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LA OPINIÓN PUBLICADA

Asaltar los cielos... de Izquierda Unida

  • Íñigo Errejón, en València, antes de un encuentro con ex trabajadores de RTVV. Foto: EVA MÁÑEZ
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A veces perdemos la perspectiva de lo mucho que pueden cambiar las cosas en un plazo relativamente corto de tiempo. El sistema de partidos, por ejemplo. Parece que fue hace una eternidad, pero hace cinco años, cuando surgió Podemos, aún vivíamos en un bipartidismo imperfecto en el que los dos partidos mayoritarios se encontraban en una situación "de extraordinaria placidez", que diría Mayor Oreja refiriéndose al franquismo. PP y PSOE ostentaban conjuntamente una aplastante mayoría de los votos y escaños, y ocupaban casi todo el poder territorial, generalmente con Gobiernos en solitario.

Alguien que echase un primer vistazo en aquel momento al principal partido de la oposición, el PSOE, tal vez pensara que las cosas se le estaban poniendo muy mal: sólo un 29% de los votos en las elecciones generales de 2011 (el peor resultado desde 1979) y una aguda crisis de credibilidad entre la ciudadanía de resultas de la crisis económica y la fallida gestión de la misma por parte de Rodríguez Zapatero, que le impedía remontar en su intención de voto. Incluso podría argüirse que las cosas tampoco estaban tan bien para el PP, a pesar de su mayoría absoluta; tampoco Rajoy lograba superar la crisis, y a ésta se unían sus enormes problemas con la corrupción del partido y la constatación de que éste se había financiado irregularmente (cuestión que, a la postre, provocaría la caída de Rajoy).

Sin embargo, la verdad es que en aquel momento ambos podían tomarse las cosas con relativa calma. Por mal que se pusieran las cosas, mientras todo se jugase entre PP y PSOE tampoco llegaría la sangre al río: tarde o temprano, el partido que estuviera en la oposición pasaría a ocupar el gobierno; y en la oposición, cuando eres el partido que lidera la misma, tampoco se vive tan mal (y si no, que se lo digan al PSPV, que tan plácidamente vivió en la oposición a Rita Barberá en el ayuntamiento de Valencia; ¡casi daba la sensación, en aquellos años, de que querían seguir ahí para siempre!).

Esta situación se mantenía así merced a la debilidad de las alternativas a ambos partidos: UPyD e IU, aunque subieran en algunas encuestas, nunca lo hacían de manera alarmante; nunca llegaban a superar el 15%, que es el porcentaje en el que un partido comienza a aspirar, de verdad, a ser alternativa de poder (porque el sistema electoral deja de perjudicarle sistemáticamente, entre otros factores). Ninguno de estos partidos logró acercarse nunca, en sus expectativas de voto, a los dos partidos mayoritarios. Y mientras eso no pasase, PP y PSOE podían vivir tranquilos.

Entonces apareció Podemos. Apareció, curiosamente, con el propósito de hacerse con el control en IU, coalición de la que venían prácticamente todos los promotores de Podemos. El objetivo era forzar primarias abiertas en la lista de IU para las Elecciones Europeas de 2014 (primarias que, previsiblemente, ganaría Pablo Iglesias, adalid del movimiento merced a su visibilidad mediática). Al no conseguir dicho objetivo (porque en IU, con esa clarividencia que siempre ha caracterizado a los dirigentes del PCE, se cerraron en banda), se presentaron como candidatura independiente, que obtuvo un 8% de los votos y cinco eurodiputados. Y, con ello, crearon otra cosa: un partido que se convirtió en la principal alternativa al sistema de partidos establecido, lo cual incluía no sólo a PP y PSOE, sino también a IU y a UPyD. En unos meses, Podemos creció de ese 8% a casi un 30% en algunas encuestas.

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