretodo en una cerámica de reconocimiento internacional y un cierto revival a finales del siglo XIX.

¿Valoramos el rico pasado musulmán de Valencia como toca?. Me da la sensación de que este esplendoroso pasado nos queda como algo más pintoresco que otra cosa, sin que se haya llegado a valorar la importancia que tuvo en la medida que lo merece. A la eliminación de muchos de los testimonios me remito. Según el historiador Josep Vicent Boira, “(…) la Valencia islámica se ha presentado tradicionalmente como un paréntesis”. Un paréntesis de quinientos años, añade. Recuerdo que en el programa de estudios de Historia del Arte la asignatura dedicada al arte islámico tenía la misma importancia que la de arte ruso.

La trama urbana

No puede decirse que la adjetivación “medieval” de la trama urbana de buena parte del centro histórico de Valencia sea del todo precisa, pues habría que aclarar que esta trama medieval no es, sin embargo, cristiana. No es incorrecta, pero una mayor concreción debería llevarnos a denominarla como “moruna”. Un calificativo que, por otro lado, no es fruto de las últimas investigaciones de la historiografía moderna, sino que, ya de esta forma se describía Valencia en los libros de viajes por los extranjeros que visitaban la ciudad en el siglo XIX, y que la percibían como un encantador laberinto de calles angostas escasamente ventiladas. La cristiandad sustituye lo que de islámico podía haber en la ciudad, levantando la catedral y las parroquias sobre los terrenos ocupados por las mezquitas una vez derribadas estas, sin embargo, la trama urbana permanece.

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