Astrud tienen algunas canciones cuyos títulos convertiría en leyendas para imprimir en camisetas, así de representado me siento por ellas. Pero al margen de lo que me gustan esas mismas canciones, creo que podría lucir en el torso consignas como Todo nos parece una mierda, Todo da lo mismo, Cambio de idea, He vuelto. Y sobre todo, El miedo que tengo, porque parece mentira que con solo cuatro palabras se pueda expresar con tanta claridad algo que de otra manera no sabría empezar a decir. Es otra cosa más que hay que agradecerles a las canciones, que te ayuden a expresar algo que, sin su ayuda, no quedarían tan claras. Al menos para el generador de la idea.
El miedo que habitualmente tengo no está asociado a las fuentes de temor habituales. No me obsesionan las enfermedades y ya me he acostumbrado a la incertidumbre económica. A lo mejor la culpa la tienen todas las películas de catástrofes que vi de pequeño, pero el caso es que he ido cultivando temores que hoy son casi tan viejos como yo. Algunos de ellos están asociados al sitio en el que vivo, lugar en el que elegí instalarme con todas mis cosas en pos de una calma y una soledad que en otra parte sería difícil lograr. Creo pues que debo de ser el único habitante de las playa de El Saler que vive –concretamente desde los 12 años, cuando vi en el cine Tyris Tiburón- con el temor de toparse con un tiburón blanco, el carcharadon carcharias de toda la vida, mientras chapotea en la playa de L’arbre del Gos. El miedo que tengo / cómo no tenerlo…
La idea de que en estas aguas, como mucho uno puede aspirar a encontrarse con una morena, una tintorera a lo sumo, es producto de una mentalidad que con los años ha perdido vigencia. Mi teoría, basada como es lógico en ningún dato científico, solo en mis paranoias, es que nos guiamos por unos parámetros que ya no tienen la consistencia de antaño. Los tiburones blancos suelen merodear por las costas de Áfríca del Sur y Australia, de acuerdo, pero, con todas las alteraciones climáticas que hay, ¿quién me dice a mí que uno de esos tiburones no se acaba volviendo majara y perdiéndose en el Mediterráneo para acabar mordiéndome a mí, que estoy tan contento en mi playa de El Saler? Os reís, sí, pero si en 1990 alguien os hubiese dicho que dos aviones se estrellarían intencionadamente en los dos rascacielos de la ciudad más famosa del mundo seguramente os hubierais reído también. Así que mientras os reís, yo sigo viendo documentales sobre tiburones en National Geograhic, para estar preparado si llega el caso.
De todos modos, los tiburones blancos no el único movement of fear –parafraseando a Tones On Tail- que cada tanto se apodera de mi ser. Hace unas cuantas noches estaba tranquilamente en casa viendo un capítulo de Juego de tronos (completamente perdido en esa trama que es un peregrinar de personajes, que nunca acabo de terminar de censar), y de repente noté un temblor. Los años vividos en Madrid me acostumbraron a sentir temblores ya que cuando el metro pasa por debajo de ciertos tramos, es normal sentir una cierta zozobra incluso estando en casa. Este temblor fue breve, dos o tres segundos a lo sumo, pero lo suficientemente intenso como para pensar que se trataba de un seísmo. Sobre todo porque las tripas de El Saler no las recorre ningún metro. Me quedé pasmado unos segundos, procesando lo ocurrido. Entonces calculé si, en caso de volver el temblor y prolongarse un poco más, me daría tiempo de ir hasta el despacho, coger la cartera y las llaves del coche y salir zumbando. No hizo falta, la tierra no volvió a temblar. Entonces vuelvo a la canción de Astrud para recordarme a mí mismo que “muchas veces mucho antes ya sé que va a pasar y me agarro de la sábana listo para hiperventilar”.
Al día siguiente, la noticia estaba en los periódicos locales. Un terremoto de intensidad 2,9 en la escala Richter había tenido lugar en el mar, a 18 kilómetros de Sueca, y el seísmo se había dejado sentir en Cullera, El Perelló, El Saler y otras localidades cercanas a L’Albufera. Esa mañana comenté lo ocurrido con otros lugareños. Los que vivían más arriba lo habían percibido claramente; los que no, ni se habían enterado. Una vecina dijo entonces que, como El Saler está en una zona sísmica, nuestro edificio y los del resto de la urbanización, estaba construido con una estructura muy sólida a prueba de estas cosas. Espero que esté en lo cierto y los cimientos estén hechos de acero valyrio, como mínimo. Me quedé más tranquilo pero cuando subí a casa y busqué en Google datos geológicos de la zona en la que vivo. La Comunitat Valenciana se encuentra en una zona de tensión entre dos grandes placas tectónicas. Por eso es habitual que haya pequeños temblores. Mi lógica tremendista dice entonces que tarde o temprano llegará el temblor definitivo y los patitos de L’Albufera se encontrarán flotando en el lago unos cuantos discos raros de Lou Reed. Vivo cerca de una falla (una geológica, no una de las de quemar), imposible no soñar con terremotos.
Hasta ese día, el miedo a sufrir un terremoto en El Saler no figuraba en el Top 5 de mis terrores favoritos. En los primeros puestos siempre han tenido preferencia los tsunamis, que pueden darse incluso en un mar tan pacífico como es el Mediterráneo. Si hubo un tsunami que afectó a Cádiz y Huelva en 1755, ¿por qué no podría haber uno que afecte al Saler? O a Pinedo, que para el caso… Sobre todo ahora que sé que esta es una zona de riesgo sísmico. ¿Imaginaban los habitantes de Lorca un terremoto podría arrasar media ciudad? El miedo que tengo: gracias, Astrud, por ayudarme a decirlo tan claro. Así y todo, mi miedo number one –por encima del miedo a los incendios, que en El Saler sí que es un miedo fundado- sigue siendo el de sentir que me roza la pierna ese tiburón, blanco o no (cuidado porque si es un tiburón toro el peligro también es máximo; son los animales que más concentración de testosterona tienen, según los documentales, y eso los convierte en seres agresivos), cuando estoy indefenso en el agua, lo suficientemente lejos de la orilla como para que no me dé tiempo a llegar corriendo. Ese es el principal miedo que tengo, aunque hasta la fecha los incidentes marinos que he tenido sean simples y molestas picaduras de medusa.