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Batacazo de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz en Galicia

Foto: EP/Gustavo de la Paz
19/02/2024 - 

VALÈNCIA. La errática campaña del PP, con ese broche de oro de filtrar a la prensa que Alberto Núñez Feijóo contemplaba el indulto para Carles Puigdemont, así como la evolución de las encuestas en los últimos días, había generado la impresión de que esta vez habría partido en las elecciones gallegas, a diferencia de lo sucedido en citas anteriores. Pero los resultados, aún no definitivos, nos muestran un escenario de gran estabilidad, caracterizado, una legislatura más, por la incontestable hegemonía del PP.

 

Una hegemonía fortalecida, sin duda, por los pequeños trucos del sistema electoral gallego (que otorga directamente diez escaños a cada provincia con independencia de su población, con lo que los diputados en Orense y Lugo, provincias más conservadoras, salen significativamente más baratos que en Pontevedra y A Coruña, provincias con mayores núcleos urbanos e implantación de la izquierda). Una hegemonía más rural y de votantes de mayor edad. Pero hegemonía al fin. El PP gana elecciones con el 45% de los votos o más, y esta vez, de nuevo, suma más votos que la combinación de sus dos principales rivales, BNG y PSdG. Parece que se quedará en 40 escaños, dos menos que en 2020, pero dos más del mínimo que necesita para la mayoría absoluta.

Es un buen resultado para el PP, sobre todo teniendo en cuenta los antecedentes más inmediatos. Es bueno porque aleja la sombra de la duda sobre Núñez Feijóo y estabiliza su liderazgo, que sin duda llegará a las próximas elecciones generales, se celebren cuando se celebren. Una vez más, Galicia es garantía de solidez para el PP, como lo ha sido casi siempre. Profundizando en una tendencia que ya se consolidó en 2020, el PSdG se ve relegado, y parece que será por mucho tiempo, a la tercera posición, socio menor del BNG.

En los últimos días parecía incluso que peligraba el sillón de Feijóo, o al menos su credibilidad como líder, pero esa apuesta se basaba en una serie de condicionantes: que hubiera una alta participación (y la ha habido), que el BNG subiera y capitalizara el voto del cambio (así ha sido), y que el PSOE resistiera con sus votantes fieles. Esto último es lo que ha fallado, y de forma bastante estrepitosa. El PSOE ha perdido la tercera parte de sus diputados, viéndose reducido a 9, y ya se ubica por debajo del 15% de los votos. Con lo que su apuesta por conformarse con el papel de comparsa del BNG a cambio de obtener el gobierno de Galicia y meter en problemas a Núñez Feijóo, que era arriesgada, ahora se le vuelve en contra. Profundizando en una tendencia que ya surgió en 2020, el PSdG se ve relegado, y parece que será por mucho tiempo, a la tercera posición, socio menor del BNG.

Foto: EFE/Xoán Rey 

Es difícil saber qué papel ha tenido la política nacional en todo esto (posiblemente escaso, al igual que en el buen resultado del PP). Lo que está claro es que a veces con la marca no basta, y que, si un partido se afana en trabajar con paciencia y tiempo por delante una candidatura creíble y con carisma, con perfil propio, puede conseguir grandes cosas. Es lo que ha logrado el BNG con Ana Pontón, que ha pasado de 6 diputados en 2016 a 25 ocho años después. Un recorrido que recuerda al de Compromís con Mónica Oltra, otro partido que logró rejuvenecer y ensanchar al mismo tiempo su base electoral merced a su carismática candidata y su capacidad para conectar con el espíritu de su tiempo. Sólo que aquí no ha sido suficiente para alcanzar el Gobierno... por ahora.

Foto: EP/César Arxina 

Sí que ha sido suficiente, en cambio, para finiquitar en Galicia, al menos en elecciones autonómicas, la preponderancia del bipartidismo. Galicia era tradicionalmente la única de las tres comunidades históricas en la que los dos principales partidos seguían siendo PP y PSOE. Esto es algo que ya cambió en 2016, cuando Anova quedó segunda por delante del PSdeG. En 2020 los socialistas quedaron detrás del BNG, y ahora se confirma. Al igual que ocurre en Cataluña, donde el PP es residual y el PSC se disputa la supremacía con dos formaciones nacionalistas, y en el País Vasco, donde en esencia sucede lo mismo (salvo que la posición del PSE también es subalterna), ahora en Galicia está claro que las esperanzas de la oposición se concentran en un partido local.

Como compensación, el bipartidismo sale fortalecido a nivel nacional, dada la inoperancia de las formaciones que se disputan el electorado de PP y PSOE. Ni Vox ni Sumar, y no digamos Podemos, han obtenido representación. Pero no es solo que no la hayan obtenido; es que se han quedado lejísimos de alcanzarla, e incluso no la habrían alcanzado aunque el límite para obtener representación se ubicase en el 3%, en lugar del 5%. Ni Sumar ni Vox han superado ese umbral en ninguna de las provincias. Al 98% del escrutinio, Vox supera por poco el 2% y Sumar ni eso (capítulo aparte merece Podemos con su estelar 0,26%, por debajo del PACMA).

Foto: EP/Adrián Irago 

El resultado es mucho más grave para Sumar que para Vox, que a fin de cuentas ya obtuvo más o menos el resultado que ha tenido ahora en las elecciones de 2020 (y entonces Vox venía de sacar 52 diputados en las elecciones generales de noviembre de 2019), resignados a que en Galicia el PP es invulnerable a sus cantos de sirena, ahora de Vox y antes de Ciudadanos. En cambio, Sumar se presentaba por primera vez, con la portavoz en el Congreso, Marta Lois, como cabeza de cartel, y sobre todo con el teórico carisma de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que es gallega y ejerce como tal. El resultado es tan malo que el único consuelo que les queda es que, al menos, Sumar no ha sido el causante de que la izquierda no logre desbancar al PP... ¡han sacado tan pocos votos que son irrelevantes hasta para eso!

El resultado, en resumidas cuentas, viene a confirmar las tendencias de 2020, a pesar de que la participación ahora ha sido mucho más alta: el PP sigue en Galicia tan fuerte como siempre; las alternativas al bipartidismo, tanto las "antiguas" (Vox y Podemos) como las "modernas" (Sumar), no tienen cabida allí; y el PSOE gallego pierde fuelle y se convierte paulatinamente en comparsa en las elecciones autonómicas.

Probablemente las razones tienen muy poco que ver, en todos los casos, con la política nacional, y se explican, precisamente, por criterios y asuntos de índole local (las opciones que al electorado le transmiten más o menos credibilidad y confianza y, en consecuencia, se hacen acreedores de su apoyo y su voto); pero, a pesar de eso, los resultados van a tener consecuencias en la política nacional, aunque su alcance sea relativo. Está claro que el PP ha hecho los deberes y ahora puede transitar tranquilamente por territorio hostil (País Vasco y Cataluña), con el único objetivo, más que factible, de ganar al PSOE en las Elecciones Europeas. Y está claro que el Gobierno de coalición liderado por Pedro Sánchez, que en estos momentos, recordemos, no cuenta con mayoría parlamentaria, sale debilitado, pero mientras no haya una moción de censura la sangre no llegará al río. Pero que tampoco se confíen, que dicen por ahí que Núñez Feijóo le ha ofrecido a Puigdemont el indulto...

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