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EL MURO / OPINIÓN

Beckett, te necesitamos

Los guionistas norteamericanos ofrecen perfiles de corrupción y crimen que aquí son un filón para sus creaciones. No hace falta imaginar. Simplemente, tomar nota. Somos territorio de realidad y guión

7/04/2019 - 

Apenas unos días después de que la lideresa del PP en la Comunitat Valenciana, Isabel Bonig, lanzara como una de las medidas estrella de su precampaña la desaparición de la Agencia Antifraude ya que la considera un “chiringuito” -Ciudadanos se apuntó a su creación y hasta el nuevo Presidente de la Junta de Andalucía, Mariano Bonilla, llevaba una idéntica en su programa electoral- la UCO detenía a José María Corbín, abogado y cuñado de Rita Barbera. Se le implica en una presunta red de comisiones y comisionistas vinculada al Ayuntamiento de Valencia. Casi nada, aunque poco nuevo. Mal asunto, peor sueño.

No conseguimos salir de esta pesadilla de registros y detenciones que resultan el tormento de nunca acabar. Lo mucho que se nos quedará en los cajones por falta de pruebas o medios judiciales y policiales. Es un hecho, aunque no sólo afecte a una orilla política.

Alcanzar una meta cuando todos o muchos sabíamos cuál era el recorrido no ha sido, ni suele ser, una sorpresa. Todas las últimas actuaciones judiciales o policiales llevan muchos años sobre la mesa, aunque la Justicia deba ajustarse a sus raíles hasta disponer de pruebas suficientes para actuar.

Corbín, como se apresuró a destacar Bonig, no es del PP, está próximo, como su familia, a VOX. Lío añadido. Aunque, según el partido: “no forman parte del PP los afectados por la operación de la OCU”, se beneficiaron de él. Es una evidencia evidenciada y sonora por tanta herencia sugerida y comentada durante lustros. No hay mucho nuevo. Sólo, saltó.

He aprendido mucho sobre criminología con CSI y me divierte más Castle y la inspectora Beckett, esa especie de comedia romántica y policial en el que los detalles se suelen repetir, pero siempre tienen un guiño inesperado. Qué le vamos a hacer. Nadie es perfecto. En Á Punt emiten de madrugada programas de psicoanálisis. Hasta puedes encontrarte la repetida ofrenda de Mónica Oltra y el seguimiento de “sus” empleados. Así, sin más, con sus lágrimas y cámaras personales. Entiendo su decadencia. Sólo se miran a ellos mismos. Tener que recurrir a series de Canal 9 para ganar algo de audiencia no es una buena tarjeta de representación. Más bien, todo lo contrario. Admitir un fracaso absoluto por absolutismo y oltramisismo, es más de lo mismo. Ya no funciona el discurso del miedo.

Salta nuevo escándalo de presuntas comisiones y comisionistas en plena precampaña y con  juicios de viejo corte añadidos que no benefician para nada a la normalización social y política. Estamos tan cansados de escándalos y negocios turbios que se nos ha puesto piel de lagarto como si fuéramos personajes  de V o colegas de la comandante Diana. Nada nos altera ya a la hora del desayuno, el almuerzo, la merienda o la cena.

Lo vemos todo como algo natural, próximo, de serie friki. Forma parte de nuestra idiosincrasia y realidad; paisaje no ya de una época pasada sino de un presente obtuso, frío y, lo peor, calculado, como si se tratara de una serie que lleva a pensar que no nos gobernaban ni pensaban en hacerlo sino que estaban todo el día maquinando a ver cómo birlaban con mayor gracia o descaro. Ocultando pruebas del botín, aunque con el tiempo sin excusas ni sutileza. Más bien sin escrúpulos. La retahíla de nombres es de aúpa.

Lo bien cierto es que los casos en sí, esperados y de los que estábamos pendientes de que en algún momento de nuestra existencia saltaran por higiene de identidad y honestidad,  no son nada nuevos para los que hemos caminado por esos estercoleros y colectores que ahora nos cuestan una pasta limpiar porque están llenos de toallitas higiénicas. Sobre todo, higiénicas. Es un símil.

Foto: KIKE TABERNER

Aplaudí en su día la creación de la Agencia Antifraude que dirige Joan Llinares y le cuesta insomnio. Si me sincero es por lo totalmente sería y necesaria su existencia para quienes nos consideramos honestos porque aún nos quedan muchas páginas por cerrar y no sé si hemos aprendido aún del todo que lo público nunca fue o debió de ser privado. Pero lo preocupante es reflexionar sobre la necesidad a las que nos ha conducido esta clase política para llegar a tener la obligatoriedad de crear una oficina anti chanchullos y controles dentro de los Gobiernos para, simplemente, controlarlos desde su propio interior. Dice mucho de todo el sistema. Más aún cuando el 60% de las denuncias anónimas recibidas en la Agencia son todavía muy serias, como así reflejan sus memorias.

La reflexión que hice en su día era creer qué si teníamos que llegar a esos extremos de controlar a quienes nos controlan es porque algo muy grave fallaba en nuestro sistema, en la esencia del ser humano, en la base natural de nuestra política. Tenemos entonces sobre la mesa otra prueba de esa necesidad. No entiendo que se hable de chiringuitos cuando se trata de expulsar corruptos en serie.

Por ello, cuando escuché lo de eliminar instituciones que simplemente se ocupan de atender a la honestidad y protegernos, se me revolvió el estómago. Habíamos dado con la prueba del error político. El más básico; el silencio o la opacidad.

Lo preocupante es que todavía sea necesario crear departamentos para dar luz ante tanta sinvergüencería. Chiringuitos significan agencias de colocación de familiares, amigos, miembros de partido, cambalaches…pero jamás luchar contra quienes nos roban o han robado con absoluta impunidad. Chiringuitos es destinar una pasta a mantener cargos públicos que han de pasar a la reserva por sus errores o inutilidad y hasta abonar sus deudas con la Tesorería para que cobren la pensión máxima con cargo a nuestros impuestos y sin justificación después de lustros cobrando sueldos millonarios y siendo beneficiados con prebendas, pese a su poca utilidad.

Luchar contra la corrupción desde dentro no es un chiringuito como esos que fueron completados escandalosamente con familiares cercanos en Valencia, Castellón y Alicante sin condición ni conocimiento. Tener que luchar contra la corrupción dentro del propio sistema sí es un problema interno. Debería ser considerado, si acaso, algo innecesario mientras la honestidad no hubiera sido convertida en algo pornográfico. Doscientas denuncias en apenas un par de años de funcionamiento de la Agencia lo dicen todo para no sólo mantenerla sino más bien potenciarla. Lo otro es cubrir o intentar silenciar.

Hasta me animaría a fichar a un par de equipos de guionistas de esas series americanas tan retorcidos que sólo ellos serían capaces de entender o descifrar qué se esconde en la cabeza de nuestros presuntos delincuentes de guante blanco y/o capaces de superar la ficción. Nos falta una Beckett o una legión de guionistas que expliquen. Aquí aún tenemos faena para rato. Y sin segundas. O sí.

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