Jorge Valle, Àgueda Llorca y Pau Gregori estrenan en el TEM su versión con títeres de la tragedia del rey que no pudo escapar a su destino
VALÈNCIA. Antes que Perry Mason y Sherlock Holmes, antes que Elmore Leonard, Raymond Chandler y Agatha Christie, estuvieron Sófocles y su Edipo. La primera novela policíaca de la historia se publicó antes de la existencia misma del género. La historia trágica del monarca que asesinó a su padre y yació con su madre sin ser consciente de la relación que los unía inauguró el relato de suspense el año 430 a. de C.
“Como la trama se va desgranando en la plaza pública, parece que los espectadores estén en un juzgado de la época dorada de Hollywood, inmersos en una de estas películas de juicios clásicas en blanco y negro. Esto es así por el planteamiento, ya que las piezas van encajando poco a poco, manteniendo la tensión. Como el espectador posee la información previamente, le resulta doblemente interesante, porque acompaña al protagonista en lo que le va sucediendo y al mismo tiempo mantiene una distancia con respecto al desenlace. Es una posición muy típica del lector y del espectador del cine y la literatura negra”, explica el director de la compañía Bambalina, Jaume Policarpo, que del 27 al 29 de noviembre sube su versión del mito con títeres en el TEM.
En su versión, el autor pulsa en el público el resorte de la curiosidad que existe en el original griego, pero evita plasmarlo como una vivencia real. “Me ha interesado más la sensación mitológica, transmitir que se está contando algo sobrehumano. He preferido rehuir el drama extremo, porque ya estamos muy acostumbrados a los excesos en el audiovisual. Lo he pensado, en cambio, de una forma más próxima al teatro, como una recreación ritual de hechos que les han ocurrido a personas en un ámbito superior”, argumenta.
En su montaje no hay trasposición a la realidad, como tampoco actualización del drama a nuestros días. Y el teatro en el que Bambalina está especializada ayuda a dotar a la escena de ese componente irreal. “La manipulación de títeres permite una dualidad del actor y el personaje. Es como si el intérprete se desdoblara, como si fuera la conciencia o un dios personal que maneja y está detrás de cada uno de los protagonistas”, describe Policarpo.
Sobre el escenario, tres actores se reparten hasta 10 personajes. Jorge Valle asume, principalmente, el papel del rey que no pudo escapar a su fatídico destino, su madre y esposa Yocasta es interpretada por Àgueda Llorca y a su tío Creonte le da vida Pau Gregori. Los tres juntos y desasistidos de marionetas asumen el coro en intervenciones que aportan un halo poético al montaje. En esos instantes representan la voz de la conciencia del pueblo.
Con Edipo, Policarpo sigue profundizando en su trabajo de investigación del títere. Así, si en su adaptación de La Celestina lo integraba en el cuerpo del actor, que con sus ropas complementaba la cabeza de la marioneta, y en Hamlet, lo dotaba de una gran boca que lo asemejaba a los muñecos de Los Teleñecos, en esta ocasión, los muñecos funcionan, prácticamente, como personajes independientes.
“Aquí, el cuerpo del títere está más presente. El manipulador se halla más oculto y visualmente tienes la sensación de ver al personaje, porque está vestido y resulta más definido”, detalla el responsable de la adaptación y la dirección.
Como ya le sucedió con su versión del Fausto de Goethe a finales de 2018, Policarpo se ha topado en la trama de Edipo con la peste. Para cuando montó para el Institut Valencià de Cultura la historia del doctor que vendió su alma al diablo, la temida gripe A se había quedado en un susto. Del vaticinio inicial, que pronosticaba un contagio en dos de cada tres europeos, se había pasado a la incidencia benigna de un virus más llevadero que el de la gripe estacional.
En el caso de Edipo, el director de Bambalina decidió afrontar su primer texto grecolatino antes de que la pandemia lo copara todo, pero con la reflexión ya meditada sobre las supersticiones humanas.
“El destino siempre se ha percibido como un sino que queda fuera del alcance de las personas normales. En los textos clásicos siempre hay una recurrencia a oráculos y a seres mágicos que puedan solucionar los grandes males. Los protagonistas piensan que son castigos divinos y que para resolverlos han de complacer a los dioses. Todas estas historias están en nuestra base consciente, los sucesos que les acontecieron a estos personajes nos siguen pesando. De modo que en el fondo, hay algo sensitivo dentro de nosotros que nos lleva a pensar que la pandemia escapa a nuestra acción. Miles de años después siguen sucediendo cosas que parecen obra de los dioses porque resultan incomprensibles. Todo sigue siendo muy vigente, sólo cambia la forma en que lo percibimos y traducimos”, expone Policarpo..
La ironía es otro elemento vigente en el original de Sófocles. Cuando el desdichado monarca pronuncia “voy a ocuparme del asesinato de Layo como si fuera el de mi propio padre”, el espectador no puede evitar una sonrisa. Pero Policarpo ha intentado evitar la comedia y trabajar con su elenco la pureza de espíritu que acompaña a las pesquisas del protagonista.
De ahí que cada vez que en los ensayos los actores manipuladores sueltan un “qué pavo es”, Policarpo les replique que en realidad, el rey de Tebas es cándido. Si por algo se caracteriza es por la justicia y la transparencia de sus actos, por su pureza de espíritu.
“Es un personaje claro, sincero, directo, un rey que toma decisiones en consonancia con su pueblo. Este principio ancestral se ha perdido claramente, y se opone claramente a la dinámica actual de nuestros líderes. Edipo da muchas lecciones con su manera de ser y de hablar, por su forma de enfrentarse a los peores sucesos. Todo lo que dice lo pronuncia en la plaza pública, delante de la gente. Se muestra tal y como es, de manera descarnada. Llora y es natural, se ofende y desconfía. Se queda, literalmente, en pelotas, todo el tiempo y delante de sus conciudadanos. Me parece muy interesante como lección para nuestros políticos, que deberían liderar de manera noble a sus ciudadanos”, se explaya Policarpo.
De bueno ser tonto es un concepto tan, pero tan manido, que se remonta, al menos, 2.450 años atrás, momento de la publicación de Edipo. Esa equiparación de la bondad con la fragilidad es contradictoria por cuanto a la hora de elegir a un político que nos represente, en sucesivos estudios demoscópicos sobre el perfil del candidato ideal, la virtud que los españoles primamos elecciones tras elecciones es la de la honradez. Y ahí resuena con vigor la personalidad edípica.