VALÈNCIA. Todas las grandes ideas tienen un ciclo de vida: nacen en la imaginación, crecen en los textos, se muestran al mundo y de alguna manera acaban muriendo. Se suelen salvar del olvido los libros y las películas, a través del legado documental, pero no hay forma alguna de encapsular un concierto o una obra de teatro. La vida de las obras de teatro es demasiado corta, muchas veces los espectáculos no sobreviven a la fase de exhibición o a los pequeños ciclos, se vuelven caducos.
“Cuando haces una obra la exhibes y ya no encuentras más fechas para esta”, explica el actor Xavier Giménez, quien de la mano de su compañero Alberto Ángel Escartí funda el espacio Artea Lab, en el que pretenden que la vida de las obras de los valencianos se alarguen mucho más allá de un breve periodo de exhibición. Contra la lucha de los proyectos que viven menos de un año buscan encontrar un lugar en el que se huya de la “vomitera de la exhibición” como lo explica Escartí, un espacio en el que se pueda crecer y progresar sobre un mismo escenario.
En la Calle de l’Art Major de la Seda nace este nuevo refugio para el teatro, una sala de creación de las artes vivas que se desarrolla en paralelo con Artea Espai, su otro brazo es ahora Artea Lab. A sus mandos se encuentran dos actores que bien saben cómo quieren dirigir la sala: por un lado quieren seguir una línea de piezas de teatro contemporáneo, danza, artes vivas, performance y todo aquello que les apetezca programar; por otro quieren convertirse en un lugar referente para las artes escénicas valencianas, un refugio a largo plazo.
Con salas referentes como la Sala Carme, La Mutant y Antic Teatre ambos buscan conseguir un espacio en el que sentirse cómodos también como actores. Explica Escartí que contar con esa visión tiene puntos de ventaja y de desventaja: “Ahora mismo estamos asentando las bases en las problemáticas que hemos tenido como creadores, lo que más nos preocupa es la poca vida de una pieza y como eso condiciona el espacio del artista”, explica, “lo que queremos hacer es que esta persona pueda tener la pieza en cartel hasta un mes, para perfeccionarla de cara al público y a uno mismo”.
Estas largas estancias, tal y como lo explica Giménez, están planeadas también pensando en el público que puede querer volver a ver una obra de teatro para captar más detalles de esta. Para incentivar eso -y el recorrido de las compañías- planean varias estrategias, entre ellas ofrecer segundos pases a mitad de precio: “Nos interesa crear un espacio en el que se entienda el valor del teatro, queremos que se sienta como una especie de casa, en el que se valore también el trabajo del actor”.
A esto Escartí le añade que a través de esta propuesta de larga estancia buscan también generar un hogar para el actor que entre de nuevas, para que pueda tomar decisiones en base a un espacio conocido: “Al final el actor trabaja un poco como un artesano que hace marcha con lo que tiene, por eso queremos ver cómo se adaptan y cómo aprenden de este lugar”, explica.
Uno de los sueños es generar también una especie de “escuela”, paralela a la ya existente Artea Escuela. En el caso del proyecto de Artea Lab buscan que los dramaturgos y los actores puedan explicar los beneficios de contar con un espacio físico durante una larga estancia y lo que aprenden sobre sus obras en un tiempo de exhibición no cortado por las prisas.
Giménez explica que de esto podrían salir varios talleres sobre los aprendizajes y los materiales con los que cuenten los dramaturgos: “Queremos que puedan compartir su experiencia de todo este tiempo, algo que suceda desde una posición paralela entre público y “docente” y donde prime la manera de compartir y comunicar los progresos”, explica el joven actor. Para ello aún les queda bastante trabajo por hacer, el refugio se encuentra aún en construcción, aunque pretenden tener todo a punto en menos de medio año.
La sala, que comenzará a funcionar de forma regular a partir de noviembre, busca convertirse de aquí a un futuro en un espacio afianzado que se ofrezca como escuela y como lugar para que los actores y directores puedan expandirse en sus propios procesos. En cuanto a programación para Giménez el sueño sería que al final los valencianos acudan a la sala “sin mirar qué hacen en cartel”, teniendo plena confianza en la programación: “Nos encantaría contar con una especie de parroquianos, que la gente sepa lo que se va a encontrar aquí y que quieran moverse con nosotros… aunque para esto primero hay que acostumbrar al público”.
En un local a medio hacer Escartí piensa en voz alta sobre sus deseos para el futuro: “Primero tenemos que ir cerrando taquilla y porcentajes, no sabemos aún qué va a pasar con las subvenciones y tenemos muchas dudas, pero el sueño es poder contar con un proyecto asentado y digno”, explica.
Finalmente, han acuñado su propia definición de lo que se podrá encontrar en la sala: las llamadas FCE, que responde a las siglas de “Fusiones Contemporáneas Expandidas”, algo que en su libreta significa algo así como “la etiqueta que lo aglutina todo”, incluyendo en esta el mundo interior de cada espectador, programador, actor y espectáculo. En esto entran todo tipo de líneas considerando tanto la investigación como la danza y la performance, y todas las artes quieran dedicarse un largo tiempo para descubrirse. Contra las prisas y los nervios Artea Lab pretende convertirse en refugio del teatro, de los actores y del público.