Fue en Barcelona, precisamente en Barcelona. Aún no hace un año. Éramos cuarenta, incluidos los Mossos. Nos reunimos para abordar el problema de la radicalización de los jóvenes, del extremismo violento que azota a nuestra juventud. Y digo nuestra, porque entre los presentes había nacionalidades diversas de todo el mar Mediterráneo. Organizaban el Near East South Asia (NESA), el Center for Strategic Studies/Strategic Studies Network (SSN) Chairs y el European Institute of the Mediterranean (IEMed). Los primeros venían de la mano de la Academia Nacional de Defensa Norteamericana, antes de la era Trump.
“Violent Extremism among Youth: Building Resilience and Preventing Radicalization”. Éste era el tema de la reunión, a puerta cerrada. Por mi parte, puse sobre la mesa todas las políticas y proyectos que desde 2010 ha intentado implantar la Unión Europea para evitar la radicalización islamista entre sus fronteras. Desde La DG de Interior de la Unión Europea, a través del Radicalisation Awareness Network (RAN), que funciona a nivel nacional y regional…
Sin resultado. Un ejemplo: los más de 400 millones de 2016 para programas de empleo e integración social entre esta población, segunda y tercera generación de musulmanes que, sin embargo, siguen formando guetos en lo que debería ser su casa, su mundo.
Pero no lo es. Por eso, unos chicos de Ripoll, que terminaron la ESO, que consiguieron un trabajo, se seguían sintiendo desplazados en un mundo que no consideraban suyo. Por eso llegaron a alimentar el odio que les condujo a matar una forma de vida que no consideran suya, que rechazan pese a darles una oportunidad que sus padres no tuvieron en su propio país. Por eso llegaron a provocar la masacre de Barcelona y Cambrils, los dos atentados terroristas que acabaron con la vida de 15 personas y causaron casi 100 heridos.
De ello han hablado profusamente expertos en el tema y arabistas amigas como la Directora de la Fundación Asamblea de Ciudadanos del Mediterráneo (FACM), Lola Bañón, en su artículo de el diario.es, Barcelona-Cambrils: La caída del mito del lobo solitario. Decía Bañón que “El mito del llamado lobo solitario ha hecho mucho daño en el necesario trabajo del diagnóstico sobre lo que nos ocurre: el terrorismo prácticamente siempre tiene un plan; trabaja en una estructura en la que participan diversas personas que confluyen, subvencionan, justifican y alimentan la comunicación del grupo en un cometido terrible”.
Y es verdad. Y para ello se necesita protección social. Es decir que haya un grupo social a tu alrededor que justifique esos actos. Ocurrido con ETA. Tenía el apoyo de parte de la sociedad vasca. Y está ocurriendo en Europa, donde en las comunidades musulmanas se puede llegar a apreciar esta actuación como la de un héroe. También desde las mezquitas, donde la labor de los imanes no se controla debidamente, como ocurrió con el de Ripoll.
No vamos a hablar de religión en una sociedad aconfesional que les da la posibilidad de seguir su propio culto, una sociedad que intentó inculcarles los valores de la democracia, la libertad y la igualdad. Y, no obstante, eligieron a las 70 vírgenes del paraíso de Alá. Sus padres han renegado de estos jóvenes y de sus actos con todo el dolor que puede causar ya de por sí la pérdida de un hijo. Madres y hermanas se concentraron en la calle presas de desesperación, ataviadas como las mujeres de hace 500 años, con la cabeza cubierta y largas vestimentas, en pleno agosto. Otra muestra externa que justifica y alimenta la islamización progresiva de la comunidad.
Porque no podemos obviar que esta nueva moda femenina va pareja a la de la creciente islamización de la población musulmana en Europa. Y no se puede ocultar bajo la capa de la libertad de elección de las mujeres, de su libertad religiosa, cuando ello lleva per sé la supresión de su libertad en otros ámbitos, impuestos precisamente a la mujer por ser mujer. Como dijo el catedrático de la Universitat de València Antonio Bar Cendón, en una entrevista desde Chile de Radio Duna: “No se puede permitir que un hombre pasee por Europa a una mujer cubierta con un burka. Y no se puede aceptar que esa mujer haya elegido cubrirse de forma voluntaria. La esclavitud no es una elección en Europa”.
Como no es mi especialidad, no voy a entrar en este terreno en modo filosófico. Pero no voy a dejar de expresar la estupefacción que me provocan, más si cabe, las mujeres europeas que siguen esta moda -no puedo calificarlo de otra manera-. Ocurrió en un supermercado del pueblo donde paso el verano, en La Marina Alta. Una joven musulmana -deduje por su vestimenta, que no sólo es el velo-, hablaba con la cajera en la cola, delante de mí, en perfecto valenciano. Resultó ser una “xiqueta del poble”, a punto de salir de cuentas, a quien la cajera conocía bien y le preguntaba sonriente para cuándo vendría el bebé. La chica llevaba, no sólo el preceptivo velo que impone la religión musulmana a las mujeres que profesan esta confesión, sino además una especie de hábito negro, bajo un chaleco largo hasta sobrepasar lo que se supone son las rodillas, de lana gris.
Tampoco voy a entrar a analizar el buen o mal gusto de la joven -porque esto no es un blog de moda-, sino el motivo, la razón o la sinrazón de que fuera tapada de la cabeza a los pies, mangas largas incluidas -cuidado!, no le cubrían las muñecas y eso parece que también es pecado…-, en plena canícula de agosto. No les quiero recordar el calor que hace en este país.
Pero me molesta, me preocupa y me alarma que las mujeres europeas, musulmanas o conversas, pudiendo elegir la libertad, elijan la esclavitud en Europa. Porque no hay excusa. Porque no es libre albedrío. Porque ser esclava en Europa no es una elección, como dice mi maestro, el profesor Bar Cendón.