Las líneas rojas podrían sonar bien para cohesionar al electorado pero son inútiles a la hora de arremangarse y ponerse manos a la obra
Después de veinticuatro horas de análisis post-electorales seguimos con la misma sensación, la de haber echado una moneda al aire y que haya caído de canto. Ninguna posibilidad para investir presidente parece sólida de antemano, no es tiempo aún de descartar ninguna opción. Sea como sea las coaliciones tienen mala fama aunque esa mala fama no esté del todo justificada.
Los gobiernos fuertes tienen más facilidad para acometer reformas, pero dichas reformas suelen estar sujetas a remiendos una vez entra el partido que se alterna en el poder. En España tenemos un ejemplo evidente en las sucesivas leyes de educación. Una reforma muy ideológica apoyada por una mayoría frentista tiene pocas garantías de durar. Las transformaciones consensuadas tienen en cambio mucha más esperanza de vida.
La fragmentación política nos trae a la cabeza dos posibles escenarios. Por un lado, Italia como paradigma de la ingobernabilidad y los vaivenes políticos tras los 50 años de poder de la democracia cristiana, apoyada, eso sí, en distintas alianzas como compromesso storico con los comunistas en los 70 o el pentapartito en los 80. Por otro lado, Alemania, Holanda y los países nórdicos, donde las coaliciones generan gobiernos lo suficientemente sólidos para propiciar reformas robustas. El pragmatismo en ese caso es esencial y los objetivos deben ser consensuados. La generación de políticas implica diálogo y renuncias. Como apunta el politólogo Víctor Lapuente, los gobiernos de coalición pueden realizar entonces ambiciosas reformas y pone como ejemplo la flexiseguridad de los países nórdicos y Holanda, donde hubo un punto de encuentro entre la desregulación liberal de los mercados y la protección social de la socialdemocracia.
Las zonas más densas de España se tiñen de morado mientras que en las rurales eso no sucede
En mi artículo anterior hablaba de la importancia de la gestión del territorio y su ausencia en campaña. Insisto en que nuestra crisis lo es también de la gobernanza territorial, y los resultados de las elecciones me dan la razón. Además de la brecha generacional estas elecciones nos devuelven un mapa muy significativo de las dos grandes aproximaciones a la idea de España y también del comportamiento diferencial de las zonas más rurales y más urbanizadas del Estado.
Leía en Twitter que el mapa de los votos de Podemos se parece mucho al mapa de la cobertura 3G. Las zonas más densas de España se tiñen de morado mientras que en las rurales eso no sucede. Podemos (o sus candidaturas de confluencia) ha sido primera fuerza en Cataluña y Euskadi y segunda fuerza en el País Valenciano, Baleares y Galicia (también en Madrid), comunidades autónomas con identidades diferenciadas. El PSOE resiste mejor cuando tiene una postura política unionista (en Andalucía y Extremadura) que cuando se presenta como federalista. De hecho los barones de esas comunidades, una suerte de Liga Sur, se han apresurado a pedir que el PSOE no caiga en manos de los nacionalistas. Ciudadanos tiene un fuerte peso urbano, en la Comunidad de Madrid logran el 19% de los votos, sin embargo sus resultados han sido discretos en Galicia (por debajo del 10%), País Vasco (4%) o Navarra (7%).
Cualquier acuerdo supone vulnerar las líneas rojas marcadas por los partidos. Las líneas rojas podrían sonar bien para cohesionar al electorado pero son inútiles a la hora de arremangarse y ponerse manos a la obra. El PP y Ciudadanos han roto el diálogo con los nacionalistas pero necesitan su apoyo, para el PSOE pactar con nacionalistas también supone entrar en contradicciones y la gran coalición parece difícil después de que Sánchez llamase indecente a Rajoy. Podemos pide la reforma de la Constitución, la del sistema electoral y el referéndum de Cataluña, cosa que no parece aceptar el PSOE, y Ciudadanos dijo que no apoyaría a Rajoy ni pactaría con los nacionalistas. La pureza programática nos aboca entonces a otras elecciones.
La gran coalición parece difícil después de que Sánchez llamase indecente a Rajoy
Pero pensemos por un momento qué pasaría si nos comportásemos como nórdicos u holandeses, si los partidos aceptaran que no hay nada predefinido en cuanto al modelo de Estado y tampoco respecto a los otros asuntos relevantes, si dejaran de lado el diálogo de besugos entre partes que no tienen nada que decirse y empezaran de verdad a buscar acuerdos. Sería el momento de las reformas: una nueva ley electoral, la eliminación de las diputaciones, el repensamiento del Senado, el sistema de financiación, la inversión en infraestructuras necesitan de nuevos consensos y parecen más plausibles con gobiernos débiles.
Con este panorama ninguna de las dos ideas de España puede imponerse a la otra a no ser que se opte por una gran coalición con la consiguiente división y probable suicidio del PSOE. Los líderes políticos están ahora obligados a hablar. Bendita fragmentación.
El líder de Podemos rechaza "por activa o por pasiva" cualquier posibilidad de que Rajoy sea presidente y califica de "urgente" la necesidad de una ley de emergencia social