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Astorga, cruce de caminos

Encrucijada histórica, Astorga es un punto de encuentro entre peregrinos y viajeros que descubren la magia de una ciudad repleta de encantos

| 11/05/2022 | 8 min, 38 seg

VALÈNCIA.- Astorga suele ser una parada de paso o incluso el inicio de un camino; muchas veces, el que conduce a Santiago de Compostela. Una condición que ha marcado su historia, pues desde hace más de dos mil años es un cruce de caminos por el que ha fluido el saber, la historia y la gastronomía. Una encrucijada entre el Camino de Santiago y la Vía de la Plata que yo misma he hecho en un par de ocasiones.

La primera hace muchos años, tantos, que aquellas botas y aquella mochila que me acompañaron en mi peregrinar ya ni existen y solo me quedan los recuerdos, algo desdibujados, de aquella experiencia. Y la segunda es hoy, en mi viaje por la provincia de León para descubrir nuevos lugares y reencontrarme con otros, como es el caso de Astorga. Dos momentos lejanos en el tiempo que parecen cruzarse cuando pongo mis pies en la ciudad y me encuentro con la primera concha. Como en aquella ocasión, cargo con una mochila, aunque esta vez repleta de cachivaches fotográficos y sin la posibilidad de sellar la credencial. 

Es un cruce de caminos ya desde la Hispania Romana, aunque a veces nos olvidemos de Asturica Augusta y solo recordemos a Tarraco, Emerita Augusta o Saguntum como ciudades importantes de aquella época. Al menos yo, de ahí que decida comenzar mi visita en el museo romano La Ergástula y explorar la ciudad a través de la ruta romana de Astorga —la entrada combinada son cinco euros—. Un pasado cuyo origen está precisamente en el foso que tengo ante mí y que formaba parte del sistema defensivo del Campamento de la Legio Decima Gemina, aunque también está presente en otros lugares que visito, como las Termas Menores, el templo de Aedes Augusti y los restos del pórtico de la zona sur Foro. Donde más disfruto es atravesando el sistema de cloacas romano, que ha permitido conocer el trazado urbano de la antigua Asturica Augusta. La ruta finaliza en el museo romano, construido sobre una galería abovedada de la época romana y que exhibe objetos (monedas, joyas, cerámica…) que se han ido encontrando en las excavaciones. Pese a su nombre —la ergástula es una cárcel romana, generalmente de esclavos— es poco probable que el museo ocupe una antigua ergástula.

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Ya a mi aire, accedo a la plaza Mayor y me detengo bajo uno de sus pórticos. La plaza rebosa vida, con las terrazas de restaurantes y bares repletas de personas tomando algo y los niños jugando para pasar el rato. Es el punto neurálgico de la ciudad, al igual que lo era hace dos mil años, cuando aquí estaba el foro romano y la vida transcurría en él. Una pareja se levanta, y rauda, cojo su mesa, mirando al ayuntamiento y a los autómatas del reloj, Colasa y Juan Zancuda, que vestidos de maragatos marcan las horas desde 1748. 

Los secretos de la catedral  

Quedan veinte minutos para que marquen la una del mediodía, así que me entretengo leyendo sobre los maragatos mientras tomo algo. No llego a ninguna conclusión sobre su origen pero sí que hasta finales del s. XIX los arrieros y comerciantes, casi nómadas, fueron los encargados de transportar y comerciar con sus mulos pescado seco, jamones, chacinas, jabones… Y bueno, que Astorga forma parte de la Maragatería junto a Brazuelo, Lucillo, Luyego, Santa Colomba de Somoza, Santiagomillas y El Val de San Lorenzo.

Colasa y Juan Zancuda no son los únicos maragatos que me encuentro. En lo alto de la catedral de Santa María de Astorga está Pedro Mato, que recuerda que la urbe fue la primera en resistirse a los franceses durante la guerra de la Independencia. Según cuenta la leyenda, un soldado del ejército napoleónico disparó a Pedro y le dio en un dedo, que salió volando para impactar —casualmente— sobre el tirador, que murió en el acto. Hay otra curiosidad más allá del color rosado de una de ellas: sus dos torres son gemelas pero no contemporáneas. Esto es así porque la de la derecha sufrió los daños del terremoto de Lisboa de 1755 y se terminó de reconstruir en 1965 y la de la izquierda, la rosácea, se finalizó en 1704. 

Me quedo mirándolas desde esa diminuta plaza, sintiéndome más pequeña a cada minuto que pasa. Me obnubila tanto que después de un buen rato me doy cuenta de que a mi derecha se encuentra la Celda de las Emparedadas, donde las mujeres de mala vida eran encerradas y eran solo alimentadas por piadosos vecinos que les ofrecían comida a través de la diminuta ventana enrejada que da a la calle. Para que las mujeres pudieran escuchar las misas había una ventana que comunicaba con la capilla mayor de la iglesia contigua de San Esteban. 

