VALÈNCIA. En varias ocasiones, durante la presentación de la exposición de Eduardo Úrculo en Fundación Bancaja, sobrevoló la idea de que el hombre y el artista son dos cosas indisolubles, un todo que no se puede entender por separado. Y razón no les falta. La obra del artista no se puede entender sin su biografía, un camino de pasiones, deseos, viajes e introspección que queda plasmado a cada paso en sus pinturas y esculturas. Allá donde fue Úrculo quedó reflejado en su trabajo, un camino de varias décadas que ahora se condensan en la muestra Un viajero cosmopolita, un proyecto que ofrece una amplia mirada a su producción artística y que supone, además, la primera retrospectiva que se le dedica en València.
“Es una deuda que estaba pendiente”, expresó el presidente de Fundación Bancaja, Rafael Alcón, quien presentó la muestra junto a la comisaria, la doctora en Historia del Arte Alicia Vallina, y el hijo del artista, Yoann Úrculo. La exposición parte de la idea del viaje como “elemento esencial de descubrimiento”, uno viajes en los que se empapa de experiencias artísticas y vitales que se van trasladando a su obra, que va tomando distintas formas y contenidos. Se mantiene constante, eso sí, esa idea de ser actor y testigo de la vida, esa capacidad de asombrarse por el entorno, sea tanto público como íntimo, un Úrculo que mira sin descanso.

Su primera parada es esa Asturias que le vio crecer en los años 40 y 50, una etapa gris marcada por su trabajo en la empresa Carbones de La Nueva S.A. y una posterior enfermedad que le llevó, tras una larga convalecencia, a sumergirse en el mundo de la pintura, que nunca abandonó. La abstracción y el lenguaje expresionista marcó esta primera etapa de acento social, pincelada gruesa y colores oscuros, una paleta que, con todo, muy pronto se ampliaría. Y de qué manera. Llegó Madrid y su Círculo de Bellas Artes, París y la Académie de la Grande Chaumière y, después, la definitiva Ibiza.
En la isla llegó la explosión de color y deseo, una época pop protagonizada por la figura femenina y el erotismo. Úrculo dio carpetazo al gris, dando paso a las propuestas coloristas, sensuales y hedonistas, un deseo que se refleja en muchas ocasiones de manera explícita con imágenes de carácter sexual. “Úrculo es un salvaje, un bon vivant anárquico que deja de preocuparse por los contratiempos y disfruta del viaje. Un caminante que discurre ligero para que la vida escapa de él y se muestre sin prejuicios ni estrecheces”, refleja la comisaria.

En este viaje en el que el arte es tanto la vida como la vida el arte, cómo no, se encamina en su final hacia una etapa centrada en el tránsito y la contemplación, un periodo en el que se pierde en la urbe, en esa Nueva York que es tan seductora como inabarcable, una vida nómada en la que se entremezcla tanto la emoción como la nostalgia, la admiración y la melancolía. Esos hombres de espaldas, de sombrero y gabardina y de maletas llenas, van recorriendo esas ciudades cosmopolitas que se convierten en un espacio recurrente para Úrculo. “Es testigo mudo de la ciudad, una metáfora de la soledad del hombre moderno”.
Todos los Eduardo Úrculo que caben en sus obras, aquellas que van desde 1960 a 1999, se dan cita en Un viajero cosmopolita, una exposición que acerca al público más de medio centenar de obras “icónicas” que invitan a realizar ese viaje artístico y vital en el que cabe el dolor, el sexo y la soledad, una mirada que es tan global como particular. La vida misma.