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el joven turco / OPINIÓN

Balones fuera

Foto: ROBERT MICHAEL/DPA
21/11/2022 - 

Cada uno tiene sus rutinas para correr, en mi caso me pongo la radio y voy descontando kilómetros mientras escucho esas conversaciones. A lo mejor eso me convierte en un viejoven, entre tantos otros motivos. Ayer escuché a Juan José Millas hacer una reflexión muy pertinente sobre el Mundial de Qatar. Decía que la moral era una prenda de temporada la cual podíamos llevar o no dependiendo del momento y el clima. De la misma manera que nos indignábamos por unos hechos podíamos convivir con otros similares con absoluta tranquilidad y si no, al menos, simplemente permitíamos que existieran sin modificar nuestros comportamientos.

Y es cierto que esto pasa con este Mundial. Se puede estar más o menos informado, pero ninguno desconocemos que bajo los campos que se juega hay víctimas de trabajadores que perdieron la vida construyéndolos, tampoco que ese país carece del más mínimo respeto a los Derechos Humanos o que, ni siquiera, para disimular durante unas semanas se va a poder actuar de forma libre por parte de quienes decidan acercarse a ver algún partido. No escapa a nadie que el Mundial es allí porque se compró a quienes debían decidir su sede y que, al igual, que otras Copas del Mundo polémicas se pagó a quien hiciera falta para que una dictadura lavara su cara con el evento. No es la primera vez que ocurre, aunque llama la atención y sea descorazonador que aún sea posible. Por mucho que el presidente de la FIFA hiciera un ejercicio de relativismo bochornoso recordando que también occidente cometió errores en el pasado o dando a entender que existía cierto racismo detrás de las críticas, como si eso diera carta blanca para validar cualquier aberración en la actualidad o que ocurre lejos de nuestras fronteras, la situación es absolutamente indefendible. Especialmente mientras formamos parte de ella pese a saberlo.

Tenía razón Millás. Estoy seguro de que una gran mayoría de personas opina que esto nunca tendría que haber ocurrido, que todo es anómalo y esperpéntico. Pero a la vez creo que una gran mayoría de las personas veremos partidos del Mundial. Porque el fútbol es un elemento que define nuestra cultura personal y colectiva. Es un espacio que, aunque pueda tildarse de irracional o al menos en este caso claramente como algo menos importante que las razones de peso para apagar la tele, forma parte de lo que somos y como nos relacionamos. Las personas corrientes aficionadas a este deporte esperamos este momento, lo disfrutamos y lo vivimos. Como leía a Manuel Illueca en Twitter (una red social que también moralmente podríamos plantearnos abandonar) ‘Hace ya unos años un amigo futbolero (y optimista) me dijo que: la vida son 20 mundiales’. Y aunque se podrá opinar que no costaría tanto dejar correr estas tres semanas y esperar a los otros 19, tampoco me parece justo pedírselo a la gente.

Ceremonia de inauguración del Mundial. Foto: TOM WELLER/DPA

Se lo podríamos pedir a quienes toman grandes decisiones, empezando por quienes lo han auspiciado, también probablemente a los actores más relevantes de este deporte y que son patrones de comportamiento para mucha gente. Pero no creo que enfrentar a la mayoría entre lo que disfrutan y sienten como pasión y la moral, por intachable y clara que sea en este caso, sea equitativo ni inteligente. No porque los comportamientos individuales no tengan efecto, aunque ya seamos 8.000 millones de personas en el mundo la suma de nuestras actitudes individuales sigue siendo relevante. Pero pasa como en otros grandes asuntos como el cambio climático. Ninguno estamos exento de tener que hacer mejor las cosas, pero hacer recaer todo el peso y responsabilidad en los modos de vida de las personas corrientes puede acabar volviendo a muchos en contra de la causa defendida. Y precisamente necesitas que sea esa mayoría la que esté convencida de que hay que exigir cambios entre quienes tienen más capacidad para producirlos.

Claro que nunca habría tenido que ser allí y por supuesto, que todos los países deberíamos habernos negado a formar parte de esta Copa del Mundo, pero en lugar de volver esa situación contra quien no ha decidido y el miércoles a las cinco de la tarde verá a la selección, deberíamos pensar en qué haremos y diremos cuando ya no haya cámaras con países cuya realidad es la que hoy vemos en Qatar. De hecho, tras tanta inversión alojar el mundial sólo le ha servido a este país para empeorar su imagen global en contra de lo pretendido.

Aunque no le hacía falta verlo a quienes toman las decisiones porque ya sabían lo que ocurría en este país. Como ocurre en otros muchos a los que, aunque no cedemos el principal evento deportivo mundial para su utilización, les vendemos y compramos productos con normalidad y con ello financiamos sus estructuras de poder despótico. Por tanto, cuando se apaguen las cámaras de Qatar el debate no debería estar entre quiénes vieron o decidieron dejar de ver el fútbol, sino sobre quienes decidieron que fuera allí y sobre cómo queremos relacionarnos con este tipo de regímenes. Ahí es donde están y donde debemos exigir responsabilidades y no entre quien salga de trabajar o quede con sus amigos para gritar un gol y opinar que Luís Enrique debería haber sacado otra alineación.

Ceremonia de inauguración del Mundial. Foto: ROBERT MICHAEL/DPA

Así que sí nunca más el fútbol como tapadera de la falta de Derechos Humanos. La normativa de la FIFA debería prohibir que se repitiera, como también se debería impedir que compráramos petróleo a las dictaduras que atentan contra esos mismos Derechos Humanos. Pero no dejemos que se distribuyan las responsabilidades, que los auténticos responsables echen balones fuera y se justifiquen en quienes no tenemos la culpa. La responsabilidad no está en los bares, está en los despachos.

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