Sé que a pocos metros está el Palacio Episcopal y con él me reencontraré con la fantasía y la genialidad de Antoni Gaudí, pero prefiero hacer un alto en el camino y comer algo. Hace calor, así que descarto la opción del cocido maragato —a diferencia del resto comienza por la carne (hay siete tipos) y termina con la sopa— y opto por productos de la tierra, como queso, cecina… y lo remato con unas natillas caseras. Eso sí, hoy la cerveza la cambio por un vino tinto del Bierzo. 

La genialidad de Gaudí   

Las puertas del Palacio Episcopal no han abierto todavía así que me doy una vuelta por la ciudad, admirando los grafitis que hay en los edificios y que recuerdan la Guerra de la Independencia, los productos de la tierra o a personajes como las cajilleras, mujeres que antiguamente montaban las cajas de las mantecadas. Al verlas, decido ir a Dulces Mallorquina para comprar unas pocas y unos hojaldres que guardo enseguida para no devorarlos ahí mismo. 

Ahora sí, son las 16:00 horas y las puertas del palacio acaban de abrir. Aunque también podría decir del castillo porque al verlo me vienen a la mente los de Walt Disney y hasta me parece ver el pelo de Rapunzel saliendo por una ventana. Lo miro desde el jardín, junto a esos ángeles que lo adornan y que supuestamente tendrían que haberse alzado sobre la techumbre. Y lo hago con admiración, porque Gaudí logró fusionar magistralmente elementos de los dos tipos de construcción que significaron el triunfo del cristianismo en la Reconquista: el castillo —con el foso, las almenas y las torres— y la iglesia —planta de cruz, ábside, bóvedas de crucería y arcos ojivales—.

¿Por qué Gaudí llegó hasta aquí? Gracias al obispo Juan Bautista Grau, pues tras el incendio del primitivo palacio decide contactar con el arquitecto catalán —y paisano de Reus— para la construcción del nuevo caserón. El palacio que diseñó Gaudí fue una provocación, pues usó una piedra de granito blanquecina y empleó formas de fantasía que auguraban nuevos tiempos y que escandalizaron a los clérigos más conservadores. Fueron tales las desavenencias con la diócesis astorgana que Gaudí abandonó el proyecto en 1889, terminándolo, en 1913, Ricardo García Guereta. Y lo que me parece más curioso: en el Palacio Episcopal nunca ha habitado ningún obispo.

No me quedo aquí y entro a su interior. Me pongo los cascos —la visita guiada son nueve euros— y me pierdo por sus cuatro plantas, admirando cada uno de sus rincones y disfrutando de las piezas de la diócesis de Astorga que se exhiben en el Museo de los Caminos. También de las escaleras, las esculturas y cada uno de los pequeños detalles que hay. Sin embargo, es en la capilla donde me quedo sin palabras, con la luz entrando por sus vidrieras de brillantes colores que acentúan el altar de mármol blanco y esa sensación de paz y de calma que da el espacio. Una característica que es gracias a la idea de Gaudí de crear un foso alrededor del edificio, para que así la luz pudiera entrar en el sótano. Todo un genio. 

Con Gaudí termino mi día en Astorga y retomo mi camino para conocer otros lugares de la zona. Lo hago comiéndome uno de esos hojaldres, que son ya una de mis debilidades, y sabiendo que Astorga es esa encrucijada en la que siempre vale la pena perderse.

Astorga

¿Qué más ver en Astorga?

El Museo del Chocolate. Uno de los grandes atractivos de Astorga. A través de sus salas descubres la que fue la primera industria de Astorga —y hoy sigue siendo sustento de muchas familias—. Primero te adentra por la historia del cacao, para luego conocer más sobre la maquinaria, los envoltorios, las etiquetas, los cromos... y terminar, cómo no, en la tienda —y sí, comprar algo—. El precio de la entrada son 2,50 euros. 

La astorga literaria. La que fue casa del poeta Leopoldo Panadero, miembro de la Generación del 36, y de su hermano Juan se ha convertido en un museo que recorre la historia de Astorga y su cultura a través de sus intelectuales. Y es que, por ella pasaron algunos de los escritores más importantes de la modernidad (César Vallejo, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Felipe Vivanco, José María Valverde…).

¿Cómo viajar a Astorga?

Desde la Comunitat Valenciana lo mejor es ir en coche para recorrer la región. Desde València son 696 km.

Cómo moverse: Hay que aparcar el vehículo en las afueras porque la ciudad es prácticamente peatonal.

Web de interés: palaciodegaudi.es

* Este artículo se publicó originalmente en el número 91 (mayo 2022) de la revista Plaza

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